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Y me tomaste del brazo

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Y me tomaste del brazo

Viernes Santo. Llueve. No es ni orvallo ni tromba de agua. Solo esas gotas dispersas que caen y no cesan, esa lluvia que sin quitaguas termina calando. Salgo a desayunar con mi padre. Es un ritual que hacemos siempre que podemos. El suelo de las calles está mojado. Caminamos. Vaya, resulta que la cafetería donde solemos ir está cerrada. Será por el día que es. Decidimos seguir caminando, por ver si encontramos algún local abierto. Sigue lloviendo. Mi padre lleva el paraguas. Yo me junto a él para no mojarme. Su paso no es ya el de antes. Más lento. Los años se le han ido echando encima. Atravesamos el parque. Subimos una calle. Vamos en silencio. Mientras nos aproximamos a la siguiente cafetería, pienso en el último poemario de José Mateos. ¡Pues sí que estamos buenos! Esta también está cerrada. ¡Se nota que la gente anda de vacaciones! ¿Continuamos? Quizás allí arriba, esa que regentan unos chinos… Proseguimos. El poemario es estupendo: Los nombres que te he dado. Por fin, un local que está abierto. Dejamos el paraguas a la entrada, en el paragüero, y nos metemos en la cafetería. 



Café con leche y tres churros. Mi padre pide lo de siempre, aunque no esté en la cafetería de siempre. ¿Te has tomado la pastilla? ¡Cachis, se me ha olvidado traerla! No pasa nada, papá, pero acuérdate luego de tomártela en casa. Nos desayunamos. Es un ritual que la mayoría de las veces transcurre en silencio. Quizás alguna pregunta sobre alguna noticia o un comentario sobre la compra que hay que hacer o de si tu hermano tal o tu madre cual o tu sobrino aquello. Tampoco es que necesitemos hablar mucho. Quizás nos basta la compañía para decirnos lo más imprescindible, aunque hoy el silencio parece distinto. Veinte o treinta minutos juntos, siempre a la misma hora. Un silencio que algo barrunta. Un querer saber y no saber. Me vuelve a la cabeza Los nombres que te he dado. Pienso en José Mateos. Barruntar es, según recoge Covarrubias, imaginar alguna cosa tomando indicio de algún rastro o señal; dícese metafóricamente aludiendo a lo que el montero discurre vista la barrera donde se ha revolcado el jabalí por cuyas señales conoce el tamaño de la res y por sus pisadas por qué parte ha ido. Barro, barrera… barrunto, esa marca que deja el jabalí en el barro de la que ya ni queda huella en el diccionario. 

Terminamos de desayunar. Mi padre paga la cuenta. Siempre lo hace. Salimos. Sacamos el paraguas del paragüero. Resuena desde Jerez de la Frontera el poema de José Mateos:

 

LLUEVE

 

Las miro:

                gotas de lluvia

en el agua estremecida.

 

Y por fin

todo está bien:

 

no saber nada,

                         saber

que no hay nada que saber.

 

¡Pues sí que llueve, sí! Emprendemos el camino de vuelta a casa. Agarra el paraguas. Comenzamos a caminar. No sé. Lo miro. Déjame que lo lleve yo. Tomo el paraguas. Mi padre se junta a mí para no mojarse. Caminamos pendiente abajo. Agárrate si quieres. Entonces me toma del brazo del mismo modo en que los matrimonios caminan juntos por la calle cuando atrás se les ha quedado la juventud que les impelía a caminar llevados de la mano. Siento su brazo entrelazado con el mío. Es la primera vez. Nunca antes. De pequeño, era yo quien me agarraba de su mano. Ahora siento que es él quien encuentra sostén en mi brazo. Nunca antes. ¿Lo sentirá él así también? No decimos nada. ¿Qué barruntas? Es viernes, 29 de marzo, y es la primera vez. Otra vez vuelve la poesía de José Mateos:


VIERNES SANTO

 

Más que nunca es ahora,

que el idioma se ha roto

y hasta el cielo se pudre,

 

el momento de darse.

 

No le hagas caso al viento:

parte el pan, pasa el vino,

toma la cruz y muere.

 

Sólo el que muere entrega,

sin reservas, su cuerpo.


Vamos bajando la cuesta. En silencio. ¿No será una señal eso de ir cuesta abajo? ¿Qué barruntas? ¿Una recta final? Me sumerjo en mis pensamientos y en el poemario de José Mateos que hoy temprano terminé de leer. Me da pudor a veces leer toda una vida de poesía, cuarenta años en este caso, en apenas un par de días. Me pasó también con Eloy Sánchez Rosillo. Uno lee en poco tiempo los versos que al poeta quizás le hayan costado muchos paseos, tal vez alguna enfermedad, muchas horas, muchos días, acaso años. Y entonces vas tú, mucho tiempo después de que esos versos se escribieran, y los lees en un santiamén. ¡Pero bendito santiamén! Un instante, pero eterno. Abrir el poemario de José Mateos, esos cuarenta años de poesía reunidos, es echar a volar. Él mismo lo dice:


LECTURA

 

El libro sobre la mesa.

