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Tomás Bravo Gutiérrez, Mi vieja amiga...

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MI VIEJA AMIGA…

Mi vieja amiga, φιλο-σοφία,[1] tan olvidada por momentos, tan desprestigiada por tus métodos, tan amenazada por quienes nunca te comprendieron; y, sin embargo, cuanto menos se te ha querido más falta has hecho. Ahora te encuentras, paradójicamente, en tu mejor momento. Sin rumbo fijo, sin norte, el hombre camina a tientas, no sabe a dónde va o, lo que resulta más grave, no sabe de dónde viene. Nuestra sociedad corre hacia un futuro incógnito e impredecible sin darse cuenta que de nada vale tenerlo todo si, antes o después, no se ha tomado el lujo de contemplar cuanto en el presente ya rebosa de verdad, de bien y de belleza.[2]

La capacidad de asombrarnos ante la realidad, de «saber mirar»,[3] se pierde y desvanece frente a una humanidad que, inmutable ante tal desfallecer, no queda conmovida ni animada a luchar por esta épica tarea para con su propio tiempo. Así pues, nos olvidamos de que todo cuanto existe está atravesado de asombro y de novedad, de aquella esencial posibilidad para el hombre de admirar cuanto le rodea, incluso la más aparente cotidianidad. Por otro lado, no todo parecen ser malas noticias, el hombre contiene en sí lo necesario para atisbar y apreciar lo de más allá de lo visible, aquello que trasciende lo que la vista alcanza a ver y la inteligencia comprender, la voluntad querer y la afectividad padecer.

Nuestros contemporáneos, y me incluyo en ellos, no solo han perdido esta capacidad de asombrarse, sino lo que es aún peor, que la realidad parece haber dejado de presentarse como novedosa, maravillosa, extraordinaria. En la era donde más descubrimientos se han realizado y conocimientos alcanzado, nada logra, irónicamente, sorprendernos; el saber se ha vuelto técnico, pragmático, un bien de consumo. Nada ni nadie provoca ya asombro, si acaso un cierto misterio, una ridícula incógnita, una pizca de sorpresa. La realidad, por ende, ha dejado de asombrar al sujeto, toda ella se ha convertido en cosa, objeto, útil; esta manera de andar adormecidos por la vida supone el auténtico «tema de nuestro tiempo».[4]

Pero tan ardua empresa, la de reanimar la filosofía, no se efectúa de la noche a la mañana, a la vista están los más de dos milenios de frenética labor. Además, tal tarea no solo ha de ser realizada por filósofos, que en tan baja estima se encuentran muchas veces, sino por todo hombre al que –amante o no de este arte– guste vivir de la vida apasionadamente, con intensidad y autenticidad. Nuestro principal objetivo no consistirá por tanto en hacer más filosofía sino, todo lo contrario, en remontarnos al origen de la misma masticando y degustando lo que la realidad, per se, nos ofrece sin miramientos.

Allí donde no parece aprehenderse más realidad de la que aparentemente se percibe, donde lo ordinario choca de bruces contra lo extraordinario y la vida pasa sin posibilidad alguna de pararnos a admirarla, es justamente donde más rebosa la existencia de aquella belleza, verdad y bien de los cuales nuestros antiguos ya nos hablaron. Gracias a esta inescrutable llamada de atención por parte de lo real el hombre no puede ni debe seguir viviendo como si nada pasase, como si todo a su alrededor estuviera mudo, como si no existiera nada más y nada menos que lo que cabe ser comprendido por su inteligencia. Y no ha de salir el hombre, ni mucho menos, en busca de su verdad, de su bien y de su belleza, sino –para ser radicales–, de la verdad, de la belleza, y del bien; para así, tomándose su vida en serio y tratando siempre de discernir cuánto es real de lo que no lo es, llevar a término su vocación en medio del mundo.

Este es, en efecto, el gran problema de nuestro tiempo; que tenemos ojos y no vemos, que tenemos oídos y no escuchamos, que tenemos corazón y no sentimos, que todo cuanto pasa, pasa –y he aquí el problema–, sin pasarnos. Se vive, pues, muchas veces sin vivir. Por esto creemos que ha llegado la hora para nuestra época de remontar el vuelo, alzar la vista, reavivar la llama y contemplar por fin, que tiempo llevamos sin hacerlo, la totalidad de la realidad; o lo que es lo mismo, al Otro y a lo otro.

Renace ahora la filosofía, como siempre ha hecho, no para tratar de aportar respuestas a aquellas preguntas fundamentales que versan sobre el sentido de la existencia sino, lo que es aún más importante, para provocar al hombre a contemplar, admirar y asombrarse ante lo más grande y lo más pequeño, lo más vano y lo más sustancial de su entorno próximo. Por eso la filosofía no se identifica ya con un quehacer más ni sirve ella para nada en específico; sino que, de otro modo, nos embauca involuntariamente a través de cada época y tiempo particular a escoger ese camino arduo pero maravilloso a través del cual comprender, valorar, y asistir a la maduración y despliegue de cada una de las dimensiones que conforman la existencia propia, ajena y del mundo.

Debiera ser un honor, finalmente, compartir y realizar esta más que digna tarea con aquellos que, en un tiempo sin tiempo, buscan incesantemente y sin temor encontrarse con la verdad, la belleza y el bien; vivir, a fin de cuentas, en plenitud.

 

 Tomás Bravo Gutiérrez

Mi vieja amiga...


Cómo citar este artículo: BRAVO GUTIÉRREZ, TOMÁS. (2022). Mi vieja amiga... Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 1, (AON1). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2022/06/tomas-bravo-gutierrez-mi-vieja-amiga.html



[1] La palabra filosofía deriva del griego φιλοσοφία y del latín philosophia, y significa «amor por la sabiduría».

[2] Desde la Grecia clásica la triada «bien, verdad y belleza» o «los trascendentales», de suma importancia en los escritos de Platón y Aristóteles, constituye uno de los puntos cardinales esenciales para comprender la realidad histórica y filosófica de nuestros predecesores, que no dejará nunca por otro lado de suponer una de las cuestiones centrales de la propia filosofía, en específico de la metafísica.

[3] La expresión «saber mirar», que es incompleta, está tomada de la clásica película española Canción de cuna (1994) de José Luis Garci, en una de sus escenas míticas donde la madre superiora dice: «Saber mirar es saber amar».

[4] Expresión prestada y tomada del título de una de las obras más relevantes, sino la que más, del filósofo español José Ortega y Gasset: El tema de nuestro tiempo (1923).

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