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Ese azar que gobierna la memoria... y la vida

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Ese azar que gobierna la memoria... y la vida

Lo he leído y me ha encantado; tu libro, quiero decir. Me lo dio en mano con tu dedicatoria Emilio Pascual hace apenas una semana. Comimos juntos en un mexicano y conversamos al son líquido de unas micheladas. Ya sabes cómo es Emilio. Tú lo describes muy bien, y quienes lo han conocido, coincidirán contigo —con nosotros—: «es un personaje singular, con una memoria extraordinaria, de la que continuamente se queja diciendo que ya no es lo que era (¡válgame el cielo!): aún es capaz de recitar de corrido párrafos enormes del Quijote lamentándose, eso sí, de que años ha, era capaz de hacerlo con capítulos enteros; cita a Borges de un tirón y con una entonación de rapsoda, en tantos y tantos sonetos; suelta latinajos y su traducción para quienes somos legos […] Emilio es un personaje singular y también entrañable». Decía que me lo dio Emilio y que lo he leído como se leen los libros de los amigos: con interés y curiosidad. Perdona si me incluyo así entre los tuyos, me refiero a tus amigos, porque solo nos hemos visto una vez en la vida, aquella vez que Emilio nos presentó, hará unos dos años, en no recuerdo bien qué evento literario. «Con Ángel Velasco tendrías un muy buen programa de Sapere aude», me sugirió. Para mí lo que Emilio Pascual me dice va a misa. Nos intercambiamos los números de teléfono, nos mensajeamos y, de repente, dejaste de responder. Silencio. Yo seguí, sin embargo, enviándote mis columnas de los viernes en Numinis… hasta que un día de finales de enero de 2024 volviste a dar señales de vida —¡y nunca mejor dicho!— con un breve audio —fíjate, en mi memoria creía que me habías escrito; pero no, fue un audio, porque lo he mirado en mi teléfono móvil— que me enviaste por WhatsApp. Me explicabas que te había dado un ictus y que andabas pachucho. Yo pensé como piensa uno cuando se enfrenta a esas noticias: ¡Pobre hombre! Y luego me sonrojé pensando en mi torpeza de haberte estado enviando —dándote la tabarra semanalmente— mis artículos cuando tú seguramente ni siquiera podías leerlos. Dejé de enviártelos por aquello que cantaba Serrat de «niño, deja ya de joder con la pelota»; me imaginé a Ángel Velasco agarrando un micrófono y cantando: «Niño, deja ya de joder con tus articulitos». Luego supe —porque le he ido preguntando a Emilio durante este último año— que la salud te ha tenido más pallá que pacá. Por eso me alegró doblemente recibir Ese azar que es la memoria, tu libro: «Para Michael, amigo en pausa a causa de la edad y la salud. Un abrazo», habías escrito en la portadilla. Sí, somos amigos en pausa, pero tras los intermedios vienen las segundas partes, el desarrollo y el desenlace de las obras de teatro. ¿Es que no es la vida un teatro y el mundo el escenario en el que la representamos?

Dices de ti mismo, Ángel, ya a tus ochenta años cumplidos, que eres un hombre carente de todo título, pero hay uno del que sé —porque te he leído— que no has dejado de presumir en la intimidad  —y, en público, por primera vez, en Ese azar que es la memoria—: te eligieron vicepresidente del Centro Español, democrático y de trabajadores emigrantes en Alemania, cuando vivías y trabajabas en Múnich, en la década de los años 60. En su órgano rector participaste junto con Paco Rubia —don Francisco Rubia, quien años más tarde sería catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid— y unos cuantos españoles más: Juan Lluc, Agustín Lázaro, Lorenzo Béjar, Teófilo García, Miguel Villalba, Pepe Carchenilla, y tantos otros…



Tengo que decirte que, al igual que tú, yo también he sido emigrante y también en Alemania y en otros muchos países. Pero mi emigración tenía poco que ver con la tuya. Tú te fuiste por necesidad —en tu pasaporte, sellado por la Dirección General de Seguridad, figuraba «profesión: soldador; estado civil: soltero; lugar y fecha de nacimiento: Madrid, 24 - 4 - 1945»—; yo, más por aventura… aunque, no nos engañemos, también porque en el extranjero supe ganarme las habichuelas mucho mejor que en España.

