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Creer del todo otra vez en la vida

Encabezados
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Creer del todo otra vez en la vida

    Es lunes. Sería un lunes más como otro cualquiera si no fuera porque no lo es. Hoy tengo dos citas. A una es muy probable que no llegue. Hace un par de meses reservé la visita guiada a la Biblioteca Nacional de España. «Descubre la BNE» era el reclamo. No fue fácil obtener la cita. Al parecer, hay mucha gente que también quiere descubrir la Bne. Es justo a mediodía. Ahora sé que, muy probablemente, no llegue a tiempo. La otra cita llegó con posterioridad, perentoriamente, y lo hizo para quedarse. Sé que tendré que pasarme unas cuantas horas en el hospital. Uno está ya en esa edad en la que tiene que acompañar a los padres; antes eran ellos quienes te acompañaban, cuando eras un crío y te tomaban de la mano para amortiguar el susto de la bata blanca y el pinchazo. Ahora soy yo quien acompaña a un padre que poco a poco va volviéndose —sin que uno se dé apenas cuenta— un crío desvalido, vulnerable. Próstata. Análisis de sangre, radiografía de tórax y electrocardiograma. Pruebas preoperatorias. Dentro de media hora saldremos para el hospital.

    Son las 08:48 de la mañana. Suena un ding agudo. La campanilla me avisa de que ha entrado un mensaje de WhatsApp. Lo abro. Es Tomás que me envía un enlace. Le echo un vistazo. Descubro que se trata de su último poemario, El que menos sabe. ¡Qué agradable sorpresa! Acaba de publicarse. Curioseo. Miro en todostuslibros.com y compruebo que hay un único ejemplar disponible en la librería Ammon-Ra de Madrid. Lo reservo y fantaseo con la posibilidad de recogerlo hoy mismo en la librería si finalmente no llego a tiempo para «descubrir» la Bne. Respondo a Tomás: «Hoy que voy a comprarlo. Gracias. Un abrazo, Tomás. ¡Cuánto me alegro de que lo hayas publicado!». Para el bibliómano —impulsivo e impaciente— ciertos libros son piezas que ha de cobrarse con premura y sigilo. ¡Dicho y hecho!

    Ya en el hospital, entre pruebas y salas de espera, entre que si sube o baja a esta o aquella planta, gestiono desde el móvil algunos correos. Según va transcurriendo el tiempo asumo que no llegaré a la Bne y resuelvo que cuando acabemos con las pruebas médicas, saldré disparado hacia la librería para cobrarme la ansiada pieza. Entretanto, me pregunto qué habrá ocurrido para que mi padre ya no sea quien fue. ¡La vida! ¡Eso ha ocurrido!

    De camino a la librería, vuelvo a fantasear con el libro. Este es el primer poemario de Tomás que leeré. Ya he leído, es verdad, otros libros suyos, pero en prosa: Calle Feria, Años de mayor cuantía, La belleza de lo pequeño… La verdad es que cuando un poeta escribe en prosa, las palabras siempre desprenden la esencia de la poesía. Eso le ocurrió a Pedro Salinas cuando compuso aquel espléndido libro en prosa que tituló El defensor, todo un alegato en defensa del idioma y de algunas formas tradicionales de la vida del espíritu. Tomás no es un escritor que escribe poesía. ¡Tomás es un poeta que escribe! ¡Qué ganas de tener ya su poemario entre las manos! ¿Cómo será?

    Bajo del autobús. Tomo el Metro. Salgo del Metro. Me dirijo a la Calle de San Vicente Ferrer. Allí se encuentra la librería. Es una calle estrecha y muy larga. Podría utilizar el móvil para guiarme hasta mi destino, pero no; a los bibliómanos nos gusta cazar al natural, sin artefactos, asumiendo el riesgo de lo imprevisible, de la equivocación, de la aventura. Quizás por eso me recorro la calle de cabo a rabo, desde que empieza en la Calle Fuencarral hasta desembocar en la de Amaniel.  Cuando llego a la librería, me dicen que tengo que esperar hasta las cuatro de la tarde, que el libro está en el almacén. Contratiempo. ¡Bah, no importa! Hago tiempo. Almuerzo. Gestiono con el móvil y regreso a las cuatro. ¡Ahí está el poemario! Lo tomo en mis manos, pago y salgo hacia algún lugar donde leerlo tranquilamente. Está encuadernado en rústica, con guardas negras y una sobrecubierta en ocre que tiene una ilustración de Joaquín Olmo que hace honor a esos versos que dicen: 

 

Si de golpe cayese la dulzura 

del mundo sobre un rostro.