Le abro las alas,

y vuelo.


Como yo ahora. Volando bajo la lluvia. Y me pregunto por qué no habré conocido a José antes. Estuvo en Madrid. Vino de Jerez de la Frontera. Subió los cuatro pisos sin ascensor y entró en la casa donde vivo. Conversamos frente a frente. Poco tiempo. No llegaría a dos horas. Recitó algún poema. Se sentó en la misma silla en la que unos meses antes se había sentado Emilio Pascual y en la que, un año más tarde, Emilio Gavilanes también se sentaría. ¿Quién es José Mateos? Casi todo tiene un carácter ilusorio y el 'yo' es quizás lo más ilusorio. José no es nadie. En todo caso es alguien muy por encima de todas esas ilusorias circunstancias, alguien que se ve vivir y que le gusta verse vivir; José es un niño que fue expulsado de su infancia y que busca el tesoro en que consistía aquella infancia a través de las palabras. Sus amigos de toda la vida lo llaman Pepín. 



Una mañana de agosto de 2016. Playa de la Fontanilla, por José Mateos


Unos meses más tarde volví a verlo en Madrid, en el Teatro Tribueñe: ¡Silencio, se piensa! José es también dramaturgo y tiene un hijo actor. Bueno, José es muchas cosas. También es pintor. ¡Eres un crack Pepín!, le dicen. Pinta unas acuarelas preciosas que se destilan en su poesía… o quizás sea al revés: son sus poemas los que se destilan en esas acuarelas. Pinta con palabras como en el Renacimiento. ¿Y por qué no lo habré conocido antes? Siempre en las rectas finales... Últimamente me pasa. Voy conociendo a escritores que llevan ya hecha la mayor parte de esta carrera de fondo que es la vida. Me ocurre también con José Antonio Abella. ¿Por qué siempre llego tarde? Pero, bueno, soy afortunado al menos por haberlos conocido, por haber conversado con ellos. José sabe lo que es el sufrimiento de la enfermedad. Antes lo intuía, pero ahora lo sé, porque en Los nombres que te he dado José ha incluido un poema inédito, Tratamiento y delirio:


La sala se divide en varias partes,

todas acristaladas. Hay dos aseos,

un mostrador para enfermeras

y en la pared, en un tablón de corcho,

hay mensajes de ánimo y carteles 

rotos en los que no repara nadie.

Yo me he sentado al filo de mi vida y mi muerte

dejando el antebrazo disponible.

Con silencio y dolor penetra el fuego

venenoso, la noche diluida

que ha de darle a mi cuerpo algunos años

más de vida…


Por estos cuarenta años de poesía reunida suceden tantas cosas… No sé, cuando hable con José le comentaré lo de aquel poema temprano, Julia Reis, intitulado con el misterioso nombre de una mujer. Me puse a indagar por ver quién era y descubrí que Loquillo había escrito una canción con ese nombre… ¡Y resulta que la letra es el poema de José! Sí, tengo que decírselo. Hay muchas formas de cargarse un buen poema y Loquillo se lo carga con la música y con su voz. Es como cuando uno lee un libro y luego ve la película que han hecho de él. ¡Bah! Donde esté el original que se quite el sucedáneo. Y sigo sin saber quién fue realmente Julia Reis. Resuena en mi cabeza la pregunta sin respuesta de Charles Ives. Así es este poemario, imbricado de muchas preguntas y pocas respuestas:


Yo no sé lo que eres,

ni si eres siquiera:

Santo Horizonte, incógnito

Señor de fuego y niebla…

Los nombres que te han dado

no sirven. 

                 Lo que quieras

que seas —verdad última

o ansiedad de una Ausencia—

¿cómo decirlo?

                           Pero

que mi palabra crezca

de tu silencio como

nace el musgo en la piedra


Vaya, hemos llegado al portal. Aún siento el calor de tu brazo. La lluvia no amaina. Te me sueltas del brazo, se desentrelaza el silencio.  Que no se te olvide tomarte la pastilla ahora cuando subas a casa. Un barrunto. ¿Será que ha comenzado la recta final? Tal vez nunca olvide que es 29 de marzo, Viernes Santo, y me tomaste del brazo.

 

Michael Thallium

Y me tomaste del brazo

 

Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). Y me tomaste del brazo. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CV54). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/04/y-me-tomaste-del-brazo.html

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