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Los orígenes de la integración latinoamericana

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Los orígenes de la integración latinoamericana

Ayoze González Padilla

Instituto de Filosofía-CSIC


Introducción

A lo largo del siglo XX, los países de América Latina y el Caribe han buscado diversas estrategias de integración regional con el objetivo de enfrentar los desafíos estructurales que históricamente han limitado su desarrollo. Entre estos desafíos destacan el subdesarrollo económico persistente, la dependencia estructural de las economías latinoamericanas respecto a los centros industriales del norte global y la fragmentación política que ha dificultado la consolidación de intereses comunes. En este contexto, la creación del Área Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) en 1960 marcó un paso inicial y significativo en los esfuerzos por promover una economía regional más cohesionada, capaz de fomentar el crecimiento interno, fortalecer los mercados locales y reducir la vulnerabilidad frente al comercio internacional desigual (Bulmer-Thomas, 2003).

Inspirado en los procesos europeos de integración económica, particularmente en la experiencia de la Comunidad Económica Europea (CEE), el ALALC representa un hito temprano en la historia de los mecanismos de cooperación económica en América Latina. Sin embargo, pese a sus ambiciosos objetivos, el proyecto enfrentó múltiples obstáculos, tanto de carácter estructural como político, que impidieron el cumplimiento efectivo de sus metas a largo plazo. Entre ellos, se encuentran las profundas asimetrías económicas entre los países miembros, la debilidad institucional del esquema y la escasa voluntad política para ceder soberanía económica en pos de una agenda común (Devlin & Ffrench-Davis, 1999).

No obstante, el ALALC sirvió como laboratorio inicial para el desarrollo posterior de otras iniciativas regionales, como la ALADI (Asociación Latinoamericana de Integración) y el MERCOSUR, aportando importantes lecciones sobre los límites y las posibilidades de la integración en una región diversa y desigual. Por consiguiente, este texto se propone analizar los orígenes, fundamentos y trayectoria de este primer esquema institucionalizado de integración económica en América Latina, subrayando tanto sus logros simbólicos y prácticos como sus limitaciones inherentes, y atendiendo al contexto histórico, ideológico y económico que posibilitó su gestación.

 

1. Contexto histórico y fundamentos de la ALALC

El surgimiento del ALALC debe comprenderse en el marco de las grandes transformaciones geopolíticas, económicas e ideológicas que marcaron el escenario internacional después de la Segunda Guerra Mundial. En este periodo, los países latinoamericanos experimentaron una creciente toma de conciencia sobre la necesidad de modificar su inserción en el sistema económico mundial, caracterizado por una relación centro-periferia desfavorable, tal como fue conceptualizada por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) bajo el liderazgo de Raúl Prebisch (Cfr. CEPAL, 1951). Así, la CEPAL abogó por un modelo de desarrollo basado en la industrialización por sustitución de importaciones (ISI), con la finalidad de reducir la dependencia de productos manufacturados extranjeros y fortalecer el aparato productivo interno.

En consonancia con estas ideas, se fue consolidando una narrativa regional que destacaba la necesidad de ampliar los mercados nacionales mediante la cooperación intrarregional, favoreciendo la creación de un espacio económico común latinoamericano que sirviera de plataforma para la industrialización. Fue en este clima de creciente interés por la cooperación económica regional que se firmó el Tratado de Montevideo el 18 de febrero de 1960, por iniciativa de siete países fundadores, que son: Argentina, Brasil, Chile, México, Paraguay, Perú y Uruguay. En los años siguientes se sumaron otras naciones como Colombia, Ecuador, Bolivia y Venezuela, ampliando el alcance geográfico del proyecto (Cfr. Tussie, 1987).

El ALALC se constituyó como una zona de libre comercio con una hoja de ruta que preveía la eliminación progresiva de aranceles y otras barreras al comercio en el plazo de doce años. A diferencia de una unión aduanera, no contemplaba la adopción de un arancel externo común ni un grado elevado de armonización de políticas económicas, sino que proponía una liberalización gradual, voluntaria y no discriminatoria del comercio intrarregional. Por ello, este enfoque reflejaba tanto las limitaciones políticas de la región como la voluntad de mantener cierta flexibilidad para acomodar las distintas realidades nacionales (Cfr. ECLAC, 2004).

