

Un invitado misterioso
—A un adolescente lo pones frente al Quijote o la Celestina y se traba —Jesús hablaba con pasión, porque había dedicado más de treinta años de su vida a enseñar lengua y literatura en un instituto de secundaria de Aguilar de Campoo, un pueblo en la provincia de Palencia, pegado a Cantabria—. Puede pasarle a un adulto también, incluso siendo un buen lector. Aunque básicamente no ha cambiado tanto el lenguaje, porque el Quijote puede leerse hoy perfectamente. Ahora bien, la sintaxis no es exactamente la misma. Así que lo de trabarse le ha podido ocurrir a cualquier adolescente de cualquier época. Cuanto más diestro te vas haciendo en la lectura, mayor será tu comprensión y tu capacidad de concentración… El problema hoy es que si tú no tienes más que esa tablet, esa pantalla a la que asomarte, en lugar de concentrarte, prefieres ponerte a jugar o a entretenerte con una cosa que es ridícula y que está quemando tus neuronas y que no te va a aportar nada. Como todas las cosas que son muy útiles, la lectura es algo que entra muy lentamente, despacio, con mucha paciencia, y al final tienes que aprender a amarlo hasta que te das cuenta de qué es verdaderamente y cómo se goza…
Jesús Medrano almorzaba en El Burgalés con un forastero. Lo había conocido ese mismo día. Lo vio tomar fotos de la Colegiata de San Miguel, en el perímetro de la plaza de España de Aguilar de Campoo y le llamó la atención su indumentaria: sombrero de anea, camisa estampada demasiado llamativa para el mes de mayo o cualquier otro mes del año, chaqueta de lino azul marina, pantalones vaqueros negros, zapatillas de deporte marrones y unas gafas redondas de pasta negra al estilo de Dmitri Shostakovich o Ramón María del Valle-Inclán… Vamos, unos quevedos de Quevedo, pero del siglo XXI. Jesús se acercó para darle los buenos días, una costumbre que aún no se ha perdido en los pueblos, y supuso que por la respuesta y el acento sería alemán. Se equivocó. Luego descubrió que no era alemán, que era noruego —al menos eso le dijo él—, aunque hablaba varios idiomas, entre ellos el español. Y muy bien por cierto, aunque con un acento que lo delataba, pero que tampoco evitaba.
Jesús, al descubrir el interés del forastero por el arte románico, se ofreció para llevarle a descubrir el monasterio Santa Maria La Real, donde él había estado dando clase de lengua y literatura a chavales de entre doce y diecisiete años. El monasterio comenzó a restaurarse a finales de los años setenta del siglo XX. José María «Peridis», por aquella época presidente de la Asociación de Amigos del Monasterio de Santa María la Real, logró junto con sus convecinos que aquella ruina se transformara en un centro de educación, un foco de cultura y un modelo de desarrollo. Dieron vida a aquella frase del filósofo Miguel de Unamuno: «Hasta una ruina puede ser una esperanza».
No sabía muy bien cómo, pero el caso es que los dos terminaron más tarde comiendo en El Burgalés. Jesús se había dado cuenta desde el principio que en aquel extraño había algo «extraño» y atrayente. De que era culto no cabía ninguna duda. Así lo dedujo de sus conversaciones sobre literatura y filosofía. En aquel noruego había algo que desprendía una sensación de confianza y entrega en todas las personas que hablaban con él. Jesús lo había comprobado con él mismo y con las personas con quienes se habían cruzado durante el recorrido turístico por Aguilar de Campoo. Ese forastero hacía que las personas hablaran y que hablaran mucho. Jesús ya le había contado que llevaba seis años jubilado y que su mujer había muerto hacía tres tras una larga enfermedad; que tenía dos hijos, una chica y un chico; que ella era médica y él ingeniero; que llevaba toda la vida leyendo y escribiendo, y que quería escribir un libro de valor, una obra buena… Por eso ahora se encontraban sentados en El Burgalés. Jesús era generoso. Ni le faltaba ni le sobraba dinero.
—Si quieres, vamos a mi casa y te enseño el lugar donde leo y escribo —propuso al terminar el postre—, si tienes tiempo, claro.
El noruego aceptó. Y para allá que se fueron. Y fue allí donde continuaron la conversación con una copa de vino tinto. Jesús le puso a su invitado una copa de cristal que tenía grabada la cabeza de un gallo con el lema de la familia: Galle cane.
—Por las circunstancias, yo y mis hijos tuvimos que enfrentarnos a ese material pesado que trae la vida, que fue la muerte de mi mujer. Y entonces yo les dije a los hijos que mi lema durante toda la vida, aunque no se lo hubiese dicho a ellos, había sido «sigue, sigue; hay que renacer». Y no hay mejor símbolo de ese renacimiento que un gallo, porque siempre tiene que despertar al día y seguir cantando. Así que mis hijos me regalaron esa copa con el lema Galle cane: gallo, canta.
Su invitado sonrió agradeciendo la facundia castellana de Jesús.
—Esta es la copa en que yo suelo beber los días festivos, pero cuando viene un invitado ilustre —el noruego volvió a sonreír con sinceridad— se la ofrezco y también le regalo con mi vino favorito que pongo en esa copa. Este vino es totalmente artesanal —señaló el collarín de la botella con el dedo índice—. Lo hace un amigo mío en Pesquera de Duero, corazón del Ribera. Se llama Julius, el vino, quiero decir. Mi amigo se llama Julio Castaño, el autor de este vino. Y por eso te lo pongo, para que te enteres del vino que hacen en mi tierra.
