En la punta de los dedos
Resulta, para la mayoría de personas, algo irrelevante y cotidiano. Todos lo utilizamos a diario. Un dispositivo que hace sonar nuestras voces en la distancia para poder conversar como si nos habláramos al oído, aunque estemos a miles de kilómetros de distancia. Hoy ya incluso hasta podemos vernos las caras mientras hablamos. Si hubiera existido hace siglos, los habitantes de la Gomera no habrían tenido que inventar el silbo gomero.
Quienes nacimos en los años
cuando el teléfono sólo servía para eso, para conversar en la distancia, casi
hemos perdido la perspectiva del tiempo, y nos hemos sumergido —unos más que
otros, bien es cierto— en la inteligencia del móvil. Una inteligencia artificial
que nos facilita la vida tanto casi como nos la dirige. El teléfono multiusos
sirve para muchas cosas: leer las noticias, escuchar música, ver vídeos
estúpidos, aprender, cotillear la vida de los demás, mirar los diagnósticos del
hospital, pagar la compra, comprar billetes de tren o avión, entrar a los
teatros sin entradas de papel, subir al avión sin tarjeta de embarque de papel,
consultar la carta del restaurante... Un dispositivo muy útil que nos
entretiene y distrae nuestra atención. Nos pasamos el día deslizando el dedito
por la pantalla del móvil. Le escuché decir una vez al filósofo Emilio Lledó un
verbo que quizás cuaje algún día: movilear. Lo que pasa es
que en América Latina no lo llaman móvil, sino celular; y allí son muchos más
millones de personas.
Y según a la generación que uno
pertenezca, preferimos llamar o escribir un mensaje para conversar. Hay
personas que se ofenden si las llamas, porque lo encuentran invasivo; otras
preferimos la conversación.
Los móviles son nuestros aliados
y nuestros enemigos, como el cuchillo que corta el pan o te rebana las tripas
según quién sujete el mango, cocinero o matarife. Y para muchas personas, estos
dispositivos artificialmente inteligentes son también un salvavidas: que se lo
digan si no a los ciegos.
Un amigo, al que poco a poco se
le va apagando la vida —a todos se nos va apagando desde que nacemos—, me contó
hace unos meses que utilizaba el teclado del móvil para escribir. Ya no podía
utilizar el teclado del ordenador. La quimioterapia le había entumecido las
manos y había perdido la sensibilidad en la yema de los dedos. Le
resultaba mucho más fácil escribir con el móvil, porque apenas tenía que
ejercer presión con los dedos. Sí, era más lento, pero podía seguir
escribiendo, tarea en la que le iba la vida.
Por eso hoy decidí escribir estas
palabras con el teclado del móvil. Por solidaridad. Más lentamente. Con un
contenido mucho más breve que en otras ocasiones. Soy de escribir al ordenador,
aunque para mi privacidad también dejo el diario con estilográfica. Aún tengo
sensibilidad en los dedos, aunque no estoy muy seguro de que eso sea un
privilegio, porque mi amigo ha acabado en pocos meses más relatos y novelas con
el teclado de su móvil que yo con el ordenador estando en plenas facultades.
¿Será que el tiempo nos apremia a unos más que a otros?
Algún día podréis disfrutarlas,
sus novelas, las de José Antonio Abella, aunque él ya no esté aquí y yo siga
bregando con la vida y la literatura. Os dejo por hoy. Ahora seguid deslizando
el dedito… movileando, celuleando.
Michael
Thallium
En la
punta de los dedos
Cómo
citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024).
En la punta de los dedos. Numinis Revista de
Filosofía, Época I, Año 2, (CV60). ISSN ed.
electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/05/en-la-punta-de-los-dedos.html
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