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El futuro que no llega

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El futuro que no llega

Hay un futuro que irremisiblemente va llegando. Se nos hace presente y, poco a poco, se marcha hacia un pasado imperfecto. Ese futuro es el de los años que se van cumpliendo, el de las expectativas fallidas, el de las facturas que se han ido acumulando: algunas cobradas, la mayoría pagadas. Es el futuro que se nos hace presente en lo cotidiano. Uno casi que ni se entera. Pero luego está ese futuro que nunca llegó, al menos como uno esperaba o como a todos nos hicieron creer que ocurriría. Más que hacernos creer, lo que sucedió es que nos dejamos ilusionar. ¡Ilusión! El español es el único idioma que tiene dos acepciones contradictorias de esta palabra: la negativa tiene que ver con el engaño, con el error; la positiva, con la esperanza y la complacencia. Ya escribió sobre ello el filósofo Julian Marías en su Breve tratado de la ilusión. Para qué repetirnos: 

 

La forma plena y positiva de desvivirse es tener ilusión: es la condición de que la vida, sin más restricción, valga la pena de ser vivida. 

 

Bien engañados o bien esperanzados, el caso es que ese futuro nunca llegó. No tiene uno más que tirar de la más poderosa industria de la ilusión, después de la política de los políticos —esta sí, la del engaño—, para comprobarlo. ¿Quién no recuerda el mundo que anunciaba Stanley Kubrick allá por 1968 en la película 2001: Una odisea del espacio? Ya han pasado veintidós años desde 2001, y aquí seguimos, con automóviles de ruedas de caucho y bien pegados a la tierra. ¿Y  qué pasó con el año 2015 de Regreso al futuro II, rodada en 1989? ¿O qué pasará en el año 2029? ¿Tendremos a Wolverine y a mutantes como los que aparecen en Logan, estrenada hace apenas seis años? Obviamente, no. Hay muchos más ejemplos, pero lo que importa es que el futuro que preconizaban tiene muy poco que ver con nuestro presente.

El presente a veces también supera ese futuro anticipado que nunca llegó. No hay mutantes ni zombis, pero muchos parecemos zombis ensimismados en el autobús o el metro de las grandes ciudades: todos deslizando el dedo índice o pulgar —según la particular habilidad de cada cual— mientras mantenemos los ojos pegados a la pantalla del teléfono móvil en busca de información, entretenimiento o, simplemente, de un chute de adrenalina para disimular o evadir el tedio de nuestras vidas. El poder de un simple móvil no tiene parangón ni con el más avanzado dispositivo que aparecía en la serie televisiva Star Trek, allá por el año 1966. Vale que no nos teletransportamos y que quizás jamás lo logremos, pero el más cutre de los móviles actuales le da dos mil sesentaitrés vueltas —el año 2063 es cuando comienza la historia de Star Trek— a cualquiera de los comunicadores que aparecían en la serie. 

Pero, ¿qué ocurre con la otra gran industria de la ilusión, la política de los políticos? Es compleja, a veces muy difícil de comprender. No ya sólo por el exceso de información —a ver quién la procesa— y promesas huecas de mercadeo digital, sino por la desinformación. Dar información intencionadamente manipulada al servicio de fines políticos, eso es desinformar. En los países democráticos lo vivimos más intensamente cada cuatro o cinco años. Llegan las elecciones y casi todo lo que no se ha hecho en una legislatura, se anuncia o lleva a cabo en un mes. El presidente de turno anuncia la panacea, y algunas personas ilusionadas —en sentido negativo (engañadas) y positivo (esperanzadas)— se tragan las patrañas. No tiene uno más que registrar las medidas y promesas que los políticos hacen en campaña electoral: «Lo que necesitamos es una cadena pública de supermercados», «Vamos a poner encima de la mesa una ley contra la violencia digital […] y protocolos en las aplicaciones de citas», «Vamos a bonificar a los mayores de 65 años para que todos los martes vayan al cine y sólo paguen dos euros», «Seguiremos bajando los impuestos en la próxima legislatura», «No estamos aquí para regalar los títulos, para igualar en la mediocridad, porque eso es, sencillamente, engañar», «Vamos a premiar la lealtad al país y perseguir la traición»… 

Frente aquel futuro que irremisiblemente nos va llegando y ese que nunca llegó se vislumbra otro, el que más nos afecta e incumbe, ese de las promesas incumplidas o del engaño consumado, el futuro que nunca llega. 

 

Michael Thallium

El futuro que no llega

 

Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2023). El futuro que no llegaNuminis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CV11). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/05/el-futuro-que-no-llega.html

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2 comentarios:

  1. Bravo de nuevo por tus reflexiones Michael. Creo que construir nuestras propias ilusiones es el mejor antídoto para no "comprar" ajenas interesadas. Un abrazo

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