Homenaje a Adrián Santamaría y Jesús Pinto
Jesús
Pinto Freyre fue profesor mío en 2022. Guardo de sus clases prácticas de
Filosofía Política Contemporánea el más grato recuerdo y unos cuantos
aprendizajes importantes que no han hecho sino extenderse cuando nuestra
relación salió de las aulas. Adrián Santamaría Pérez, de quien ya hablé en una
columna pasada, no me dio clase directamente, pero su magisterio se ha hecho
notar desde los primeros compases de nuestro tiempo compartido. Ambos son ya
amigos por derecho propio y su compañía es garantía de buen rollo, bromas
chorras y conversaciones con enjundia. En mi casa se les conoce como “los
doctorandos”, aunque en rigor esta categoría ya no se les aplica. Jesús expuso
su tesis en abril de 2024 y Adrián hizo lo propio hace apenas una semana. Las
palabras que siguen son un homenaje compartido por este logro común. Solo podía
ser, de hecho, compartido, pues juntos conforman un binomio inseparable, como
bien sabe Jesús al afirmar que: “No hay nada que hayamos escrito ambos que no
sea, genuinamente, cosa de los dos” (XIII).
En esta columna-homenaje me propongo
volver al cruce de caminos que se produce entre dos fragmentos de sus
respectivas tesis doctorales. Me refiero a la sección de agradecimientos o
“Nuncupatorio” de la tesis de Jesús (cuyo título es, por cierto, La
violencia de la Guerra Civil en el decir y el hacer. El problema de la
violencia en los discursos de los intelectuales de la generación de 1870) y
al epígrafe “Mínima (e incompleta) filosofía de los agradecimientos” de la
tesis de Adrián (que lleva por título El cómo de la filosofía a partir de un
panorama, una renuncia, una exploración y un ahondamiento).
El nexo entre estos dos momentos de
sus respectivas tesis es el desmontaje de los conceptos de autoría y autor, que
han imperado en la labor de escritura y creación en general desde el siglo XIX,
muchas veces en su versión maximalista: la genialidad. A grandes rasgos, el
autor es lo que Foucault llamaba el “lugar originario de la escritura”, el
kilómetro cero de todo lo que se piensa y se dice. Al autor se le presupone una
cierta originalidad (o absoluta, en el caso del genio) y se le otorga la propiedad
sobe sus ideas y sus palabras, así como sobre la reproducción de los soportes
materiales (libros, formatos audiovisuales…) por medio de los cuales las
expresa. También se le confiere al autor la capacidad de cerrar los
significados y discusiones sobre su obra: si el autor dijo que su obra
significaba esto, estamos deslegitimadas para interpretar esto otro.
Son muchas las críticas que se han
hecho a esta concepción de la autoría, por su carácter simplificador y
fantasioso. Como bien señala Jesús:
Es
constatable, de hecho, mediante un amplio rastreo de la historia de la
producción de conocimiento que no existe creación sin imitación, sin
inspiración, sin redes de dependencia y sin que haya un respeto suficiente a la
propiedad intelectual (siempre queda alguna idea que se tiene por propia y que,
en realidad, es de otro, y que por eso no se cita) (IX).
La
idea misma de que alguien pueda crear ideas ex nihilo no solo es
absurda, atendiendo a los hechos, sino que además oculta todo lo que ha hecho
posible dicha creación de ideas. Hacia ahí apunta Jesús cuando afirma,
matizando la afirmación anteriormente citada:
Esto
no quiere decir, de nuevo, que no haya sido él el que haya juntado palabra tras
palabra, el que haya realizado una labor de investigación; lo que quiere decir
es que, en realidad, no ha estado solo nunca en ese proceso y no ha pretendido
ocultar sus influencias —o, quizás dicho de forma más amable, olvidado que las
tenía—.
Influencias que van mucho más allá
de lo meramente intelectual o académico. No se trata solo de reconocer qué
libros o profesores han tenido algún influjo en el proceso. Todas las personas
que emprenden el camino de la investigación y la escritura son, además y antes
que nada, sujetos con un cuerpo que debe ser mantenido, sujetos afectuosos y
afectados, atravesados por pesares, alegrías, hambre, duda, ira o aburrimiento.
Sujetos móviles que, de manera voluntaria o forzosa, deben desplazase por
distintos espacios, en distintos modos de transporte, con atmósferas diversas.
Sujetos, en definitiva, inter y ecodependientes, en absoluto ajenos a o
desacoplados del mundo que les rodea.
