El mito de las vacaciones
En España, sin tener en cuenta los puentes, acueductos, u otros períodos de corta extensión en los que se juntan festivos y se ofrece presuntamente una oportunidad de descanso para el estudiante o trabajador, existen tres grandes bloques vacacionales a lo largo del año: el verano, la Semana Santa y la Navidad. Sin embargo, es bien sabido que estos tres largos descansos no siempre cumplen con lo prometido. En primer lugar, sería necesario exponer como, por mucho que realmente no coincida con la realidad el que en esos tres momentos señalados nosotros nos encontremos de reposo, culturalmente tenemos asociada la idea de que estar de vacaciones en esos períodos es lo que realmente corresponde.
Esto se debe a que, antes de haber sido trabajadores, todos
hemos pasado —o deberíamos de haber pasado— por un momento de
obligatoria escolarización, en el que se sigue un calendario general que
establece qué días son lectivos y cuáles no lo son. Por tanto, desde que somos
pequeños, durante años, asumimos el hecho de que, en ciertos tramos del año, a
uno no le corresponde estar de faena. La transición desde este merecido
descanso en la infancia hasta llegar al descubrimiento de que siendo adultos,
las vacaciones son, en la mayor parte de los casos, un excelente mito, no se realiza
de manera abrupta.
A medida que se avanza en la escalera educativa, la carga
de trabajo para los estudiantes comienza a aumentar, así como también lo hace
la presión. Como resultado, los períodos vacacionales antes usados para
respirar ahora son relegados a tempos que también deben ser dedicados al
estudio, al trabajo, o sea, al no reposo. A pesar de ello,
socialmente se continúa haciendo uso de fórmulas que desean un feliz descanso
cuando llegan estas temporadas, lo que acaba generando una disonancia y una
frustración en el usuario, que ahora debe tratar de coordinar dos mandatos
simultáneos: la tregua y la continuidad del esfuerzo.
De hecho, en un sistema como el nuestro, que no para de
extender el tópico del carpe diem, el propio rato de descanso
se confunde con un tramo de tiempo más que hay que aprovechar en la rueda de la
productividad. La actividad realizada ya no será aquella acción remunerada que
asociamos con nuestro oficio —aunque esto no sucede en la totalidad de los
casos, puesto que hay algunos trabajos que se propagan también fuera del
terreno de la oficina—; al contrario, las actividades a las que dedicamos su
espacio en los períodos de descanso fácilmente pueden ser hobbies o pasatiempos
de los que disfrutamos, pero que pueden verse contaminados de nuevo bajo el
gobierno del estrés y de una autoimpuesta obligación reforzada al mismo por
tiempo por el sistema.
De esta manera, un “quiero leer” se puede convertir
rápidamente en un “tengo que leer”, mientras que la evasión casi inmediata que
proveen los servicios de streaming nos puede envolver,
paradójicamente, en un abrigo de procrastinación que nos acaba impidiendo
dedicarnos a otras actividades que queremos —¿o debemos?— realizar. Con tanta
ansiosa confusión, uno acaba incorporándose a la jornada laboral o a los
exámenes con la sensación de que no ha descansado. Pero acaba ganando el
bombardeo mediático y sociocultural, y el mito de las vacaciones persiste año
tras año con una buena suma de fieles a su espalda.
María Sancho de Pedro,
El mito de las vacaciones
Cómo citar este artículo: SANCHO DE PEDRO, MARÍA. (2023). El mito de las
vacaciones, Numinis Revista de Filosofía Año 1, 2023, (CL17).
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La fe que la gente deposita en las vacaciones es algo que acaba legitimado el partirse la espalda en el trabajo. ¡llegará la recompensa! Pensamos, ingenuamente
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