El anonadamiento técnico
Me ocurrió
cuando vi llegar el tren del Metro, el Metro que en Buenos Aires llaman Subte,
en Nueva York Subway, en Londres Underground, en Berlín U-Bahn… En
definitiva, me refiero a ese medio de transporte suburbano con el que las
personas nos movilizamos bajo tierra en las grandes ciudades. Y digo que me
ocurrió cuando vi entrar el tren en la estación. Fue una especie de
anonadamiento. Vi aquella mastodóntica mole de hierro acercarse hasta detenerse
con precisión. Digo con precisión porque no es fácil frenar una mole de más de
cien metros de largo y que supera las 270 toneladas. No solo eso: cada pieza
que compone cada uno de los vagones del convoy cumple su función para que
cuando el tren llegue a la estación abra las puertas y los pasajeros nos
montemos para llegar a nuestros destinos. Ruedas que giran, puertas que se
abren y cierran, luz, voces que anuncian la llegada a la parada. Toda una obra
de ingeniería que pasa inadvertida para la mayoría de personas. A todos nos
importa que el tren llegue a tiempo. Nos fastidian los retrasos, las
incomodidades e imprevistos. Sin embargo, a pocos nos preocupa cuando viajamos
quiénes están detrás de toda esa impresionante obra de ingeniería. Por unos
momentos me quedé anonadado, fascinado.
¿Qué pensaría
alguien de hace un siglo al ver tanta complejidad técnica? La primera línea de
Metro de Madrid se inauguró en 1919; la de Barcelona, en 1924. Poco tienen que
ver aquellos trenes con los de hoy. Y el caso es que, en el fondo, resulta algo
bien sencillo: un vehículo que se mueve y se detiene para transportar personas de un
lugar a otro de la ciudad. Además, lo hace todos los días del año y durante una
media de diecinueve horas al día, es decir, un mínimo de 6.935 horas al año.
Eso multiplicado por el número de trenes por línea y por el número de líneas
que tenga cada red de Metro, son muchas, muchas horas de funcionamiento, de
consumo energético, de gasto y desgaste… y de precisión técnica que haga que
los trenes funcionen debidamente. Todo esto se traduce en dinero, un dinero que
en los países avanzados, en parte, sale de los presupuestos públicos, es decir,
de todos quienes pagamos impuestos. Por ejemplo, en 2024, el Metro de Madrid
tiene presupuestados unos 987 millones de euros; de los cuales 572,8 millones
parten del Gobierno de la Comunidad de Madrid. Muchos millones, muchísimos. Más
de los que ninguno de nosotros, los currelantes de a pie, jamás en nuestras vidas
podremos generar. Peccata minuta.
No nos
perdamos en las cifras. Regresemos a ese anonadamiento técnico que me produjo
la llegada del tren a la estación: cada rueda de hierro —que pesa entre 500 y
800 kilogramos—, cada bastidor que sostiene los juegos de ruedas, las zapatas
de los frenos, las cajas de grasa con los cojinetes que permiten el giro de los
ejes, los raíles, el mantenimiento de los raíles… Detrás de todo esto hay
personas, desde quienes diseñan las piezas que conforman un vagón hasta quienes
conducen el tren. Una cadena en la que intervienen muchísimas personas. Todas
ellas anónimas para los pasajeros, a quienes solo nos importa llegar a tiempo y
que los trenes sean puntuales.
Y luego están
las trifulcas políticas de los ayuntamientos, de las regiones y de los países.
Eso a mí ya no me produce anonadamiento, sino incomodidad, descrédito,
desasosiego, desprecio y cada vez más desafecto. Corruptelas políticas las ha habido y las habrá, al igual que las personas que las consienten. El engranaje
de la sociedad es mucho más complejo que el de un tren... Entre el
anonadamiento técnico y el desafecto político, me quedo con el anonadamiento
que me produjo un simple tren de Metro al entrar en la estación.
Michael Thallium
El anonadamiento técnico
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). El anonadamiento técnico. Numinis
Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CV69). ISSN ed.
electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/07/el-anonadamiento-tecnico.html
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