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El son del dolor

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El son del dolor

Una plática casual (en una tarde cualquiera y con el propósito más mundano) es suficiente para recordar lo integral que es el trauma para una persona. El entendimiento colectivo que resuena cuando puntualizamos una experiencia cumbre en la formación de nuestra esencia oscila entre acogedor y cruel. La lucha entre «qué increíble es sentirme comprendido» y «me duele lo mucho que te comprendo» se vuelve crucial en nuestros cimientos.

Se da por entendido (a veces menos consciente en unos que en otros) que existen traumas colectivos más generales y consistentes que otros. Algunas experiencias se condecoran como requisitos para ser parte de ciertos espacios, teniendo como evento estelar la posibilidad de abrir diálogos con una vulnerabilidad imposible de replicar con otros grupos.

Hay traumas que son secretos a voces, que no tienen su espacio de desahogo, de conexión o de trabajo. Su existencia significa un riesgo particular para las rutinas y posturas más cotidianas de los que generaron dichos traumas (en comparación a quienes lo viven, en sombra del dolor). El mantenimiento del estatus social, de las reglas de convivencia y de los encasillamientos estereotípicos de pronto se vuelven el propósito clave, como un acuerdo mutuo, donde tememos la ruptura de la realidad como es conocida. Las jerarquías diseñadas por años de búsqueda de una homogeneidad imposible de obtener y las metas impuestas a partir de pasos construidos con un propósito de catalogación restrictiva.

La costumbre y lo cotidiano del trauma comprendido en grupos particulares no me acoge necesariamente. Confieso la priorización del dolor ajeno sobre el mío, donde me duele más la comprensión del mío por otros que mi propia experiencia con el trauma. Ya que este venga por completo del amor por quienes me comprenden o haya algo de mi ego reprochando no tener experiencias totalmente únicas es un debate para otra ocasión.

Abrazar por completo el dolor compartido a veces hiere más por lo que significa recordar que algunas etiquetas necesitan del dolor para tener injerencia en el día a día (la comunidad disca, trans, neurodivergente o disidente; para mujeres en casi todas las presentaciones, hombres racializados o la familia de clase obrera). Ignorar las consecuencias del trauma sólo propaga un desinterés violento, que presiona cada herida sin propósito de sanarlas.

A veces, escuchar el trauma ajeno es tan eficaz como vernos al espejo. A veces, es como leer una carta escrita por nosotros antes de la tormenta. A veces, es un golpe de realidad y aterrizaje. Siempre va a ser la remembranza del enmarañado que es nuestra vida y crecimiento. Podemos visualizar nuestras experiencias como infinitas en colectivo, o entender cada vivencia como una manera distinta que tiene la vida para experimentarse a sí misma. 

Todo el dolor y aprendizaje, el entendimiento y comunidad, todo lo que fuimos y seremos. Cada experiencia que se impregna en el resto de decisiones, sentimientos y pensamientos, cada suspiro que me abrume y cada pesadilla que me persiga no la agradeceré, pero sí le permitiré la entrada. Sé que me presentará a sus amistades más significativas para compartir lo que fue conocerla, que me ayudará a evitar lo que me puede herir y que me dará una mano para dar un paso más. Sólo quiero dormir tranquilo, sabiendo que su existencia me acompañará siempre sin la intención de dañarme, siendo mi colega viajera.


Daniel Escoto L.

El son del dolor

 

Cómo citar este artículo: ESCOTO L., DANIEL (2024). El son del dolor. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CD7). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/02/el-son-del-dolor.html

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