Ambos siguieron conversando y Jesús le contó que no pasaba un día sin escribir algo en su diario y que todos todos los días, a sus sesentaiséis años, hacía por aprender algo nuevo sobre literatura. Utilizaba YouTube o Spotify. La tecnología le servía para seguir aprendiendo todos los días… En ese momento, el noruego le preguntó cuál era su opinión sobre la inteligencia artificial:
—Pues, mira, es una pregunta hoy ya recurrente. Hace poco estuve en la Feria del Libro de Torrelavega, en Cantabria, y a los que participábamos en una mesa de debate nos hicieron la pregunta de si la inteligencia artificial puede crear y si eso es una amenaza. A casi todo el mundo que le he oído dar una opinión ha sido bastante coincidente con la mía, que es que, bueno, las posibilidades que tenga una herramienta para bien hay que explorarlas. Ahora, no nos engañemos. Inteligencia, sí, ¿artificial? No existe la inteligencia artificial. Existe la inteligencia humana. La inteligencia artificial no puede crear. Ninguna máquina tiene la capacidad de crear a no ser que le de esa orden un ser humano. Ese mito que ya ha explorado la literatura desde hace ya muchísimo tiempo, el que las máquinas se apoderan de nosotros, eso es literatura. Crear no puede crear. Comiendo y bebiendo unos vinos con unos amigos hicimos la prueba de mandarle órdenes a una inteligencia artificial para que compusiera un soneto. Pues bien, no es capaz de hacer un soneto y crear arte. Otra cosa es que te componga un texto hecho de refritos y que a alguien que no entienda puedan darle el pego. Yo estoy por ver que a una máquina que le den unas órdenes para componer un soneto y que lo haga con las mismas condiciones de métrica y rima que yo. He hecho la prueba y lo que sale es una ridiculez. Una máquina no puede crear, no hay más.
El huésped invitado hizo de abogado del diablo y afirmó con una sonrisa maliciosa:
—Por el momento…
—¿Que pueda crear en el futuro? Lo dudo mucho. Sí que podrá hacer cosas muy útiles. Las máquinas no se inventan, no hacen el salto a la creación. No pueden operar sin las órdenes de una persona que ya las haya establecido.
—Y a ti, Jesús, ¿quién te da esas órdenes para escribir?
—No lo sé, algo de dentro —se sonrió—. Me imagino que soy el típico hombre que, como uno nace pequeño y feo y siendo poca cosa, pues dice, joder, yo me tengo que significar con algo —ahora Jesús también se reía— Y, ¡coño! Mira, yo hago una poesía y soy capaz de hacer las cosas para que me quieran y me conozcan. Y quizás al final de todo eso también puede haber algo útil y emocionante que puedes dar a los demás, que es gratis y que da sentido a tu vida.
El noruego, apurando la copa de Julius con el emblema de Galle cane, miró a Jesús en silencio, escrutando el alma de quien tenía enfrente y cambió radicalmente de tercio con una nueva pregunta:
—Jesús, ¿qué es el amor?
—Eso es imposible de definir. No lo sé, no lo sé. No sabría decírtelo en una palabra, nunca lo he pensado. No sé en qué se funda. Te puedo decir, sí, un nombre. Para mí la persona por la que sentí plenamente ese amor se llamaba Lourdes Montero, mi mujer. Eso lo tengo claro. Para mí el amor se llama Lourdes…
—Mira, ese es un muy buen título para esa obra buena que decías que quieres escribir: Para mí el amor se llama Lourdes.
Hubo un silencio. El noruego se levantó y se despidió afablemente, correspondiendo a la generosidad de quien había sido su anfitrión durante apenas seis horas. Jesús, lo acompañó a la calle, donde aquel forastero, a quien tantas cosas le había contado, había aparcado el vehículo que lo trajo a Aguilar de Campoo. Lo vio alejarse en la distancia, como si ese extraño encuentro hubiera ocurrido hacía mucho tiempo…
Jesús regresó a su casa. Vio la mesa con las dos copas vacías. Subió a la buhardilla donde habitualmente se sienta a escribir. En su cabeza resonaron esas palabras: «Ese es un muy buen título para esa obra buena que quieres escribir…». Lo que Jesús Medrano ignora en ese momento es que ese misterioso forastero con el que ha pasado unas horas llegará a su destino final dentro de unos meses, tras el periplo por otros países donde también conversará con otros seres humanos. Cuando el momento llegue, el noruego regresará a Svalvard, se introducirá en las profundidades del hielo, en ese granero mundial de semillas que servirá para reconstruir el mundo si ocurre algún cataclismo. Allí se sentará, conectará un cable de descarga de información en su cabeza y volcará en la fuente todo eso que aprendió en el viaje. Muchos datos, muchísimos, pero uno en especial que cierra el informe «Odiseo 2025» y que Jesús Medrano jamás conocerá: «Viernes, 23 de mayo de 2025. Aguilar de Campoo, España. Varón de 66 años. Dos hijos, hembra y macho. Viudo. Profesor de literatura, escritor. Escribirá una obra buena: Para mí el amor se llama Lourdes. El amor mueve a los humanos. Para quien reconstruya el mundo. Desconexión.»
Michael Thallium
Un invitado misterioso
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2025). Un invitado misterioso. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CV115). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2025/05/un-invitado-misterioso.html




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