Latest courses

La voz de Natalia

Encabezados
Print Friendly and PDF


La voz de Natalia

La vi fugazmente en un tren de Cercanías de Madrid. Yo iba leyendo. Alguien entró al vagón. No presté atención, la verdad. De repente, por un altavoz portátil sonó a través de un micrófono la voz de una mujer joven. «Otro de esos músicos que dan la tabarra cantando para que les des unas monedas», pensé. Por su acento deduje que sería colombiana, acaso venezolana. Otra historia más como tantas otras de cientos de miles de personas que abandonan su país para buscarse la vida en otro donde supuestamente tendrán más oportunidades. Dijo unas palabras, que no recuerdo antes de ponerse a cantar. Yo seguía leyendo. Sonó la música. El volumen estaba demasiado alto. «Uno ya no puede leer siquiera en el vagón del tren», me dije para mis adentros. Me molestaba un poco, para qué callarlo. Entonces ella comenzó a cantar. «¡Vaya! Pues no tiene mala voz la chica». Dejé de leer. Enfrente de mí se sentaba una señora algo más joven que yo y que por su aspecto parecía sudamericana; a mi lado, otra señora mayor, española. No podía ver a la chica que cantaba porque se encontraba a unos metros más atrás. Tampoco sentía la necesidad de mirar. Suelo guiarme más por los oídos que por los ojos. Me vino a la cabeza un poema de Eloy Sánchez Rosillo: Mirar es poseer: / todo es tuyo si miras / aunque el ciego te vea / con las manos vacías. Me pregunté: «¿Cómo será? ¿Qué aspecto tendrá? ¿Se corresponderá su voz con su físico…? Tiene una voz bonita. Canta bien. ¿Qué la traería a España? ¿Cuál será su historia? ¿Será feliz?».

Terminó de cantar y, antes de pasar a recoger las monedas, dijo que se la podía encontrar en redes sociales y que en Instagram había que buscarla como «arroba la voz de Natalia». Saqué el móvil, abrí Instagram, la busqué, encontré @lavozdenatalia y la seguí. Todo esto en un instante antes de que ella pasara por los asientos donde las dos señoras y yo nos encontrábamos. Así es la vida digital y la vida misma: un instante, un suspiro. Ellas le dieron unas monedas; yo ninguna. La miré fugazmente y vi su rostro sonriente. Ella probablemente vería a un hombre con un móvil en la mano que no le hizo ni caso. Ignoraba, sin embargo, que mientras ella recogía las monedas de las dos señoras que viajaban a mi lado, yo andaba mirando su Instagram como quien hojea un libro, pero con la determinación de escribir algún día un retazo de su anónima historia. «Lo haré dentro de unos días cuando viaje en tren a Murcia para ver a Eloy», me dije. Así todo quedaría entre vagones.

No he vuelto a mirar su Instagram. Y cuando viajé de madrugada a Murcia, en el tren me venció el sueño. Luego la conversación con Eloy y después la comida con él y su esposa Marili me distrajeron del propósito de coser con palabras el retazo vital de una desconocida. ¡Pero qué buena gente son Marili y su marido! ¡Y qué poeta universal es Eloy! Tampoco escribí nada en el tren de vuelta a Madrid. Anduve enredado con otros menesteres y con el regusto fabuloso de mi encuentro con Eloy Sánchez Rosillo. No obstante, me hice una nota mental: «recuerda escribir algo sobre Natalia».

No ha sido hasta hoy cuando me he sentado a escribir sabiendo que se acerca mi cita de los viernes con Numinis. Unas palabras quizás apresuradas, como ese fugaz encuentro con la chica hispanoamericana que llegó a España seguramente con muchas ilusiones y esperanzas. En el anaquel veo el lomo de Cuentos de fin de año —me está diciendo: ven y vuélveme a leer—, el librito que Ramón Gómez de la Serna publicó allá por 1947 en la colección El lagarto tirado al sol.  Año de posguerra; Gómez de la Serna estaba exiliado en Argentina y a punto de escribir su Automoribundia. Suelo releerlo cuando se acercan estas fechas. Son unos relatos navideños, muy imaginativos, como casi todo lo que salió de la cabeza de don Ramón. Dentro de unos días llegará la Noche Buena y después la Navidad y después la Noche Vieja y después el Año Nuevo. Fechas que a muchas personas no les gustan y que a otras ilusionan, sobre todo a los niños. ¿Con quién pasará las Navidades Natalia? ¿Tendrá un hogar donde compartir un poco de amor? ¿Echará de menos a sus padres, a sus familiares y amigos allá en Colombia? ¿Le habremos decepcionado España y los españoles? Estar lejos de donde naciste es triste a veces. Sé de otra colombiana que se vino a cantar a España hace unos años. Anda por el País Vasco y la conocen como Bárbara La Jirafa.

No sé, quizás jamás escriba siquiera un retazo de su vida. Pero aquí os dejo este esbozo imperfecto, apenas unas conjeturas, de alguien a quien probablemente no vuelva a ver y de quien apenas escuché su voz fugazmente en el vagón de un tren de Cercanías. Una cosa os pido, si la encontráis en Instagram, decidle que pase una Navidad lo más feliz que pueda y un Año Nuevo que le traiga prosperidad. Pero lo más importante: que le deseo una vida dichosa y que siempre, siempre, siempre encuentre su voz. No sé, quizás algún día vosotros también os tropecéis con la voz de Natalia.

 

Michael Thallium

La voz de Natalia

 

Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2023). La voz de NataliaNuminis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CV40). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/12/la-voz-de-natalia.html

Numinis Logo
UAM Logo
Lulaya Academy Logo

Licencia de Creative Commons
Esta revista está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional

No hay comentarios:

Publicar un comentario