Fuiste niño de barrio-bajo —del barrio de Tetuán en la posguerra— donde abundaban los basureros; monaguillo en el Instituto Oftalmológico; aprendiz de cerrajero, soldador; emigrante en Múnich; soldado en Alcalá de Henares y en el Regimiento Inmemorial del Rey en el Paseo del Pintor Moret, en Madrid; chupatintas en lúgubres oficinas donde conociste a una niña de ojos almendrados; Jefe de Departamento en una gran editorial donde todo el mundo, especialmente los jefes —menos un amigo generoso y con alma de poeta: Emilio Pascual— ignoraron tus poemas y te exigieron tus —inexistentes— habilidades contables para confeccionar presupuestos. El trato con los albaranes, aunque fuesen de colores, fue siempre arduo para ti… Y a eso hay que añadirle tu incapacidad para mentir tantas veces al día por teléfono sobre cuestiones que te avergonzaban todos los días unas cuantas veces. Así lo concluyes tú:

He sido todo cuanto pude y tuve que ser sin haber delinquido y —gracias a la vida— sin estar ayuno de amor. Aleluya, pues.

Pero también eres poeta y escritor, aunque no sean muchos quienes hayan oído tu nombre o te hayan leído. De hecho, yo mismo solo conozco el séptimo de tus libros, Ese azar que es la memoria, ese 7 de 7 con el que Oportet —la pequeña editorial que dirige Uriel Pascual con, supongo, los sabios consejos de su padre: de casta le vendrá al galgo— concluye la reedición de tus obras, la Biblioteca Ángel Velasco: I. Escrito en la emigración; II. Criba de tiempo y palabras; III. Geometrías de la no-memoria; IV. Dos Espejos y un Entretanto; V. Cuadernos incompletos; VI. Enhebrar la luz; y VII. Ese azar que es la memoria.

Tus memorias, tu libro, me han acompañado estos últimos días. Cuando una amiga me preguntó qué andaba leyendo, le mostré Ese azar...  Al ver la portada exclamó que le sonaba a Kafka ¿No era él quien hablaba de una magdalena y una taza de té o algo así? Mi amiga erró en el escritor —no fue Kafka, sino Proust—, pero estuvo muy acertada al identificar el té y la magdalena con los que el novelista francés comenzó a construir un monumento a la memoria personal. 

Me gusta como escribes e intuyo que me encantará conversar contigo cuando reanudemos nuestra personal obra de teatro, quizás un mero entremés vital, porque sé que, ya octogenario, hay muchas cosas que puedo aprender de ti como, por ejemplo, esos fabulosos «vuelos sin motor» que te marcas de vez en cuando en tus escritos. Creo que fue César González Ruano —tan denostado hoy— quien acuñó eso de «vuelo sin motor» para referirse a los artículos que uno escribe sin tema alguno y que tú bien defines en el libro: 

Dejar que las palabras fluyan en pos del pensamiento; dejar que los pensamientos fluyan en pos de las palabras. Hacer literatura con la nada como motivo, inventarse una nada doméstica de lo cotidiano, escribir por escribir, poner el corazón tendido al sol, los sentimientos en las puntas de los dedos, recordar los amores de los pantalones cortos. ¿En qué estanco venden el talento que, además de amarillo nicotina, ponga en los dedos la pulsión viva de quien escribe?

Atrás quedan en tu vida aquellos canteros de pan que compartías con tu tío Leonardo  —un niño grande y desvalido— en Muñoveros cuando eras pequeño; aquellas confidencias sentados en el encintado de alguna calle de Madrid con los amigos de pantalón corto; confidencias de juventud; el casamiento con tu mujer y el nacimiento de tus hijos y tus nietos. Quien quiera conocer parte de tu vida y de la España y el Madrid de la posguerra, de la emigración española de los años 60 y 70 y de tantas otras cosas de las que escribes con esa delicadeza de un poeta que fue cerrajero y soldador, que lea tu libro.

No sé que ocurrirá cuando ya no estés, porque el azar es uno de los nombres del destino —Emilio Pascual dixit—, pero sí te digo ahora y consigno aquí por escrito que a cada uno de tus hijos,  Gustavo, Pablo y Daniel —a quienes ni siquiera conozco— quisiera decirle… ¡pero qué bien habla tu padre de ti! Y eso lo escribo aquí, porque sí y porque es verdad, porque soy consciente de la fragilidad del tiempo y la impredecibilidad de la última función, de ese azar que gobierna la memoria… y la vida.


Michael Thallium

Ese azar que gobierna la memoria… y la vida


Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2025). Ese azar que gobierna la memoria... y la vida. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 3, (CV123). ISSN ed. electrónica: 2952-4105.  https://www.numinisrevista.com/2025/07/ese-azar-que-gobierna-la-memoria-y-la-vida.html

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2 comentarios:

  1. Magnífico Michael, eres un gran generador de ganas ajenas.
    Me has despertado Ganas de conocer a Angel Velasco y Ganas de leer “Ese azar que es la memoria “
    Contigo me asomo a nuevas y gratas ventanas de la vida.
    Un fuerte abrazo y muchas gracias

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    Respuestas
    1. Muchas gracias, Pedro, por tu amable comentario. Y sí, merece la pena conocer a Ángel Velasco.

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