

Dice Pedro Sevilla que la muerte es blanca. Yo no lo sé, que aún no me he muerto, pero los poetas tienen esa mirada tan íntima y escudriñadora con la que ven la vida y la muerte, las cosas del hombre, del mundo, de colores que solo ellos ven, aunque cuando nos los revelan amplían la paleta vital de nuestros ojos. Así que si él lo dice, que sabe cantar tan bien los versos del ahora, del ayer y del mañana, y que la ha sentido tan cerca —que le ha dejado en el cuerpo sus dentelladas— y tantas veces, entonces tendrá razón. Es blanca, como las sábanas de los sótanos de los hospitales donde los familiares más allegados van a reconocer a sus muertos para darles quizás un último adiós antes del postrero y definitivo cuando el fuego los convierta en cenizas o la tierra o el cemento del nicho alberguen sus cuerpos.
Hay poetas de luz, como Pedro Sevilla, y también hay pintores. Pintores que pintan la luz y que encuentran un lugar en el mundo para hacer reales esas cosas que a la mayoría de seres humanos se nos pasan inadvertidas. Son pintores que iluminan la vida con esa luz que dice Pedro Sevilla que tenía Alfonso Guerra Calle. El lienzo blanco de la muerte se lo llevó así, tan de repente, en apenas tres o cuatro meses allá por el invierno de 2020. Quedaba menos de un mes para que llegara la primavera, pero se marchó con el invierno y con una sonrisa, justo el día de Andalucía, porque Guerra Calle era andaluz, arcense de Arcos de la Frontera, como Pedro Sevilla o el poeta Julio Mariscal o también el fotógrafo de la luz, Juan Mariscal. Dos Mariscales: tío abuelo el primero, sobrino nieto el otro.
Y fueron Pedro y Juan quienes compusieron un libro lleno de vida, de luz y poesía, para darle lustre a Alfonso: La luz de Guerra Calle, lo titularon. Y así entrambos dejaron al amigo muerto en muy buen papel, en el papel de las páginas de un libro hermoso del que vuele el recuerdo del pintor de la Junta de los Ríos —ese lugar campesino donde se unen el Guadalete y el Majaceite, entre Arcos y Jerez de la Frontera— cada vez que alguien pose sus ojos en él y lo abra y lo lea. Palabras, fotografías y obras: Sevilla, Mariscal y Calle Guerra. Juntos los tres en un mismo libro. Gran poeta, gran fotógrafo y gran pintor de esa patria arcense y chica. Verbo, imagen y lienzos. Y luz. Y blanco y negro. Y más luz y colores…
Cuenta Pedro Sevilla que Guerra Calle murió con la sonrisa puesta, que así se lo dijeron luego los hijos, a quienes el padre, poco antes de morir en una sala blanca de hospital, les había dicho «que la vida es muy bonita y que le gustaría ser recordado por sus cuadros, claro, pero también por su sonrisa». Y Juan Mariscal lo fotografió —retratos luminosos en blanco y negro— serio, misterioso, enigmático, pensativo, observador… porque, para pintar, Alfonso Guerra Calle necesitaba aislarse, rodearse de silencios, aunque la música clásica también lo acompañase mucho en el taller de sus labores. No le importaba el tiempo que tardase en ejecutar un cuadro, porque a cada cuadro hay que darle su tiempo. «A la hora de pintar creo que lo importante es el resultado final», decía.
No sé cuánto tiempo tardaron Pedro y Juan en componer ese libro en memoria de Alfonso, pero el resultado fue luminoso. Cuando mis ojos se posaron en él y lo abrí y lo leí, comprendí que uno ha de arrojarse «con fruición en manos de la vida», hacia adelante y sin perder de vista el blanco de esa flecha que somos.
Michael Thallium
Esa flecha que somos
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2025). Esa flecha que somos. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CV114). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2025/05/esa-flecha-que-somos.html




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