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Tomarse en serio el humor negro — María Sancho de Pedro

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Tomarse en serio el humor negro

Antes de comenzar, he de señalar que hace unos meses escribí otro retazo de reflexión en este mismo formato y en esta misma revista, que se podría interpretar, si no como una precuela o precedente, al menos como una primera parte de esta columna que acontece a continuación. ¿Que quedó en el tintero tras la publicación de Pequeña disertación sobre el humorInfinidad de temas y problemas, como no puede ser de otra forma. A día de hoy, podemos enfocarnos en una ínfima partícula de contenido de las miles de moléculas temáticas que se pueden extraer de una filosofía del humor.

Lo que hoy nos ocupa es el humor negro y el manto de delicadeza con el que este debe de entretejerse para poder seguir clasificándose como tal. Se trata de un prerrogativa  polémica y punzante, que acaba polarizando al público de la comedia en dos bandos irreconciliables: está, por un lado, el sector que defiende la libertad de expresión por bandera y que opina que todos los chistes han de estar permitidos y que lo ha que ha de mejorar es el sentido del humor de la gente; y, por otro lado, una porción que cree que durante mucho tiempo el humor ha sido espada contra colectivos vulnerables que en las últimas décadas, sin embargo, han conseguido aumentar el volumen de su voz. 

Ambas posiciones deben ser escuchadas, porque en su fondo laten valores que se deben recuperar y desechar, pero, ¿bajo qué vara de medir?, me preguntas, lector, clavando tu pupila en mi pupila. Esta balanza es la que hemos designado como delicadeza, la cual no puede ser desarrollada si antes no se clarifica una importante cuestión: como dijimos en la primera columna ya mencionada, el humor puede ser usado como herramienta política, pero no se puede descartar que uno de sus fines imprescindibles ha de ser la risa, el cringe, u otras reacciones similares. Ello no quiere decir que si un chiste o broma no ha causado esta reacción haya de ser despojado de la intencionalidad con la que su autor lo ha exhalado —y, por tanto, sacado de la categoría de lo humorístico—. La complejidad es más extensa de lo que parece.

El humor se puede interpretar como una relación entre emisor y receptor en la que es pertinente y necesario que ambos interlocutores capten el sentido del juego que está aconteciendo. Aunque depende del contexto, una estructura común entre ambos participantes, es que uno de ellos sea el que ejerza de narrador, de cómico o de humorista. Es responsabilidad del mismo ser consciente de la delicada interacción que existe entre ellos. Si esto no lo tiene en consideración y procede a contar un chiste que luego es mal recibido, con todas las de la ley se le podría tachar de mal cómico.

Hay una diferencia tangible y quizás evidente entre ser mal cómico y ser mala persona. Simplificadamente y de manera reduccionista, en esta última categoría caen las personas que no profesan respeto hacia otros, en demasiadas ocasiones excusándolo en diferentes atributos que luego colectivizan a dichas personas en minorías y grupos vulnerables. Se puede dar perfectamente el caso de que un sujeto irrespetuoso se las diera de cómico y se cruzara en sus andanzas con otro individuo irreverente en cuya relación espontánea se diera el nacimiento de vergonzosos y estúpidos chistes que atentaran contra la dignidad de estos colectivos. En su ilusoria burbuja de necedad, podrían incluso considerar que están haciendo y presenciando buena comedia. 

Lo que influye en la calificación de algún humorista como buen cómico es precisamente su recepción entre las masas. Es la valoración social la que forja el criterio, aunque también la cantidad de espacios a las que pueden acceder estos humoristas. Quizá, por esto que se acaba de señalar, es por lo que hay una porción de la población que se queja con respecto al humor negro. Este puede ser usado como arma de opresión o de empoderamiento, en lo cual se presenta como esencial el contexto de su autor. Si resulta que el panorama sigue siendo colonizado por aquellos que usan el humor contra otros y no contra sí mismos (me refiero en cuanto a autoenfrentarse a un pensamiento crítico, a una deconstrucción y a una reconstrucción), es normal que exista una oposición ante este tipo de humor. 

La delicadeza del humor negro consiste en ser consciente y responsable con los propios privilegios, se refleja en ser ponderativo y crítico con respecto a las fallas del sistema en el que habitamos, y se encumbra en la comprensión y solidaridad política con respecto a aquellos que son más vulnerables en nuestra cultura. Concierne al obligado reconocimiento que se debe incentivar con respecto al enorme poder que puede reflectar un chiste. Paradójicamente, se trata tan solo de tomarse en serio el humor negro. 

 

María Sancho de Pedro

Tomarse en serio el humor negro

 

Bibliografía:

SANCHO DE PEDRO, MARÍA. (2022). Pequeña disertación sobre el humor, Numinis Revista de Filosofía, Año 1, 2022, (CL15). https://www.numinisrevista.com/2022/12/pequena-disertacion-sobre-el-humor-maria.html

 

Cómo citar este artículo: SANCHO DE PEDRO, MARÍA. (2023). Tomarse en serio el humor negro, Año 2, 2023, Revista de Filosofía Numinis (CL24). https://www.numinisrevista.com/2023/03/tomarse-en-serio-el-humor-negro-maria.html

ISSN ed. electrónica: 2952-4105

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