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Johannes de Dementia, o La filosofía de las costumbres

RESEÑAS
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Johannes de Dementia, o La filosofía de las costumbres

No suele ser de buena guisa que una obra, sea la que sea, se presente mediante una figura etérea, irreconocible, muerta a nuestros ojos y susurrante a los oídos. No creo, sin embargo, que dicha presentación sea superflua, o carente de intención. Por mi parte, el nombre solo es una pieza, una rama desde la que se divisa la copa. Todo lo que sigue a continuación puede verse como una suerte de diario, más bien, unos papeles arrancados que uno se lleva a la playa para escribir poemas a las gaviotas. La necesidad de escribir los siguientes párrafos no es ociosa, se lo puedo asegurar. Sabe, para escribir poemas, relatos o una filosofía de cualquier tipo, hay que estar loco. Suele ser una osadía que alguien sea capaz de escribir algo sin haber pasado antes por un despacho, un título, o por algún trámite honorífico. La originalidad no suele achacarse a los locos, lo que es una verdadera lástima. A veces los locos son los únicos capaces de ver al búho alzar su vuelo en el ocaso. Ruego que me disculpe si alguna vez me desvío, se dice que los filósofos tienen por costumbre nunca responder a las preguntas que se les hacen, aunque no soy, de ninguna manera, un filósofo.

Déjeme contarle, hace no mucho me encontraba en casa de un amigo pintando un cuadro. El motivo de nuestro encuentro consistía en una reunión «artística», donde cada cual estaría trabajando en su obra, ya fuera dibujando, escribiendo o creando melodías en el cordófono más cercano. Mi amigo, en calidad de oyente silente, y al que llamaremos Orfeo, estaba con la mirada clavada y perdida en el mismo sentido en mi cuadro. Surgió entonces una conversación, que será esta obra misma, que trataré a memoria de plasmar aquí.

 

 

ORFEO –Me cuesta mucho entender, querido mío, estas pinturas tuyas.

JOHANNES –¿Qué te turba de ellas exactamente?

ORFEO –Haces cuadros semejantes a fotografías, que parecen como espejos de la casa misma. Ese jarrón de flores, los vasos de agua derramados, el cerezo que se deja ver por la ventana… No digo que no me gusten, pues sabes de sobra la admiración que siento por tu arte, pero siento que podrías hacer cuadros más poéticos y literarios, con toques de ficción. 

JOHANNES –¿Así lo crees?

ORFEO –Desde luego.

JOHANNES –Dime amigo mío, ¿lo que me quieres decir con esto es que sientes que mis cuadros pintan la realidad tal y como es?

ORFEO –Sí, y eso es justo lo que me turba, del mismo modo que lo hacen todos esos cuadros que se conocen como «costumbristas».

JOHANNES –¿Te aterran las costumbres?

ORFEO –Me aterra que la costumbre no tenga literatura.

JOHANNES –Y por tanto te aterra la realidad misma, basada en prosa inanimada.

ORFEO –Gran parte del tiempo, sí.

JOHANNES –Orfeo mío, eres consciente de que la realidad no está al óleo, ¿verdad?

ORFEO –¿A dónde me quieres llevar?

JOHANNES –Según tú, ¿de dónde procede la poesía si es que el mundo es prosa?

ORFEO –Necesariamente de una visión artística, de una mentira literaria que forja el espíritu.

JOHANNES –¿No te parece raro que el espíritu, proviniendo de un mundo sin versos, sea capaz de escribir poesías? ¿Por qué querría engañarnos?

ORFEO –Es raro a mi juicio, puesto que no he indagado ni estudiado el tema. Es casi como un impulso irracional a la belleza del mundo, no sé cómo explicarlo.

JOHANNES –No tienes por qué, a veces los fenómenos son incomunicables. Me gustaría volver a lo anterior, a lo de la realidad tal y como es. Si mi espíritu busca la poesía, ¿por qué crees que pintaría estos cuadros? ¿Dónde está la belleza? Es decir, y esta es la verdadera pregunta, ¿la poesía siempre es una mentira literaria, o, más bien, el camino hacia la belleza del mundo? Piénsalo bien, en tu día a día ves poesía que materializas en obras artísticas pero esa poesía nunca está ahí como algo tangible y universal. Es un fenómeno no categorizable y particular. ¿Y si nunca existió poesía por un lado y prosa por otro? ¿Y si nunca existió esa mentira porque la poesía no es necesariamente ficción sino el mundo mismo? ¿Y si la poesía fuera tan real como la prosa? 

ORFEO –Tengo que procesar estas palabras, amigo mío, aunque creo recordar haber tenido esta conversación en el pasado.

JOHANNES –Es un cuadro de costumbres, pero es que en las costumbres está la poesía. Si no, ¿de qué modo veríamos la poesía en el mundo, o cómo veríamos el mundo como poesía; o cómo nos acercaríamos a ella y por tanto al mundo y sus raíces? Pensar sobre las costumbres es el acto generador de toda filosofía, y la capacidad de toda poesía. Me gusta pintar esta realidad tal y como es porque veo una poesía regresando al infinito. En aquel jarrón veo una emoción, y al pintarlo, al pasarlo por la brocha, se materializa en una poesía que yo sigo viendo eternamente porque la sigo viendo en mi particularidad, aunque dibuje un objeto en su universalidad prosaica. No se agota la poesía. ¿A qué se debe tu risa?

ORFEO –He pensado por un momento: «ha perdido toda cordura», cuando yo soy el primero que se imagina aurigas en el jardín y estrellas en mi techo antes de dormir. Me gusta tu punto de vista, me parece una ironía agradable.

 

A pesar de que el día estaba claro, y el atardecer se dejaba asomar, empezó a llover. Imagino que no hay dios que se agrade con nuestras conversaciones. Tras estos delirios continuamos con nuestra costumbre artística, como si nada hubiera pasado, o como si lo que hubiera pasado no lo pudiera comunicar de ninguna manera capaz de abarcar todo su significado. La literatura, la poesía, parece, ahora, ser incomunicable en su totalidad a través de las palabras, propia del espíritu, pero infinitamente poética, y por tanto capaz de escapar y atravesar a toda costumbre, hasta tal punto que las costumbres se hacen cuadros que son capaces de pensarse a sí mismos.

 

¿Qué es lo que hace que la literatura sea literatura? ¿Qué es lo que hace que el lenguaje que está escrito ahí sobre un libro sea literatura? Es esa especie de ritual previo que traza en las palabras su espacio de consagración. Por consiguiente, desde que la página en blanco comienza a rellenarse, desde que las palabras comienzan a transcribirse en esta superficie que es todavía virgen, en ese momento cada palabra es en cierto modo absolutamente decepcionante en relación con la literatura, porque no hay ninguna palabra que pertenezca por esencia, por derecho de naturaleza a la literatura (Foucault, De lenguaje y literatura).

 

Alejandro Reyes Rimón

Johannes de Dementia, o La filosofía de las costumbres

 

Cómo citar este artículo: REYES RIMÓN, ALEJANDRO. (2023). Johannes de Dementia, o La filosofía de las costumbresNuminis Revista de FilosofíaÉpoca IAño 2, (LIT05). ISSN ed. electrónica: 2952 4105.

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