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Salvemos la democracia

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Salvemos la democracia

Estamos en la era del funambulismo y la democracia líquida, aquella que ensaya equilibrios imposibles para poder ganar la simpatía de propios y ajenos, porque nadie se sabe ganador.

Que los partidos no definan sus propias posturas, porque para ello se fundaron legítimamente, resulta preocupante porque rectificar no siempre es de sabios. Parece como si hubiera miedo a abordar temas de actualidad que pudieran resultar impopulares hacia determinados colectivos, porque hay que ser abanderados de alguna causa para triunfar, aunque luego no haya un proyecto político creíble. Por este motivo, cuando llegan las papeletas por correo cada vez hay menos texto. Más imagen, logotipo, eslogan, redes sociales (que no falten) y muy poco contenido.

No hay claridad entre lo que es un derecho y un deber, entre lo que es sí y no y lo que no tendría que decidir la política, sino los ciudadanos o las partes interesadas que conocen mejor la situación, como la sanidad o la educación, por citar algunas. Los pactos y coaliciones entre partidos del mismo signo son tensas, porque el bipartidismo ha muerto, no sin antes realizar sus mitosis y proliferar como un virus que se extiende por el Estado de Derecho.

Mientras el sistema continúa deteriorándose en esta débil exhibición de fuerzas, que es nuestra democracia: ¿Se trata de una guerra cultural o de enfrentarse por una política social?

Ya quedan pocas líneas rojas que no puedan traspasarse, pero la credibilidad está en entredicho ya que ningún partido se muestra tal y como es ante la duda de perder electorado si se implica activamente. Incluso cuando hay partidos dentro de un mismo partido, el aperturismo a la ciudadanía se convierte en un laberinto en el que internamente se vence o se muere por inanición, al quedar en minoría un determinado sector que luego queda infrarrepresentado, ¿Y qué pasa con el poder de los sin poder?

Cuando leía el libro Salvemos la democracia del profesor Marcelo López Cambronero, caí en la cuenta, de que esta sucesión de obediencias absurdas al final se traduce en medidas que ponen en peligro la libertad individual y la vida comunitaria porque el orden social fluctúa sin hallar un rumbo hacia el que dirigir el país.

Probablemente, para los filósofos griegos clásicos la democracia no funcionaría. No es porque sea una peor o mejor forma de gobierno, sino por la opinión pública encuestas y sondeos, la estrecha relación que tiene con el debate político y en la acción de gobierno como un instrumento de manipulación consciente hacia las masas, que ahora es una forma de gregarismo vinculada a la psicología del electorado.

La política deliberativa no es la representativa. Hay una gran diferencia: «El bien común». Porque una cosa es manejar hábilmente la opinión pública, rebajando la intensidad e intencionalidad de los argumentos, simplificando el discurso y dejando de lado la parte intelectual que necesita ser debatida, compartida, en favor de la incertidumbre y el desprecio por la verdad. La gente no es ignorante y aunque haya disparidad entre valores e intereses, en el fondo, es debido al sistema productivo y a cómo consumimos este producto político sin fecha de caducidad.

Hay una fe ciega en la política de datos, cifras y evidencias lo que se denomina epistemocracia o expertocracia, que sirve para marcar tendencia, pero que no refleja la realidad. La política ya no busca las mayorías, ni forjar compromisos para llegar a acuerdos de mínimos sobre temas esenciales y esta disolución política provoca que proliferen teorías de la conspiración, fake news y negacionismos como reacción a la ideología. Lo único que nos puede salvar es la justicia social y la participación en la toma de decisiones porque el consenso todavía es posible.

Cómo citar este artículo: SERANTES, ARANTXA. (2023).  Salvemos la democraciaNuminis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CS3). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/05/Salvemos-la-democracia.html

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