 

    En letras blancas y minúsculas, el título: El que menos sabe; en negro y mayúsculas, el nombre del autor: Tomás Sánchez Santiago. Es el quinto libro de la colección Tercer gesto que coordina el poeta malagueño Rafael Saravia en la editorial Eolas.



 Tomo el autobús de vuelta a casa. En los autobuses públicos, las conversaciones saltan de boca en boca entre dos baches. Casi cuando estoy llegando, cambio de parecer. No, no voy a casa. Bajo caminando por la Puerta del Ángel. Callejeo un poco y me cuelo en la Calle de Doña Urraca. Me meto en el Urraca Café. No sé, quizás saber que Tomás nació en Zamora y que vive en León me ha traído hasta aquí. ¡Qué mejor lugar para leer sus poemas que uno que evoque a la Señora de Zamora! Me siento a una mesa. En la de al lado una niña y un niño de unos cinco y siete años acaban mecánicamente una tarta de chocolate mientras ponen plena atención, hipnotizados, al móvil —su abuelo se lo habrá dejado para que no den guerra— que se alza apoyado en un rebujo de ropas que hay encima de la mesa. Ni se inmutan. No se han percatado de mi presencia. Pido un café con leche… Ahora sí, abro el poemario, huelo su novedad de imprenta. ¡Ay, ese olor a libro recién impreso! Me sumerjo en la cautivadora poesía de Tomás Sánchez Santiago y desaparezco en su hondura, hipnotizado, como esas dos criaturas ensimismadas con el móvil. Los minutos transcurren. Cuando levanto la vista para absorber el eco de unos versos —Nunca he podido olvidarlo. Primera vez sin madre. Así empezó todo.— observo la diligencia de la camarera. La niña, el niño y el abuelo se han marchado. Yo sigo ahí, embebecido con esa conmovedora poesía de lo humilde, de lo olvidado y desatendido que hace más llevadero el aullido del mundo. El café se ha quedado frío. Llamo a la camarera. Le pido una napolitana de chocolate, por aquello de hacer gasto mientras leo:

 

—Quieres que le de un calorcito

—¿Tú qué me recomiendas?

—Hombre, un calorcito le viene bien por el chocolate.

 

    La napolitana llega a la mesa con ese calorcito como de brasero de mesa camilla en los inviernos de Castilla. Reanudo la inmersión en los versos de Tomás para terminar de leer el poemario 

 

antes de que las últimas mondas del día

me reclamen, me vengan a buscar

y a hacerme sitio

allí

donde la luz no cabe

para echar cuentas con otra intimidad.

 

    Pasan las horas y con ellas ha ido sucediendo ese trasiego de personas que entran y salen del café, para quienes seguramente paso inadvertido. Y quisiera, como Tomás, 

 

detener un poco más

en las honduras suburbiales del corazón

el fervor ciego de vivir.

 

    ¡Qué poemario! ¡Qué hondo poeta! Por los poemas de Tomás hay también mucho trasiego humano: el escritor Jorge Praga, la poetisa Natalia Carbajosa, la rumana Ana Blandiana, el escultor y pintor suizo Alberto Giacometti, la pintora y dibujante de la Edad de Plata Delhy Tejero, Antonio Pedrero, ese pintor zamorano que inmortalizó La Golondrina y el espíritu de Claudio Rodríguez junto al de otros tantos, y ese otro pintor zamorano, José María Mezquita, o Manuel Sierra, el pintor vallisoletano de los pájaros de colores, y también ese cirujano y pintor palentino muerto en 2021, Fernando Zamora, el artista visual Raúl Urbina, el ilustrador Benjamín de Pedro, la fotógrafa soriana Encarna Mozas o el pintor leonés Juan Rafael. Tantos nombres que, como yo ahora apurando el frío café, pasan inadvertidos para la mayoría de personas.



Uno no quiere que el libro se acabe, pero se va acabando. Ya no quedan casi páginas, solo esas de una quieta casa ya que a Tomás Sánchez Santiago le trae el recuerdo de la madre muerta, un llorar en letras minúsculas, que culmina en esa nana última y hermosa que deja flotando en el aire algo mal nombrado, algo indefinible, parecido a la palabra madre

Entonces comienza la emersión desde la hondura poética de Tomás Sánchez Santiago. Levanto la vista de El que menos sabe recordando que dentro de tres días, cuando haya entrado ya la estación del fervor y la dulzura vuelva al rostro del mundo, mi padre dormirá en el quirófano soñando creer del todo otra vez en la vida. Para ti eso fue ayer, 21 de marzo, o tal vez hace tanto…

 

Michael Thallium

Creer del todo otra vez en la vida


Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). Creer del todo otra vez en la vida. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CV52). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/03/creer-del-todo-otra-vez-en-la-vida.html

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