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En busca de seres mitológicos

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En busca de seres mitológicos

Son las cuatro y media de la madrugada. Aún es de noche. Llevo unos veinte minutos al volante de un coche que no es mío. Al resto del mundo le da igual los malabares que haya tenido que hacer o las carambolas vitales que hayan tenido que suceder para estar aquí, a estas horas, en la carretera. Agosto. Mucho calor. Dicen que España se incendia. Yo no me entero, porque he puesto el aire acondicionado y aún es de noche. Está oscuro. No veré el paisaje hasta que alumbre el sol  —y quizás siga incendiando todo de luz— dentro de unas horas. Solo en la oscuridad del asfalto que iluminan automáticamente los faros de un SUV, es decir, un Vehículo Utilitario Deportivo que he alquilado para ir en busca de unos seres mitológicos. Aún me quedan más de 500 km para llegar a mi primer destino. Aunque ese no era el plan inicial. El plan inicial era ir de Madrid a Ledesma —donde podría encontrar al primer ser mitológico cuya busca había emprendido hace meses—, de Ledesma a Arcos de la Frontera —que alberga al segundo ser mitológico de mis pesquisas— y de Arcos a Alicante —tercer ser mitológico— para terminar en Elche —todo un misterio— y después regresar a Madrid. Unos 2.500 km en tres días. Me lo pensé. Ellos serán seres mitológicos, pero yo soy muy humano: con tantas horas al volante podría quedarme dormido. Descarté ir a Ledesma.

Hago una nota mental para mi recuerdo: ‘mito’ significa ‘discurso’ o ‘relato’ en griego antiguo. Un ser mitológico es alguien mítico. Segunda nota mental: de Ledesma a Arcos de la Frontera hay la misma distancia que de Arcos a Alicante, 578 km.

Ahora voy rumbo a Arcos de la Frontera —en realidad me encuentro en un hotel de Torrellano, pero eso al resto del mundo también le da igual—, donde encontraré a un ser mitológico. Me aguarda. Camino largo: Madrid, Castilla la Mancha, Extremadura, Andalucía… y, por fin, Arcos. Para cuando llego, el día ha amanecido hace algunas horas. Luz deslumbrante y viento ardiente. En la plaza del Cabildo, donde se ubica el Parador de Arcos de la Frontera, me espera ese ser mitológico que ha tomado nombre y forma humana y sencilla para recibirme: Pedro Sevilla, poeta, gran poeta. Nos saludamos. Me ofrece tomar un café con vistas al meandro del río Guadalete —ese por el que corren las aguas del olvido— desde el balcón de la Peña Nueva. Cuando uno tiene delante a un ser mitológico, mítico, ha de abrir bien los oídos. Noto una sensación  extraña, como si las orejas se me expandiesen transformándose en enormes pabellones de trompa o tuba. Por ahí entra la voz de Pedro Sevilla. Salimos a pasear. Me muestra la iglesia de Santa María, con su órgano. Me lleva a la escuela donde diera clase Julio Mariscal. Proseguimos el paseo hasta la iglesia de San Pedro, donde descubro un bello órgano ibérico de 1781 construido por el organero  gaditano José García, al parecer descendiente de una prestigiosa familia de organeros de Jaén. «Es una pena que este órgano esté inservible», le digo a Pedro, «¿sois conscientes los arcenses de la joya que tenéis en esta iglesia?». Mi imaginación vuela persiguiendo los sonidos que algún día salieron del secreto de este órgano. Reanudamos la marcha y Pedro me lleva a la Delegación de Cultura. Allí conversamos con Andrés Camarena. Le animo a que busque la manera de restaurar el órgano de San Pedro, porque Arcos se lo merece. También nos encontramos con el fotógrafo Juan Mariscal, sobrino nieto de Julio Mariscal. Me regala un libro con fotografías de ¡Arcos de la Frontera nevado! La nevada del año 1954 es la única de la que hay registro. Pedro y yo regresamos al Parador, conversamos, luego comemos y seguimos conversando hasta que llega el momento de la despedida. Él no lo sabe —aunque como ser mitológico probablemente lo sepa todo— pero, mientras nos despedimos, en mi interior le agradezco que se haya mostrado como un ser humano,  un hombre con muchos defectos y dudas que se mira al espejo todos los días durante el afeitado y que compone versos llenos de amor con el convencimiento de que todo, absolutamente todo, es para siempre.