Como ya se ha señalado, el modelo del ALALC se inspiraba en la experiencia de integración europea, pero con importantes diferencias. Así, mientras la Comunidad Económica Europea se fundaba en principios de supranacionalidad y una voluntad política explícita de integración profunda, el ALALC adoptó un modelo intergubernamental más laxo, donde la cooperación se limitaba a acuerdos bilaterales y mecanismos de negociación entre Estados soberanos. Esta configuración obedecía a una doble necesidad: por un lado, respetar la autonomía de los Estados participantes; por otro, evitar compromisos rígidos que pudieran generar resistencias internas en países con estructuras productivas débiles o intereses económicos divergentes (Cfr. Phillips, 2003).

En suma, el ALALC representó un intento inicial de generar un espacio económico común en América Latina, motivado por las doctrinas cepalinas del desarrollo autocentrado y por el deseo compartido de encontrar una vía regional para el progreso económico. En este sentido, aunque su diseño institucional y su implementación práctica mostraron deficiencias, su creación marcó el inicio de una agenda de integración que, con altibajos, seguiría desarrollándose en las décadas posteriores.

 

2. Funcionamiento institucional y mecanismos de integración

El funcionamiento del ALALC estuvo marcado por una institucionalidad limitada y una arquitectura normativa débil, lo que condicionó de forma decisiva sus posibilidades de éxito. Su estructura institucional se reducía esencialmente a dos órganos: la Conferencia de las Partes Contratantes, que actuaba como instancia máxima de decisión, y la Secretaría Permanente, encargada de la asistencia técnica y del seguimiento de los compromisos asumidos por los Estados miembros (Cfr. ECLAC, 2004). A diferencia de esquemas más ambiciosos como la Comunidad Económica Europea (CEE), el ALALC carecía de instituciones supranacionales con autoridad jurídica para imponer decisiones vinculantes a los Estados, lo que limitaba la eficacia y coherencia de su funcionamiento.

La ausencia de un tribunal regional o de un mecanismo obligatorio de solución de controversias redujo la capacidad del sistema para resolver disputas comerciales o coordinar políticas comunes (Cfr. Tussie, 1987). De este modo, las decisiones adoptadas en el seno de la Conferencia requerían el consenso de los Estados, lo que a menudo paralizaba el proceso ante divergencias políticas o económicas. Además, la Secretaría Permanente tenía un papel técnico limitado, sin capacidad para monitorear el cumplimiento de los compromisos ni para imponer sanciones en caso de incumplimiento (Cfr. Devlin & Ffrench-Davis, 1999).

En cuanto a los instrumentos prácticos de integración económica, el ALALC adoptó una estrategia de liberalización basada en la negociación de listas. Existían tres tipos principales de instrumentos, que son:

-      Listas nacionales de concesiones, mediante las cuales cada país ofrecía, de forma voluntaria y unilateral, reducciones arancelarias a productos específicos provenientes de otros países miembros.

-      Listas comunes, que incluían acuerdos más coordinados para liberalizar de manera conjunta productos considerados estratégicos, aunque su uso fue limitado por las discrepancias en las prioridades productivas de los Estados.

-      Programas sectoriales, orientados al desarrollo industrial conjunto a través de acuerdos de complementación, que buscaban fomentar la producción compartida en sectores clave como el automotriz, el textil o el farmacéutico (Cfr. Bulmer-Thomas, 2003).

Pese a la existencia de estos mecanismos, su aplicación efectiva se vio obstaculizada por varias dificultades. Las fuertes asimetrías estructurales entre países grandes, medianos y pequeños impidieron una liberalización homogénea. Las economías más pequeñas temían verse inundadas por productos más competitivos de los países grandes, lo que generó resistencia a las concesiones mutuas (Cfr. Phillips, 2003). Asimismo, la falta de voluntad política, especialmente ante los costos sociales de abrir mercados protegidos, y el proteccionismo económico de muchos gobiernos nacionales llevaron a la postergación o incumplimiento de los compromisos.

Además, la ausencia de coordinación macroeconómica entre los países miembros imposibilitó el establecimiento de condiciones estables para el comercio regional. La inflación, la volatilidad del tipo de cambio y la falta de armonización tributaria y regulatoria afectaron negativamente la integración productiva. Por consiguiente, como señala ECLAC (2004), «la falta de una política regional concertada hizo que los instrumentos de integración se aplicaran de manera fragmentaria y desarticulada». En definitiva, el modelo institucional del ALALC demostró ser insuficiente para generar una verdadera convergencia económica regional.

