Conmemoración del
tricentenario del nacimiento de Kant
Kant a través de Thomas
De Quincey
Traducción y selección de
J.
Camilo Perdomo Morales
Nota del
traductor
Al pensar en Thomas De Quincey y Kant, los asociamos, casi de inmediato, con The last days of Immanuel Kant (1862), pero lo cierto es que el inglés dedicó una notable cantidad de escritos a Kant.
Además de, por
lo menos, siete disertaciones directas sobre su figura y obra, De Quincey
mencionó con detalle la filosofía kantiana en cinco ensayos, por no contar la
infinidad de menciones en otras piezas, y también intentó traducir al inglés
tres obras de Kant. Aquí, por cuestiones de espacio, hemos decidido
presentarles la biografía de Kant y algunas de sus menciones en otros textos de
De Quincey.
No se sabe muy
bien cómo fue el primer acercamiento de De Quincey a la obra kantiana, algunos
sostienen que conocer a Kant era algo casi inevitable dada la prominencia del
filósofo en Europa, pero Kant falleció cuando De Quincey tenía solo 19 años y
aunque para esa fecha ya estudiaba en el Worcester College, algunos ensayos de
De Quincey dan a entender que el conocimiento de la filosofía y el pensamiento
alemán en Inglaterra no era muy amplio.
Parece ser que
el primer encuentro de De Quincey con Kant ocurrió con la Biographia
Literaria (1817) de Coleridge o por el eco de las ideas kantianas en la
Revolución Francesa que llegaron a Inglaterra a través de Wordsworth. Otras
fuentes, sin embargo, sugieren que su interés por la obra kantiana pudo haberse
dado por su afición por la astronomía, llevándolo a adentrarse en la obra del
filósofo alemán a raíz del libro Allgemeine Naturgeschichte und Theorie des
Himmels (1755) que se citaba en un ensayo (1822) de Robert Chambers.
Lo cierto es
que a partir de esta época incrementó el interés de De Quincey por Kant, pues
en diciembre de 1826 hay registros que tomó prestado de la Advocates Library
el libro de Georg Samuel Albert Mellin, Immanuel Kant's Biographie y,
posteriormente, de la National Library of Scotland, los tres libros biográficos
de Borowsky, Jachmann y Wasianski que él tradujo y en los que se basó para The
last days… y la biografía que les presentamos.
Desde ese
momento, Kant se convirtió en una referencia recurrente en la mayoría de sus
escritos, directa o indirectamente, por ejemplo, en muchos de sus trabajos
suele citar Kritik
der reinen Vernunft (1781-1787),
Critik der Urtheilskraft (1790) y Die Religion innerhalb der Grenzen
der blossen Vernunft (1792). Así, parece ser que De Quincey fue uno de los
introductores de Kant al mundo inglés, al presentar estos trabajos en reconocidas
revistas como la Tait’s Edinburgh Magazine, el London Magazine o Blackwood’s
Magazine.
Las primeras
menciones a Kant demuestran que De Quincey comenzó a interesarse por los textos
astronómicos o naturalistas de Kant, como, además del ya nombrado, los trabajos
sobre la edad y la rotación de la tierra. Además de esto, también se interesó
su teoría del conocimiento, que contrastó con las ideas previas que ya sabía,
pues anteriormente se había interesado en otros como Spinoza, Leibniz, Pascal,
Descartes y Hume.
Sin embargo,
al adentrarse cada vez más en su epistemología, De Quincey parece haber
encontrado tres grandes áreas de interés que derivaban de la primera crítica,
la moral, la estética y la existencia de Dios. De la primera ya hablaremos,
pero, respecto a la estética, De Quincey notó ciertas consecuencias derivadas
de la sensibilidad que abordó con mayor detalle en la Crítica del Juicio,
interesándose especialmente por el concepto de lo ‘sublime’. Además de esto,
también encontró un gran interés en la teleología y, respecto a Dios, era un
ferviente creyente en que Kant era totalmente ateo y que tenía un cierto
menosprecio por lo divino al negar todas las pruebas posibles de su existencia.