Vuelvo a la carretera muy ufano pensando que podré llegar a Alicante antes de que anochezca. ¡Vana ilusión! En el camino me doy cuenta de que los ojos se me cierran. Casi me quedo dormido al volante. Decido parar en Albenzaire —nombre muy mozárabe—, un hotel cerca de la carretera, en Fuensanta, a unos 30 km de Granada. Aquí descanso y saboreo las palabras que compartí con Pedro Sevilla en Arcos. Reanudaré la marcha mañana…

Amanece. Sol. España sigue ardiendo. Yo no me entero. Arranco. Pongo el aire acondicionado y parto hacia Alicante. Allí llego poco antes de la una y media. Me espera el segundo ser mitológico. Me ha citado en el Bodhigreen, un restaurante vegetariano cerca de la Explanada. A Pollux Hernúñez también le agradezco para mis adentros que tomara forma humana para recibirme. No recuerda que nos vimos una vez en Madrid, pero yo sí. Tiene una voz grave, sugerente, como de actor de comedia griega. Traductor. Políglota. Dicen que Pollux solo lee a los clásicos. Habla varias lenguas, entre ellas el latín, un latín que conoce a la perfección y que habla con desvergüenza. Sabio, mitológico, mítico... Pollux ha indagado en La prehistoria de la ciencia ficción desde el tercer milenio antes de Cristo hasta Julio Verne. Conversamos, y otra vez esa sensación de que las orejas se me transforman en pabellones de trompa. Su semblante me recuerda a Miguel de Unamuno. No en vano Pollux ha escrito bastante sobre el filósofo salmantino. Ahí esta su libro Vencer no es convencer: la última lección de Unamuno. También ha transcrito y editado Apuntes de un viaje por Francia, Italia y Suiza. Pollux me dice: «En 1889, antes de cumplir los veinticinco e invitado por su tío Claudio, Unamuno, doctorado desde hacía cinco años y a la espera de ganar unas oposiciones y casarse, hizo un viaje turístico a Italia, con regreso por Suiza y Francia. El diario de este viaje constituye una verdadera joya del gran escritor, como documento capital que es sobre su manera de observar, pensar y sentir en esos años de su juventud. Es, sin circunloquios, su primer libro». Me regala un ejemplar: los seres mitológicos que se transforman en humanos son generosos. Le digo que he de marcharme porque tengo que acudir a las vísperas del Misterio de Elche. Me recomienda que pare en Torrellano, donde hay una pastelería, La Magdalena, en la que venden unos dulces exquisitos. Nos emplazamos para vernos en otro momento, en otro lugar. Sé que no le costará trabajo volver a tomar forma humana para el reencuentro.



Llego a Elche. En el Museo del Misterio me espera Teresa Ruiz —estudiosa de Gustavo Bueno— con su hermano. Tiene las invitaciones para la Basílica de Santa María donde se rasgará el cielo para que bajen los ángeles y suba el espíritu de María. Los misterios solo los comprenden quienes abren los ojos como rosetones místicos del alma y los oídos como pabellones de trompa o tuba. Resuena el órgano en la Basílica y se rasga el cielo. Pienso en que quizás, cuando mañana acabe La Fiesta, pueda ir a Ledesma desde Elche para conversar con el otro ser mitológico que me dejé por el camino: lo llaman Ángel Luis Prieto de Paula… pero esa es ya otra historia y yo pudiera ser mítico, pero de ningún modo sobrehumano.



Michael Thallium

En busca de seres mitológicos


Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2025). En busca de seres mitológicos. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 3, (CV125). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2025/08/en-busca-de-seres-mitologicos.html

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