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Y siempre anda uno descoyuntándose

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Y siempre anda uno descoyuntándose


De ti, Pedro, supe por José, que me habló de ti un día. Me lo dijo con esa voz suya cadenciosa de Jerez y aspirada de versos, de poesía, que él tiene: «Pedro Sevilla es un gran poeta. Te recomiendo La fuente y la muerte, un libro suyo que además no es de poemas, sino prosa». Son tus memorias de infancia que se remontan —de tanto recrearlo, terca y piadosamente— al azar maravilloso de tu concepción, que tuvo sin duda —así lo imaginabas y lo escribías— que ser en domingo. Pero antes de La fuente y la muerte leí tu poesía completa, la que publicó Renacimiento en septiembre de 2018 con el título evocador de Para cuando volvamos y que recoge más de treinta años de poesía.

Esta semana, mayo y el azar me trajeron El amor es ahora. Me llegó, ya lo he dicho, por azar —uno de los nombres del destino, como diría Emilio Pascual—, de igual modo que marzo me trajo a abril y abril reventó los sépalos del cáliz del que afloró mayo. Y tengo que confesarte que leerte me ha emocionado. Hay libros de los que uno puede decir que están muy bien escritos, pero son pocos los que verdaderamente conmueven. Y, sinceramente, a estas alturas de mi vida ya solo me siento preparado para leer aquello que me conmueva. Eso es algo que tú y los poetas de verdad sabéis hacer muy bien. Quiero decir que, aunque escribáis en prosa, lo vuestro es poesía pura. Me pasó lo mismo cuando leí ese fabuloso libro de Ramón García Mateos que publicó Valnera y que se llama Cuando el mundo se llamaba Cerralbo. Ramón y tú sois poetas bien distintos, pero ambos hacéis que el azadón embotado y torpe de las palabras surque esa misteriosa besana donde a uno le brotan las emociones.

Leyéndote he descubierto mi ignorancia supina por enésima vez. Para empezar me has traído nombres de los que jamás había oído hablar —disculpa mi analfabetismo poético—, como el de Mario Míguez con quien encabezas tus memorias llenas de amor y de verdad:


Y fue quien me explicó qué es lo importante:

que no basta tener conocimiento,

saber qué es la verdad o la nobleza,

que hay que intentar vivirlas, encarnarlas.


Y luego nombras y hablas de otros muchos más a quienes no conozco. Déjame solo recordar aquí a un tal Julio Mariscal de quien dices que fue tu maestro —¡habrá que leerlo algún día!—. A otros, los más pocos, sí los he leído, más por casualidad que por haberlos buscado vivamente. Leí Las cosas del campo de José Antonio Muñoz Rojas porque me lo regaló un amigo, Marco Antonio García de Paz, que fundó un coro prodigioso en un pequeño pueblo pesquero asturiano, Luanco. A Marco Antonio seguramente que no lo conozcas, pero es, a su manera, también un poeta, aunque su materia prima sean más los sonidos que las palabras. Sus manos moldean las voces humanas para conjuntar melodías hermosas.

Comienzas tus memorias de El amor es ahora hablando de tu madre y de su memoria desmigajada por el Alzheimer. Y de ahí uno va componiendo, al leerte, lo que ha podido ser tu vida. ¿Sabes que hay un escritor burgalés, Jesús Carazo, que hace poco publicó Un imposible adiós, una novela que se nutre del manantial de su experiencia con el Alzheimer que su mujer padece desde hace años? En fin, a cada uno nos llega ese momento indeseado en que hemos de afrontar, compartir y pastorear los olvidos de algún ser querido cuyo alfabeto va demediándose y deslavazándose de a poco hasta que algún día quizás sus ojos también se olviden de amanecer.

La enfermedad suspende nuestra biografía, afirmas. Y tú lo sabes bien, porque en tu entraña sufriste la mordida del cáncer de colon y luego el desgarro de la leucemia y, cuando te creíste salvado, el cáncer volvió a roer tu cuerpo desvalido a saber cómo. Ya lo sé, que has sentido el aliento terroso de la muerte y que eres muy consciente de lo que significa salir de la alcoba para morir en el hospital. Pero ahí sigues, creo, tenaz con la vida y la poesía, con el inquebrantable empeño de amar sin miedo y sin medida, de amar la vida de los otros, porque, como tú bien dices, el amor no es un sentimiento, sino un propósito.

Y luego hablas de otro de tus maestros, de ese que me puso sobre tu pista un día, José Mateos, a quien por fortuna conozco y que ha estado en mi casa. Ojalá, Pedro, algún día estuvieras  también tú en mi casa —pequeña, como aquella en la que no cabía siquiera tu adolescencia— o yo en la tuya para conversar, que tu voz y la mía se tocaran por una vez en la vida. No quisiera que me pasara lo que a ti con tu madre: que te fueras y ya solo pudiera escribirte una carta que jamás leyeras. Me ocurre contigo un poco lo mismo que con Juan Bonilla: os leo, pero ignoro si algún día llegaré a conoceros en persona, a tener esa conversación reveladora, porque uno nunca sabe cuándo la enfermedad nos suspende la biografía. 

Me aparto para no estorbar lo poco o mucho que de poético tenga mi vida y mantener intacta la capacidad de agradecer tanto bien… porque los días traen el trajín de las preocupaciones y siempre anda uno descoyuntándose.

Michael Thallium

Y siempre anda uno descoyuntándose



Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2025). Y siempre anda uno descoyuntándose. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 3, (CV112). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2025/05/y-siempre-anda-uno-descoyuntandose.html

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