 

3. Logros, dificultades y legado del ALALC

Pese a sus limitaciones estructurales y políticas, el ALALC no fue un proyecto completamente fallido. En sus primeras fases se observó un aumento moderado del comercio intrarregional, impulsado por las reducciones arancelarias en sectores industriales específicos. Aunque el comercio entre los países miembros nunca llegó a superar el 10% del total del comercio exterior de la región, este incremento fue significativo como primer paso hacia una apertura intralatinoamericana (Cfr. Devlin & Ffrench-Davis, 1999).

Asimismo, la ALALC generó una serie de efectos positivos en la diplomacia económica y en la creación de una incipiente cultura de cooperación técnica. El proceso incentivó el diálogo político y técnico entre Estados que tradicionalmente habían actuado de forma aislada, y permitió la acumulación de experiencia institucional en materia de integración. Otro elemento a destacar es que también contribuyó a la formación de capital humano especializado en comercio regional, integración económica y planificación industrial, que más tarde participaría en iniciativas como el MERCOSUR o la Comunidad Andina (Cfr. Phillips, 2003).

No obstante, hacia mediados de la década de 1970 el proyecto comenzó a mostrar signos evidentes de crisis y agotamiento. Las negociaciones bilaterales, que eran la base de las listas de concesiones, generaron una estructura comercial fragmentada, con múltiples acuerdos parciales y contradictorios. Esta falta de convergencia normativa y económica debilitó los incentivos para avanzar hacia una liberalización más profunda. Además, las diferencias estructurales entre países grandes como Brasil y México, y países con economías menos desarrolladas, generaron tensiones crecientes en el reparto de beneficios y en la percepción de equidad del esquema (Cfr. Bulmer-Thomas, 2003).

A lo sumo, la situación se agravó por el contexto internacional adverso de los años setenta. La crisis del petróleo, la inflación global y el colapso del sistema de Bretton Woods repercutieron fuertemente en las economías latinoamericanas, que comenzaron a adoptar políticas económicas más orientadas al ajuste estructural, al endeudamiento externo y a la apertura unilateral. En este nuevo clima, los objetivos del ALALC perdieron relevancia y apoyo político (Cfr. Tussie, 1987).

Como respuesta a esta crisis, en 1980 se firmó un nuevo Tratado de Montevideo, que dio lugar a la creación de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). Este nuevo organismo introdujo un enfoque más flexible y gradual, basado en acuerdos parciales bilaterales o plurilaterales, adaptados a los distintos niveles de desarrollo de los países miembros. La ALADI también incorporó una estructura institucional más sofisticada, incluyendo mecanismos más claros para la administración de los acuerdos y espacios de negociación técnica más estables (Cfr. ECLAC, 2004).

De este modo, el legado del ALALC, a pesar de su fracaso parcial, es considerable. Sentó las bases conceptuales e institucionales para los esquemas posteriores de integración, y consolidó la noción de que la integración regional no era solo una opción estratégica, sino una necesidad estructural para el desarrollo de América Latina. Además, permitió identificar los principales obstáculos para una integración eficaz, como las asimetrías, la falta de coordinación y la debilidad institucional, los cuales siguen vigentes en la actualidad.

 

Conclusiones

El Área Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) representó un hito en la historia económica y política de América Latina, al constituir el primer esfuerzo institucional para construir una economía regional integrada a través del libre comercio. Aunque los resultados obtenidos no cumplieron plenamente con las expectativas fundacionales, su importancia trasciende los logros materiales inmediatos. Así, el ALALC sentó las bases conceptuales y técnicas de lo que hoy se reconoce como una dimensión imprescindible del desarrollo latinoamericano: la integración regional como estrategia frente a las limitaciones del modelo dependiente y fragmentado heredado del colonialismo y reforzado por el sistema económico internacional de posguerra (Cfr. Bulmer-Thomas, 2003).