Por supuesto,
De Quincey también llegó a las obras morales y políticas de Kant, demostrando abiertamente
su desacuerdo, especialmente, en la férrea normatividad del imperativo
categórico y en su filosofía del derecho. Así, De Quincey solía poner a prueba
la moral kantiana en una suerte de examen real, por decirlo así, que no eran
más que ejercicios mentales en los que analizaban cómo se comportaría el sujeto
kantiano en una situación real y cotidiana, resultando, casi siempre, en una
fuerte crítica a su filosofía.
Si bien hemos
podido notar que De Quincey admiraba profundamente a Kant y que, para bien o
para mal, como toda filosofía posterior, mencionaba sus obras para estar a
favor o en contra, sus interpretaciones solían divergir un poco de la
comprensión estándar del filósofo.
Esto es
especialmente notable en sus intentos de traducción de tres obras de Kant, pues
malinterpreta algunos conceptos, como le llegó a suceder también con Schiller. Dos
breves ejemplos de esto, para no entrar en detalles, es que De Quincey solía
traducir Kritik no como ‘crítica’, sino como ‘investigación o, en
ocasiones, tomaba indistintamente los conceptos de ‘imaginación’ y ‘fantasía’.
Aun así, es
claro su interés y predilección por la figura de Kant, al punto de recrear y
legar para el público inglés sus últimos días de vida. Sin más preámbulos, y esperando
ofrecerles un fascinante vistazo a la relación De Quincey - Kant, les
presentamos a continuación siete traducciones para conmemorar el tricentenario
del nacimiento de Kant, justo el día de hoy, y los doscientos veinte años de su
fallecimiento.
Haciendo la
misma suposición que nuestro autor inglés de que toda persona educada
encontrará interesante a Kant, confiamos que estas piezas les abran la ventana
a las interpretaciones única de De Quincey sobre Kant y enriquezcan su
comprensión de ambos pensadores. Que los disfruten.
BIOGRAFÍA
KANT
(Gallery of the german prose classics No. III)
1827 - Blackwood's Magazine
Doy por
sentado que cualquier persona educada reconocerá cierto interés en la historia
personal de Immanuel Kant, un gran hombre que, aunque en una senda impopular, siempre
debe ser objeto de liberal curiosidad. Suponer que un lector es totalmente
indiferente a Kant, es suponer que es totalmente anti intelectual. Además,
incluso si no se lo considera genuinamente interesante, es una de las
hipocresías de la cortesía suponer que sí lo es. Teniendo en mente este
principio, no me disculparé con el lector por entretenerlo con un brevísimo
esbozo de la vida y los hábitos domésticos de Kant extraído de los registros auténticos
de amigos y alumnos. Lo cierto es que, pese a la intransigencia del público de
este país, las obras de Kant no son consideradas con el mismo interés que el
que despierta su nombre, lo cual puede deberse a tres causas: primero, al
idioma en el que están escritas; segundo, a la supuesta oscuridad de la
filosofía que exponen, bien sea intrínseca o a causa del modo particular de Kant
en exponerla; y, tercero, a la impopularidad de la filosofía especulativa,
pues, sin importar cómo se aborde, este es un país que por su estructura y tendencia
de la sociedad, imprime a toda actividad de la nación una dirección
exclusivamente práctica. Aun así, sea cual fuere la suerte inmediata de sus
escritos, ningún hombre de ilustrada curiosidad considerará a Kant carente del
más profundo interés. Medido por una prueba de poder, viz., por el
número de libros escritos directamente a favor o en contra suya, por no mencionar
aquellos que indirectamente ha modificado, ningún otro escritor filosófico, exceptuando
a Aristóteles, podría pretender aproximarse a Kant en la magnitud del influjo
que ha ejercido sobre las mentes de los hombres. Considerando tales
afirmaciones, repito que no es más que un acto de razonable respeto hacia el
lector, suponer en él tanto interés por Kant como para justificar este esbozo
de su vida.
