

No sé por qué me pareció bonito
Llegué a tu poemario por casualidad. Fuiste el segundo plato. Andaba buscando infructuosamente Cingla de Constantino Molina. ¡Qué te voy a contar yo a ti que tú no sepas de búsquedas infructuosas de libros siendo autor de La novela del buscador de libros! Había mirado en todostuslibros.com para averiguar en qué librerías de Madrid podría encontrarlo: librería Antonio Machado, La Mistral… Hace unos días, me pasé por la librería Antonio Machado que está en el Círculo de Bellas Artes. En vuestra web aparece que tenéis Cingla de Constantino Molina, les digo. El librero, tras comprobarlo en el ordenador, busca en los anaqueles. No encuentra nada. Debe de ser un fallo del programa, un movimiento de cuando la pandemia, me dice. Me marcho y voy a la Feria del libro, que estos días adorna el Retiro de Madrid con 366 casetas. Voy a la de la editorial Visor que publicó el libro de Molina en 2020. Nada. La Mistral estos días está cerrada.
Pasan un par de días y, después de tomarme unos gin-tonic conversando con Ricardo Llorca —el compositor de las Las horas vacías—, llamo por teléfono a la Antonio Machado de la plaza de las Salesas. Estoy buscando Cingla de Constantino Molina, publicado por Visor, llamo para asegurarme de que lo tenéis en la tienda. La librera me dice que sí, que lo tienen. Voy. Entro. Busco en la sección de poesía y me doy de bruces con tu poemario: Los días heterónomos. ¡Anda, Bonilla tiene un nuevo poemario! Lo atrapo. Parece que solo quedan dos ejemplares. Sigo buscando el de Molina. Pregunto. Me dicen que no, que es un fallo del programa, que no les queda. En lugar de decirles que lo quiten del sistema para no despistar a otros compradores que se peguen el paseo hasta la librería, me callo y no digo nada. ¡Que se joda el próximo cazador de poemarios! Total, ¿quién lee poesía? Cuatro gatos.
Cuando llego a casa, saco tu libro de la bolsa. En la portada —no muy buena, seamos francos; así son casi todas las de la colección Vandalia de la Fundación José Manuel Lara, ¡para qué engañarnos!—, debajo del título, aparece un reclamo: XV Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado. A mí, ya sabes, los premios me importan bien poco, nada. Compré el libro porque me gusta cómo escribes lo que escribes. Al premio, que le den, aunque seguramente haya servido para que te publiquen el poemario. La contraportada me destripa la estructura de tu libro: «cuatro secciones de nueve composiciones cada una, a las que se suman un prólogo y un epílogo en verso». Me siento, lo abro. En el verso de la portadilla, aparece una foto tuya en blanco y negro. Estás con una camisa oscura y los brazos cruzados, apoyado quizás en el quicio de una puerta. Una pose interesante de escritor o de poeta. El sol lame la mitad de tu cabeza con un lengüetazo deslumbrante de luz. Si no supiera que tu pelo es cano, perfectamente podrías pasar por un sueco rubio, muy rubio. Pero no. Eres de Jerez de la Frontera. Leo esa Prescripción facultativa que conforma el prólogo que dedicas a José Mateos. A los dos os ha mordido la enfermedad:
Por prescripción facultativa
el mundo se ha llenado
de cosas prohibidas:
cigarrillos, alcoholes,
donuts y otras alquimias,
carne roja, la prosa
ansiosa de las prisas.
Es más pequeño el mundo
y, sin embargo, mira:
parece, todo adrede,
bañado con la tinta
de un dios venido a más
que cauteriza heridas
con su candela alegre.
Ahora se magnifica
lo que antes no era nada.
Es una luz distinta
Que empequeñece el mundo
y agiganta la vida.
Ya solo con ese prólogo me digo que el poemario promete. Comienzo con la sección que titulas Los días heterónomos. Me haces buscar la diferencia entre dos palabras muy parecidas cuyo significado es bien distinto: heterónomo y heterónimo. Y leo un poema tras otro poema, verso tras verso. Ojalá lo hubiera escrito yo eso así, me digo, a sabiendas de que ya jamás lo podré escribir, porque lo has hecho tú y tan bien, tan poéticamente y sin despegar los pies de la tierra, aunque con tus versos uno vuela alto… Pero, sí, a veces nuestros días están sometidos a un poder ajeno que nos impide el libre desarrollo de nuestra naturaleza.
Leyendo tus versos descubro que conociste a Paco de Lucía cuando ya estaba retirado de los escenarios y se dedicaba a jugar con los nietos en la playa —esa misma en la que un infarto se lo llevó—. Paco te confesó un secreto: que jamás llegó a componer una pieza que nadie pudiera alguna vez interpretar completa, no tanto porque fuera difícil su ejecución, sino porque la hondura y la belleza de la melodía impidiese a cualquier intérprete continuar tocándola. Y también supe de esa mujer araña, bailarina y coreógrafa —medio ucraniana, medio holandesa— que distrajo tus tardes al ordenador mientras buscabas convertirte en otro, en una tecnopersona cuyos intereses nada tienen que ver con los tuyos: vídeos de bricolaje, testimonios de deporte extremo —montañismo—, danza contemporánea y también algo de ese porno maorí que te hace entender por qué Nueva Zelanda es campeona del mundo de rugby.
Recorro contigo todos esos lugares, ciudades y países donde diste con tus pasos. Vas marcando en Google Maps todos esos aquís en los que has estado, esos stops que una herramienta de Google une para trazar una ruta que se vuelve serpiente, un reptil que fue creciendo más y más buscando por toda la superficie de la Tierra el modo de volver al paraíso... para conocerlo por primera vez, que diría T. S. Eliot.
También descubro que tienes un hijo que se llama como se llamaba tu padre, Joaquín. Eso, claro, suponiendo que lo que hayas escrito en tus versos no sea ficción, porque a ti solo te conozco por lo que escribes… Y me asalta la duda, ¿quién eres?
Entonces, al terminar el epílogo en verso de tu poemario, satisfecho con la lectura, maravillado con tus composiciones —de tus días heterónomos, de tus inspiraciones y tus rimas y de tus memorias—, vuelvo a mi realidad después del viaje. Me siento a escribir estas palabras rompiendo una regla —más bien un hábito— que llevo cumpliendo durante 116 semanas consecutivas, casi dos años y medio; hoy, la 117, no. Hoy no escribo partiendo de un título del que surja un texto. Has venido tú para trastocarme los hábitos o la costumbre. Y te confieso, Juan, que no tengo ni idea —ya concluyéndolo— de qué título ponerle a este. No sé, quizás algún verso tuyo, algún endecasílabo que a alguien le haga cortar una flor fresca y gozar de la belleza que nos roza o leer tu poemario. Ojalá así fuera.
Michael Thallium
No sé por qué me pareció bonito
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2025). No sé por qué me pareció bonito. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CV117). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2025/06/no-se-por-que-me-parecio-bonito.html




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