Desde una perspectiva histórica, el ALALC dejó enseñanzas clave para los procesos de integración posteriores. En primer lugar, demostró que no es suficiente con eliminar barreras arancelarias si no existe un marco institucional sólido que garantice el cumplimiento de los acuerdos, supervise su implementación y resuelva los conflictos entre los Estados miembros. En segundo lugar, puso de manifiesto que las asimetrías estructurales entre países —en términos de tamaño económico, capacidad industrial, acceso a financiamiento y grado de desarrollo— pueden socavar cualquier iniciativa integradora si no se abordan mediante mecanismos de compensación y solidaridad regional (Cfr. Devlin & Ffrench-Davis, 1999).

Además, el ALALC evidenció la necesidad de articular la integración económica con estrategias de desarrollo productivo coordinadas, que permitan construir cadenas regionales de valor y fomentar la complementariedad industrial. Sin una base productiva sólida y articulada, la liberalización comercial corre el riesgo de beneficiar solo a los países más fuertes, profundizando las desigualdades internas y regionales. También reveló la importancia de contar con una visión política compartida del proceso de integración, que no dependa únicamente de los vaivenes económicos o de gobiernos particulares, sino que esté sostenida por una institucionalidad legítima, participativa y estable.

Por otro lado, en el plano simbólico y diplomático, el ALALC contribuyó a consolidar una conciencia regional latinoamericana basada en principios de cooperación, interdependencia y soberanía compartida. Fue una experiencia que, a pesar de sus limitaciones, introdujo en el debate público regional la necesidad de actuar colectivamente ante los desafíos del desarrollo, la globalización y la subordinación comercial. Esta idea ha perdurado y evolucionado en esquemas como el MERCOSUR, la Comunidad Andina, la ALBA y la CELAC, todos ellos herederos, en mayor o menor medida, del impulso integrador iniciado en los años sesenta.

Finalmente, en un contexto contemporáneo marcado por nuevas tensiones geopolíticas, desafíos climáticos, crisis económicas y transformaciones tecnológicas, las lecciones del ALALC adquieren renovada relevancia. La integración regional, hoy más que nunca, debe repensarse no solo como un instrumento comercial, sino como una estrategia integral de desarrollo sostenible, justicia social y autonomía estratégica. En este sentido, el legado del ALALC invita a diseñar proyectos de integración que combinen apertura económica con políticas redistributivas, protección ambiental y cohesión social.

Por todo ello, el análisis del ALALC no solo tiene un valor histórico, sino también prospectivo y normativo, al ofrecer claves fundamentales para imaginar una América Latina más unida, resiliente y equitativa en un mundo cada vez más incierto y competitivo.

 

Cómo citar este artículo: GONZÁLEZ PADILLA, AYOZE. (2025). Los orígenes de la integración latinoamericanaNuminis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (AON10). ISSN ed. electrónica: 2952-4105.

 

Bibliografía

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-      BULMER-THOMAS, VICTOR. (2003). The economic history of Latin America since independence (2ª ed.). Cambridge: Cambridge University Press. https://www.cambridge.org/core/books/economic-history-of-latin-america-since-independence/B17A1A0FF5F04F711B04EA2BAEB0AC26

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-      DEVLIN, ROBERT, & FFRENCH-DAVIS, RICARDO. (1999). Towards an evaluation of regional integration in Latin America in the 1990s. CEPAL Review, (68), 39–60. https://ideas.repec.org/a/bla/worlde/v22y1999i2p261-290.html

-      ECLAC. (2004). Open regionalism in Latin America and the Caribbean: Economic integration as a contribution to changing production patterns with social equity. Santiago de Chile: United Nations. https://repositorio.cepal.org/server/api/core/bitstreams/353cdfb7-98f9-4953-bb4f-4cdb6068e45e/content

-      PHILLIPS, NICOLA. (2003). Governance after globalization: The case of regional economic integration in the Americas. New Political Economy, 8(1), 117–132. https://www.jstor.org/stable/3095824

-      SELA, SAMUEL. (1985). La integración latinoamericana: del ALALC a la ALADI. Buenos Aires: Siglo XXI. https://www2.aladi.org/biblioteca/Publicaciones/ALADI/Secretaria_General/Libros_ALADI/Libro_Magarinos_Proceso_ALALC_ALADI_Tomo_2.pdf

-      TUSSIE, DIANA. (1987). The less developed countries and the world trading system: A challenge to the GATT. Londres: Pinter Publishers. https://www.researchgate.net/publication/38989433_The_less_developed_countries_and_the_world_trading_system_A_challenge_to_the_GATT

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