Immanuel
Kant[1],
el segundo de seis hijos, nació en Königsberg, Prusia, una ciudad que por
entonces contaba con unos cincuenta mil habitantes, el 22 de abril de 1724. Sus
padres eran personas humildes y no tenían riquezas, ni siquiera para su propia
posición social, pero pudieron (con la ayuda de un pariente cercano y una pequeñísima
cantidad adicional de un caballero que los estimaba por su piedad y sus
virtudes domésticas) darle a su hijo, Immanuel, una educación liberal. Cuando
era niño, fue enviado a una escuela de caridad y en el año 1732 fue trasladado a
la Real (o Fredericia) Academia. Allí estudió a los clásicos griegos y latinos,
y entabló una cercana amistad con uno de sus compañeros de escuela, David
Runhken (más tarde tan conocido por los eruditos por su nombre latino, Ruhn-kenius)
que duro hasta la muerte de este último. En 1737, Kant perdió a su madre, una
mujer de excelente carácter y de logros y conocimientos por encima de sus posibilidades,
quien contribuyó a la futura eminencia de su ilustre hijo por la dirección que
dio a sus pensamientos juveniles y por la elevada moral con la que lo educó.
Kant nunca habló de ella, sino hasta el final de su vida sin mayor ternura, ni
reconociendo su gran deuda para con su cuidado materno. En 1740, en Michælmas,
ingresó a la universidad de Königsberg. En 1746, cuando tenía alrededor de
veintidós años, imprimió su primera obra sobre una cuestión en parte matemática
y en parte filosófica, a saber, la valoración de las fuerzas vivas. La cuestión
había sido planteada por Leibniz en oposición a los cartesianos y fue
finalmente resuelta aquí tras haber ocupado a la mayoría de los grandes matemáticos
de Europa por más de medio siglo. El trabajo estuvo dedicado al rey de Prusia,
pero nunca llegó a sus manos, de hecho, nunca se publicó[2].
Desde entonces, hasta 1770, se mantuvo como tutor privado de diferentes
familias o dio conferencias privadas en Königsberg sobre el arte de la
fortificación. En 1770 fue nombrado catedrático de Matemáticas y poco después del
curso de Lógica y de Metafísica. En esa ocasión, pronunció una lección
inaugural, De Mundi Sensibilis atque Intelligibilis Forma et Principiis,
bastante notable por contener los primeros gérmenes de la Filosofía
Trascendental. En 1781 publicó su gran obra, Critik der Reinen Vernunft
o Investigación de la Razón Pura. El 12 de febrero de 1804 murió.
Estos son
los grandes momentos de la vida de Kant. Pero la suya fue una vida notable, no
tanto por estos incidentes, sino por la pureza y dignidad filosófica de su
tenor diario. La mejor impresión de esto se encuentra en el relato de Wasianski
sobre sus últimos años de vida, comprobado y apoyado en los testimonios adyacentes
de Jachmann, Rink, Borowski y otros biógrafos. Aquí, lo vemos luchando con la miseria
de la decadencia de sus facultades y con el dolor, la depresión y la agitación
de dos dolencias diferentes, una que le afectó su estómago y otra, su cabeza;
respecto a esta, la benignidad y nobleza de su mente prevalecieron
victoriosamente hasta el final de sus días.
El principal defecto de estas y todas las otras memorias de Kant, es que
informan muy poco de sus conversaciones y opiniones. Tal vez, sus lectores también
estén dispuestos a quejarse de que algunas de las notas son demasiado minuciosas
y circunstanciales como para resultar en un momento indignas y en otros
insensibles. En cuanto a la primera objeción, podría responderse que los
chismes biográficos de este tipo y el escrutinio poco caballeros de la vida
privada de un hombre, aunque no es lo que un hombre de honor preferiría
escribir, puede leerse sin culpa alguna pues, cuando se trata de un gran
hombre, se lee a veces con cierto provecho. Con respecto a la otra objeción, no
sé cómo excusar al Sr. Wasianski por arrodillarse junto a la cama de su
moribundo amigo para registrar, con la precisión de un taquígrafo, los últimos
latidos de su pulso y los esfuerzos de la naturaleza moribunda, excepto suponiendo
que, como persona perteneciente a todas las épocas, Kant trascendía y eximía
cualquier restricción ordinaria de la sensibilidad humana y que bajo esta
impresión el Sr. Wasianski actuó de acuerdo a su sentido de deber público, el
cual, con suerte, habría declinado voluntariamente por el impulso de sus
afectos privados.
