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El lenguaje: un salvador fatalista

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El lenguaje: un salvador fatalista

El mundo existe con o sin nosotros. La egolatría de percibir lo verdadero y real sólo como un evento coetáneo a nuestra presencia en éste ha sido cómplice de varios desastres naturales, sociales, personales y de análisis superfluos. La naturalidad de la existencia sigue, nos parezca o no; aún con esta perspectiva, puedo lograr comprender de dónde viene el sentido que suele endiosarnos. Así como la existencia misma es imparable, ésta coexiste con la gracia de ahondar dentro de las observaciones que le hacemos al mundo: inventar historias dentro de lo que conocemos o ir más allá de nuestro mundo visible, todo con la finalidad de generar una estadía más cómoda en nuestra mortalidad; buscar definiciones para comprender aquello que percibimos como real, generándonos un sentido de pertenencia y unión, llevarnos a enfrentar desafíos y disgustos o engendrando en nosotros una necesidad de apelar contra aquellas definiciones, buscando o establecer nuevas; crear nuevos mecanismos, ideologías y teorías que actúan como estrategias de afrontamiento ante la inevitabilidad del fin de la humanidad.

Dentro de los tres puntos antes mencionados, siendo estos el inventar historias, el generar definiciones y el inventar nuevos mecanismos, no se niega que se pueden suscitar conclusiones dignas de un nihilismo desafortunado: «nuestra mortalidad», «sentido de pertenencia», «fin de la humanidad». Comentarios pesimistas, cuya determinación no sería posible si no fuera por la capacidad de comunicarnos, sin el lenguaje. El análisis del mundo, aludido como un escape del inevitable final de quien escribe esto, los que lo lean y quienes han inspirado a esta perspectiva, justo es lo que nos engrana con la existencia. El lenguaje reside en el arte, es la cotidianidad y el sustento de lo que argumentamos; es el medio de comunicación infalible con el resto del mundo y nuestra manera de comprender la confusa pero sencilla existencia. El lenguaje puede ser bello, soso, inútil, provocativo, informativo e inspirador.

Así como existe, persiste, resiste y cambia, el lenguaje no contiene absolutos. Al ser éste nuestro método de entendimiento, el lenguaje no resulta ser unilateral ni individual, requiriendo de cierta globalidad para su comprensión en masa. Pero eso no erradica que nuestras visiones, percepciones, conocimientos, cultura, juicios y deseos personalizan nuestro entender del lenguaje. Wittgenstein, dentro del Tractus Logico- Philosophicus, toca una proposición importante: «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». Es innegable, como antes mencionaba, que el lenguaje condensa a varios sectores poblacionales; el mío puede ser comprendido por gente que hable mi idioma, pero esta generalización puede irse especializando hasta llegar a mis círculos más cercanos o a la gente que haya vivido experiencias similares a las mías. Entre más afinidad exista, mejor será el entendimiento de lo transmitido desde el lenguaje. Así como el mundo sigue, el análisis de éste continuará a través de múltiples herramientas, todas con el factor común del lenguaje.

Hay tanto detrás de la percepción del mundo desde el lenguaje. Sin éste, sin su razonamiento o sensibilidad ante la realidad, nosotros no comprenderíamos nada. A menos puedo asegurarlo desde una perspectiva acuñada en este siglo, esta cultura y mis vivencias. Aunque sé que Wittgenstein, en un principio, sólo identificaba la modalidad tajante del lenguaje con lo descriptivo y lo argumentativo, puede extrapolarse a muchas otras visiones. Sin un entendimiento común del lenguaje, la Literatura no tendría tal impacto en nuestras vivencias, el cine no sería tan representativo de la cultura; sin un lenguaje, no tendríamos Política ni política, tampoco Historia o historia. Sin el lenguaje, ¿qué sería de nuestra identidad o de las relaciones humanas?

Así, resulta pertinente precisar que no por concebir mi lenguaje como una limitante personal para la perspectiva del mundo, sólo existe lo que yo percibo. Mi realidad no es la única real, latente y válida. El lenguaje no es sólo el principio ni es el fin: es el camino entero. Nos acompaña a lo largo de nuestro existir, otorgándonos métodos invaluables para transmitir y ser receptores tanto de objetividades (dentro de lo posible), como subjetividades. Esta vía nos da un sentido de pertenencia, nos empuja a expresar, nos orilla a aprender y nos arrulla en nuestros encuentros rutinarios. Hay tanto por comunicar, tanto por instruir y por lo cual ser instruidos. El mundo tal vez no esté hecho para y por nosotros, pero gracias al lenguaje logramos apropiarnos de nuestra realidad transeúnte; el lenguaje es lo único que subsiste gracias a nuestra existencia. La fatalidad de nuestro mundo es inevitable; por mientras, el único control que tenemos (y nuestro vestigio último como especie) es el análisis del lenguaje.

 

Daniel Escoto L.

El lenguaje: un salvador fatalista

 

Cómo citar este artículo: ESCOTO L., DANIEL (2023). El lenguaje: un salvador fatalistaNuminis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CD1). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/12/El-lenguaje-un-salvador-fatalista.html

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