Todo
esto nos lleva, según el comentario que hace Adrián del nuncupatorio de Jesús
en el ya mencionado epígrafe “Mínima (e incompleta) filosofía de los
agradecimientos”, a: “entender la elaboración de un escrito como algo muy
complejo en donde la temporalidad de la investigación (o de un proceso
creativo) no es una que está en relación disyuntiva con la temporalidad
cotidiana” (25). Solo se llega a escribir lo que se escribe merced a toda una
serie de redes de dependencia que van desde los eventos más ordinarios de
nuestra vida cotidiana y nuestras relaciones sociales hasta los más enrevesados
requiebros académicos. Por eso, culmina Jesús: “ese nombre [Jesús Pinto Freyre,
firmante de la tesis], en realidad, debe leerse como una síntesis de todas esas
tramas de dependencia y no como lo que designa a un autor (genial, acertado,
originalísimo…, o todo lo contrario: a juicio del lector queda)”.
Jesús
y Adrián muestran que no basta con anunciar la muerte del autor, como hiciera
Barthes, empoderando al lector y la libre interpretación. Es necesario ir más
allá del mero ejercicio intelectual y reconocer todo aquello en la escritura
que no es escritura, todo aquello en “mí” que no soy “yo” (el yo de quien
escribe), por parafrasear un verso de Jorge Riechmann, referente común de
Jesús, Adrián y mío. De ahí que Adrián concluya lo siguiente: “Con Jesús, sea
como fuere, con su nuncupatorio, la escritura académica emerge a partir del
tránsito y el contagio no por un lugar, sino una multitud de espacios”. Algo
que el propio Adrián también se encarga de hacer explícito con su particular
nuncupatorio, inserto al final de su tesis y titulado “Agradecimientos:
personas, artefactos y espacios que sostienen cuerpos e instauran textos”.
Ahora
bien, en un contexto difuso en el que, si hay alguna autoría, esta no reside en
un individuo, ni mucho menos en un genio, ¿qué actitud le corresponde a la
persona que investiga y junta las palabras, ese que llamamos “escritor” o
“escritora”? ¿Está justificado lo que solemos denominar plagio? ¿Tiene uno
licencia para escribir y publicar cualquier barbaridad que se le ocurra y
descargar alegremente las culpas sobre su red de dependencias? Pensar algo así
sería hacer muy poca justicia al pensamiento y la acción de Adrián y Jesús. Es
este último al final de su nuncupatorio quien nos da la pista de otra actitud
mucho más loable:
Todos
los errores de juicio, de forma o generales que se encuentren en el escrito son,
sin embargo, entera responsabilidad del que esto escribe. Si bien la autoría
por lo que se aporta es enteramente dispersa y compartida, por lo que resta o
por lo que es motivo de error, solo al que pone su nombre detrás del título
está reservada. Así pues, repróchese a Jesús Pinto Freyre y solo a él todo lo
que merezca el calificativo de defecto (XIV-XV).
Después de la autoría individual lo
que queda no es una cacofonía deshonesta, sino la responsabilidad. La
responsabilidad de reconocernos como no-autores de lo que escribimos y de saber
y hacer saber, en la medida de lo posible, nuestros influjos y dependencias (no
puedo insistir más en esto). Pero también la responsabilidad de expresar
nuestras ideas con claridad y hacernos entender lo mejor posible. Y, por encima
de todas las cosas, la responsabilidad de que nada de lo que escribamos
contribuya a reproducir o difundir discursos de odio, a blanquear injusticias o
a inspirar a sujetos políticos indeseables. Implícita o explícitamente, este
sentido de la responsabilidad guía toda la escritura de Jesús y Adrián. He ahí
otra razón más para mostrarles admiración y agradecimiento.
Y así concluye esta columna-homenaje, que no ha pretendido ser otra cosa que una particular enhorabuena a dos novísimos doctores y un pequeño acto de reconocimiento de dos estimados filamentos de mi propia red (micorrícica, por supuesto) de dependencias.
Pavlo Verde Ortega
La responsabilidad de quien escribe (Homenaje a Adrián Santamaría y Jesús Pinto)
Bibliografía
La referencia de Foucault es de "¿Qué es un autor?" y la mención a Barthes de su mítico "La muerte del autor". El verso de Jorge Riechmann aludido pertenece a un poema en su libro Z, que plasmo aquí íntegramente: "Aquello en mí/ que no soy yo, eso que es polen,/ intuición mineral, finta de ardilla,/ el hueco de tu mano: esa vibración/ me apoyo, andamio,/ para el puro existir/ en eso que no es yo". Las tesis de Jesús y Adri, ya mencionadas, son, respectivamente: La violencia de la Guerra Civil en el decir y el hacer. El problema de la violencia en los discursos de los intelectuales de la generación de 1870 y El cómo de la filosofía a partir de un panorama, una renuncia, una exploración y un ahondamiento.
Cómo citar este artículo: VERDE ORTEGA, PAVLO. (2025). «La responsabilidad de quien escribe (Homenaje a Adrián Santamaría y Jesús Pinto)». Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CM50). ISSN ed. electrónica: 2952-4105.




Esta revista está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional
No hay comentarios:
Publicar un comentario