FRAGMENTOS
PROTESTANTISMO
1847 - Tait’s Edinburg Magazine
Kant fue la
primera persona, y quizás la última, que se comprometió formalmente a demostrar
la indemostrabilidad de Dios. Demostró que los tres grandes argumentos para la
existencia de la Deidad eran prácticamente uno en la medida en que los otros dos
más débiles tomaban prestado su valor, vis apodeictica, del argumento
metafísico más sólido. El argumento físico-teológico lo obligó a retroceder,
por así decirlo, hacia lo cosmológico y de este a lo ontológico. Después de este
renuente regressus de los tres a uno, cerrándolo como un catalejo que
(con la mano férrea de Hércules fuerza a Cerbero a salir a la luz del día) el
severo hombre de Königsberg arrastró, con resolución, hasta al frente de la
arena, por lo que no hubo nada más que hacer con este predilecto argumento
escolástico, que arrinconarlo y romperle el cuello; cosa que hizo. Kant suprimió
la arrogancia de los tres argumentos, pero si esto es a lo que el Phileleutheros
Anglicanus alude, debió agregar que estos tres, después de todo, eran solo
argumentos de la especulación o de la razón teorética. Kant negó perentoriamente
a esta facultad el poder de demostrar la Deidad, pero luego, esa misma apodeixis
que él le había arrancado inexorablemente a la razón bajo una manifestación, el
mismo Kant la devolvió a otra razón, la praktische vernunft. Afirma así que
Dios es un postulado de la razón humana que se expresa a través de la
consciencia y la voluntad, no demostrable ostensiblemente, sino indirectamente
como algo indispensable y como presupuesto de otras necesidades de nuestra
naturaleza humana. Esto, probablemente, es a lo que el Phileleutheros
Anglicanus se refiere con su expresión «postulados axiomáticos». Pero
entonces, no debería haber afirmado que el caso «no admite prueba formal», dado
que la prueba es tan ‘formal’ y rigurosa con este nuevo método de Kant, como aquella
de los viejos y obsoletos métodos de Samuel Clarke y los escolásticos.
[Nota al
pie] El método de Descartes fue completamente independiente y peculiar
en sí mismo, fue el simple truco de un presdigitador y, sin embargo, lo que resulta
extraño es que, como algunos otros sofismas audaces, haya sido capaz de presentarse
de tal modo que desconcertara al sutil dialéctico y el propio Kant, aunque no
fue engañado, nunca estuvo tan perplejo en su vida como en el esfuerzo de hacer
evidente su vacuidad.
SAMUEL TAYLOR COLERIDGE
1834 - Tait’s Edinburg Magazine
¿Quién puede
leer sin indignación que Kant, en su propia mesa, en la sinceridad social y en la
charla confidencial, dijese lo que dijese en sus libros, se regocijaba ante la
perspectiva de la absoluta y final aniquilación, y que plantó su gloria en la
tumba ambicionando pudrirse para siempre? El rey de Prusia, aunque era amigo
personal de Kant, se vio obligado a lanzar sus rayos estatales hacia algunas de
sus doctrinas, pues le aterrorizaba su avance; de lo contrario, estoy
convencido de que Kant habría proclamado formalmente el ateísmo desde su silla
de profesor y habría entronizado su horrible credo macabro (que profesaba en
privado) en la Universidad de Königsberg. Se requirió la artillera de un gran
rey para detenerlo; su carta amenazadora, o de advertencia, a Kant aún se
conserva. La noción general es que la real lógica aplicada tan austeramente a
la conducta pública de Kant en su silla de profesor, fue de las que mantiene su
fuerza sobre expresión «treinta legiones». Mi creencia personal es que el rey
tenía información privada sobre las últimas simpatías que Kant revelaba en su
charla informal de sobremesa. Bien se conoce el hecho de que el estómago, por
medio de su propia secreción ácida potente, ataca no solo cualquier cuerpo
extraño que se introduce dentro él, sino también que (como Jhon Hunter demostró
por primera vez) a veces se ataca a sí mismo y a su propia estructura orgánica.
