Culto al cuerpo, cuerpos asombrosos, flexibles, elásticos, inverosímiles… Quizás sea esa la imagen que a uno le viene a la cabeza cuando oye la palabra contorsionismo: una mujer que se dobla fácilmente y que no se parte de milagro. Contorsionistas también los hay hombres, por supuesto, pero en el imaginario circense quizás predomine la mujer menudita con mallas y, desde que existe el Cirque du Soleil, también china o asiática.
El circo es el coliseo de la pirueta, de la acrobacia y de la contorsión. Durante muchos años lo fue también de los payasos, de esos que hacían payasadas, aquellos que cultivaban el arte de hacer reír. Hoy parece que los dueños de la pista son los acróbatas, los contorsionistas, quizás porque uno dejó de ser niño hace ya muchos años y las gracietas del payaso dejaron de hacer gracia. Nos atrae aquello que nos causa asombro, como La parada de los monstruos —titulada Fenómenos en Hispanoamérica—, película que hoy Tod Browning no habría podido grabar por aquello de la corrección política. Freaks, que así es el título original de la película en inglés, fue un colosal fracaso de público y taquilla en 1932. La película estadounidense estuvo prohibida muchos años en el Reino Unido. Solo treinta años más tarde, cuando se proyectó en el Festival de Cine de Venecia, la película de Browning se convirtió en un clásico de culto. La Biblioteca del Congreso de Estados Unidos la consideró «cultural, histórica y estéticamente significativa».
No es ese tipo de circo, sin embargo, al que me refiero con lo de contorsionismo; ni tampoco al circo mediático. Vivo sin televisor en casa, donde albergo una modestísima biblioteca. Fue una decisión que tomé hace años: ¡fuera la televisión! Sin embargo, eso no me impide estar al corriente de cierta actualidad, porque el ordenador, las redes sociales son hoy el mentidero digital —como aquel de las Gradas de San Felipe el Real en la Puerta del Sol de Madrid— donde uno se entera de los rumores, dimes y diretes de la Corte. Y si no, también esta la calle, donde uno se entera de casi todo a poco que pegue la oreja o dé conversación a la gente. Por circo del contorsionismo me refiero a uno imaginario que me cayó en mientes al escuchar las declaraciones de la ministra de Hacienda. Da igual que sea en España. Supongo que en cada país tendrán su equivalente circense. De la naturaleza suberosa —de esa capacidad para mantenerse siempre a flote como el corcho— de los políticos ya he escrito en alguna ocasión —para qué repetirse—, pero de esa asombrosa habilidad contorsionista que tienen algunos, nunca.
El asunto es que mientras escuchaba y veía a la ministra defender a capa y espada lo que hasta hace dos días atacaba al respecto de la financiación de cierta comunidad autónoma española, en lugar de sonrojarme y cabrearme, me acordé del circo y pensé: ¿Y si en lugar de ver a una política retorcer los argumentos hasta el absurdo me imaginara a una mujer en malla haciendo un ejercicio de contorsionismo político? ¡Qué poder el de la imaginación! Allí estaba ella, desafiando el más difícil todavía. ¡Mi cabreo se transformó en asombro! ¡Pero mira cómo se dobla, cómo se estira y flexibiliza, cómo pone las puntas de los pies por encima de la cabeza mientras nos saca la lengua! ¡Maravilloso!
Entonces comprendí también que esa habilidad para la contorsión no era cosa exclusiva de mujeres, también el presidente del gobierno la exhibe haciendo de necesidad virtud. Contorsionismo paritario. Me lo imaginé ejecutando su ejercicio circense... Allí estaba él en la pista, hablando y defendiendo lo contrario de lo que decía y defendía hasta hace dos días, desdiciéndose y retorciendo argumentos, doblándose, estirándose, flexibilizándose. Y sus contorsiones tenían muchísimo mérito, porque mientras las realizaba, le iba creciendo la nariz como a Pinocho y, sin embargo, sus movimientos, piruetas y acrobacias tenían donaire, y la cada vez más luenga nariz —esa larguísima nariz a un hombre pegada— parecía no estorbarle ningún movimiento, haciendo de la contorsión virtud.
Así que ahora, en lugar de enojarme, de mosquearme, cuando me asomo al patio de los políticos, desenfundo mi particular Circo del Sol y les dejo que hagan sus piruetas e inverosímiles ejercicios acrobáticos: ¡Alehop! Ahí lo tienen, el no va más, el más difícil todavía. Pasen y vean. ¡Aplaudan, aplaudan! ¡Mejor contorsionistas que payasos! Argumentos asombrosos, flexibles, elásticos, inverosímiles... Bienvenidos al circo del contorsionismo: ¡cultural, histórico y estéticamente significativo!
Michael Thallium
El circo del contorsionismo
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). El circo del contorsionismo. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CV76). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/09/el-circo-del-contorsionismo.html
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