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Un vaso de agua

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Un vaso de agua


Dicen que tres días y que incluso hay una «regla del tres»: tres minutos sin oxígeno, tres días sin agua y tres semanas sin agua ni comida. ¿Cuánto puede el cuerpo vivir sin agua? No mucho, aunque eso de la «regla del tres» es muy relativo. Las reglas están bien para memorizar las cosas de forma anecdótica, pero en un asunto como este, supongo, lo que dure uno sin agua dependerá mucho de cada persona. El 18 de abril de 1979, se registró en el Libro Guiness de los récords el caso de Andreas Mihavecz, un joven austriaco que por aquel entonces tenía dieciocho años y que, al parecer, fue encerrado en una celda y, por error, se olvidaron de él durante dieciocho días. Allí permaneció sin bebida y sin comida. Parece ser que pudo beber algo de agua condensada de los ladrillos… El caso es que a los dieciocho días, cuando lo encontraron, estaba casi muerto. ¿Cuánto más habría durado? A saber, pero no mucho más.


Para realmente saber cuánto dura una persona sana sin agua habría que hacer un experimento del que hoy echarían pestes casi todo el mundo. ¡Una salvajada! ¿Se habrá hecho alguna vez? Probablemente, aunque lo esencial de este asunto es que nuestra supervivencia termina a los pocos minutos sin oxígeno, que podemos sobrevivir sin agua algunos días y que sin comida  podemos pasar meses. Después del oxígeno que respiramos, lo más importante para nuestra supervivencia es el agua que bebemos. También es cierto que los alimentos tienen agua; y alguno de ellos, mucha.  Así que quizás un individuo podría subsistir algún tiempo sólo con alimentos. Tampoco es cuestión de ponerse a hacer experimentos. La conclusión es clara: sin agua te vas pronto para el otro barrio.

Quienes vivimos en las grandes ciudades, damos por sentado que abres el grifo y sale agua, tanto fría como caliente. No tenemos que andar kilómetros para recogerla en un cántaro y beberla, por no hablar del aseo personal. Eso, sin embargo, no es tan obvio. Hace falta una asombrosa y compleja obra de ingeniería que dejaría boquiabierto a cualquiera de nuestros antepasados. Tampoco hace falta remontarse muy atrás en el tiempo para encontrar casos de personas que tenían que ir en burro a por agua potable al pueblo de al lado. El gran editor y escritor Emilio Pascual, hijo de zapatero remendón y madre analfabeta, nació en un pueblito —ni siquiera eso, una pedanía— de la provincia de Segovia llamado Tejares —no el Tejares del Lazarillo de Tormes; ese es de Salamanca—, allá por 1948. Hace algún tiempo, me contó que, cuando era pequeño, su abuela lo mandaba en burra a otro pueblo, Fuentesoto, para llenar los cántaros con agua. Lo verdaderamente prodigioso es que de un pueblo sin agua y de una familia tan humilde saliera una cabeza tan privilegiada y portentosa como la de Emilio Pascual.

Ciertamente, es una maravilla levantarse de la cama por la mañana, tomar un vaso, abrir el grifo y llenarlo de agua para refrescar la garganta seca. Un vaso de agua, un sencillo vaso de agua. Luego habrá quien lo vea medio vacío o medio lleno, quien se ahogue en él… Eso son cosas de seres humanos, que añadimos siempre un toque complejo de emoción a lo que hacemos, aunque también otras muchas veces llevamos a cabo nuestros quehaceres como seres inanimados, aparentemente sin emoción.

Cuando la sequía azota, tomamos conciencia del valor del agua. Un mísero vaso de agua puede dar al traste con las aspiraciones y ambiciones del más poderoso y sus secuaces, hacer que quienes se creen superiores tengan que meter el rabo entre las piernas como el perro escarmentado y mendigar agua para subsistir. ¿Por cuánto tiempo? El que haga falta para seguir viviendo. Eso es lo que queremos todos: vivir… y vivir bien. Todo y nada por un vaso de agua.



Michael Thallium

Un vaso de agua



Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). Un vaso de agua. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CV46). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/02/un-vaso-de-agua.html

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