Así, con la misma extensión sobrenatural del instinto, Kant llevó adelante
funciones destructivas hasta que las dirigió contra sus propias esperanzas y
promesas de su superioridad sobre el perro, el mono y el gusano. Pero «exoriare
aliquis», estoy convencido de que surgirá algún filósofo y «una honda de algún
brazo victorioso» destruirá al destructor, en la medida que se haya aplicado a
la destrucción de la esperanza cristiana. Porque mi fe es que, aunque un gran
hombre pueda, por una rara posibilidad, ser infiel, el intelecto del más alto
nivel debe construir sobre el cristianismo. Un arquitecto hábil podría elegir demostrar
su poder construyendo con materiales deficientes, pero un arquitecto supremo exige
siempre lo mejor, porque la perfección de las formas no puede evidenciarse sino
en la perfección de la materia.
SOBRE EL
ASESINATO CONSIDERADO UNA DE LAS BELLAS ARTES
1827 - Blackwood’s Magazine
Aunque
Leibniz no fue asesinado, podría decirse que murió en parte por el temor a serlo
y en parte por la vejación de no haberlo sido. En cambio, Kant, que no tenía
ninguna ambición en este sentido, escapó por los pelos, más que cualquier otra
persona, de morir asesinado; exceptuando Descartes. ¡La Fortuna reparte tan absurdamente
sus favores! El episodio se cuenta, creo, en la vida anónima de este gran
hombre. Por razones de salud, Kant se impuso a sí mismo un paseo diario de seis
millas a lo largo de una carretera. Esto llegó a oídos de un hombre que tenía
motivos personales para cometer un asesinato. En el tercer miliario de
Königsberg esperó a su ‘candidato’, quien llegó tan puntual como una diligencia
de correos. Pero, de no ser por accidente, Kant sería hombre muerto. No
obstante, por consideraciones ‘morales’, sucedió que el asesino prefirió a un niño
pequeño, a quien vio jugar en la calle, que al viejo trascendentalista. Así,
asesinó al niñito y Kant escapó. Este es la versión alemana de lo sucedido,
pero, en mi opinión, el asesino, aunque aficionado, comprendió lo poco que ganaría
la causa del buen gusto asesinando a un viejo árido y adusto metafísico que no
daría lugar a la ostentación, pues el hombre no podría parecerse más a una
momia estando muerto de lo que ya parecía estando vivo.
SOBRE LA
SUPUESTA EXPRESIÓN BÍBLICA DE LA ETERNIDAD
1853 - Hogg’s Instructor
¿Qué es un
eón? En el uso y acepción del Apocalipsis, evidentemente es esto, viz.,
la duración o ciclo de existencia perteneciente a cualquier objeto, no
individualmente por sí mismo, sino universalmente por derecho de su género.
Kant, por ejemplo, en un pequeño artículo que alguna vez traduje, propuso y
debatió la cuestión de la edad de nuestro planeta Tierra. ¿Qué quiso decir? ¿Debemos
entender que preguntó si la Tierra tenía medio millón, dos millones o tres
millones de años? En absoluto. Ciertamente, las probabilidades se inclinan,
todas y cada una, a la asignación de una antigüedad mayor por muchos miles de
veces a la que hemos supuesto vagamente extraer de las Escrituras, las cuales,
seguramente, nunca pretendieron abordar una cuestión tan profundamente
irrelevante para los grandes propósitos de las Escrituras, ni alguna especulación
geológica. Pero esto no estaba dentro del campo de la pregunta de Kant. Lo que
él simplemente quería saber era el periodo exacto de todo el curso de
desarrollo que actualmente ocupa la Tierra. ¿Todavía está en su infancia, por
ejemplo, en una etapa correspondiente a una edad madura o en una cercana a la
jubilación? La idea de Kant presuponía una cierta duración promedio de un
planeta de nuestro sistema particular, suponiendo que esta se supiera o se
pudiera descubrir, y siguiendo ese cierto desarrollo asignable a ese planeta en
circunstancias similares al nuestro, ¿en qué periodo particular de ese
desarrollo podríamos concebir razonablemente que nos encontramos nosotros, los
habitantes de este pequeño y respetable planeta Tellus?
VERACIDAD
(caso VI, parte II de Casuistry)
1839 - Blackwood’s Magazine
Kant, en
Königsberg, estuvo rodeado de ingleses y de extranjeros de todas las naciones
(estudiantes extranjeros e ingleses, mercaderes extranjeros e ingleses) y afirmó
que el principal rasgo característico de los ingleses, como nación, residía en
su severísima reverencia a la verdad. Esto, viniendo de él, no era un elogio
menor, pues tal fue el énfasis que puso en la veracidad que sobre esta cualidad
cimentó todo el edificio de la excelencia moral. La integridad general no
podría existir, sostuvo, sin la veracidad como base, ni esa base existir sin
superponer la integridad general.
Esta
opinión, quizás, encuentre muchos adeptos además de Kant. Respecto a nosotros
mismos, podemos afirmar, con sinceridad, que nunca hemos conocido ser humano,
sea niño o niña, que comenzara su vida como menospreciador habitual de la
verdad, que no exhibiera después un carácter conforme a ese comienzo, un
carácter que, aunque superficialmente correcto bajo la firme guía del interés
propio, no tuviera tono moral más bajo y principios más ruines.
Pero esta
honorable consideración por la veracidad en Immanuel Kant, se bifurcó en un
principio de la casuística que la mayoría de personas calificaría de
monstruoso. Ha ocasionado muchas disputas de un lado y otro, pero, como
principio práctico de conducta (lo que Kant pretendía expresar), inevitablemente,
debe ser rechazado, aunque sea solo por entrar en conflicto abierto con las
leyes y la jurisprudencia de toda la Europa cristiana. La doctrina de Kant y el
caso ilustrativo que está implicado, recordémoslo, es suyo propio y era este:
Una cosa tan sagrada, dijo él, es la verdad, que si un asesino, persiguiendo a alguien
con el propósito de matarlo, le preguntase a un tercero por qué camino había
huido el fugitivo, este estaría obligado a darle una información veraz. Y siéntanse
libres de suponer que esta persona fuere su esposa, su hija u cualquier otra
con alguna obligación de amor o deber para con el fugitivo. Ahora bien, esto es
monstruoso y el propio Kant, con todo su cariño paternal por tal doctrina,
ciertamente habría retornado a pensamientos más sensatos bajo estas dos
consideraciones:
1ª. Que,
según todos los códigos legales de Europa, aquel que actuara según el principio
de Kant sería considerado particeps criminis, un cómplice del hecho.
2ª. Que, en
realidad, un principio justo se esconde en el error de Kant, pero un principio traducido
a su propio terreno. No se trata de la verdad individual o personal, ni la
verdad de los meros hechos, sino de la verdad doctrinal — la
verdad que enseña, la verdad que cambia a los hombres y a las naciones—, la
concerniente en el sentido de Kant si él hubiese explicado su propio
significado de manera más clara. Con respecto a esta verdad, dondequiera que se
encuentre, se aplica la doctrina de Kant: que todos los hombres tienen derecho
a ella, que tal vez no hay derecho a suponer que ninguna raza o nación no esté
preparada para recibirla y, en todo caso, que bajo ninguna circunstancia de conveniencia
pueda justificarse retenerla.
J. Camilo Perdomo
Morales
Conmemoración del tricentenario del nacimiento de
Kant: Kant a través de Thomas De Quincey
[1] Por el lado paterno, la familia de Kant era de origen escocés, de ahí
que el apellido Kant fuera escrito Cant por su padre, siendo este un apellido
escocés que aún se encuentra en Escocia. Pero Immanuel, aunque siempre apreció
su ascendencia escocesa, sustituyó la C por una K, adaptándolo mejor a las
analogías de la lengua alemana. (Nota del autor).
[2] A esta circunstancia debemos atribuir el hecho de que fuera tan poco
conocido entre los filósofos y matemáticos de países extranjeros y también al
hecho de que d'Alembert, cuya filosofía estaba miserablemente por debajo de sus
matemáticas, continuara, muchos años después, representando aun la disputa como
una disputa verbal. (Nota del autor).
Cómo citar este artículo: PERDOMO MORALES, J. CAMILO. (2024, trad.). Conmemoración del tricentenario del nacimiento de Kant: Kant a través de Thomas De Quincey. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (AON9). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/04/Conmemoracion-del-tricentenario-del-nacimiento-de-Kant.html
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