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En blanco

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En blanco

La vida electoral de uno tiene apenas treintaitrés años. Ni mucho, ni poco. Solo las personas que tienen al menos sesentaidós años de edad pueden presumir de una vida electoral de cuarentaicuatro. Esos son los años que los españoles llevamos votando cada cuatro años en democracia desde 1979. Así pues, la vida electoral de uno es modesta e irrelevante, y más aun teniendo en cuenta que su voto está dentro de ese ínfimo porcentaje que va y viene mínimamente, como barquichuela mecida entre olas de oscilación, entre el uno y el dos por ciento del total de los votos emitidos. ¡Qué irrelevancia cuantitativa! El voto en blanco, lo llaman. Nada curioso.

Más curioso, sin embargo, resulta el modo en que uno evoluciona conscientemente hasta arribar al puerto del voto en blanco. Un viaje de treintaitrés años que, para no cansar a nadie, se resume en una sentencia escueta: «ningún partido me representa». Uno se cansó de votar «en contra de» sin realmente poder abogar «en favor de». Las elecciones se han convertido en eso, en pinzarse la nariz y votar en contra del político de turno que resulta antipático. Votar en blanco, quizás, sea todavía mantener alguna vana esperanza de que alguien escuche la protesta o de que el sistema electoral o democrático cambie. Por eso se toma uno la molestia de acudir a la urna y depositar su voto, para decir tímidamente «me avergüenzo de vosotros».

¿Voto en blanco o abstención? ¿Da lo mismo uno que otra? Quizás votar en blanco suponga que uno acepta todavía las reglas de juego; la abstención, pasotismo. Sin embargo, cuando uno llega al «voto en blanco consciente» afronta el riesgo de cuestionarse la democracia. ¿Es la democracia el mejor sistema o, como muchos dicen, el menos malo? Uno tiene serias dudas. La democracia es una repartición de poderes con la excusa del aval de los electores: «como nos han votado, nos repartimos el pastel y ya veremos dentro de cuatro años».

En la antigua Atenas, lugar al que atribuimos ser cuna de la democracia, había un trebejo que llamaban kleroterion mucho más «democrático» que el sistema actual. En un sistema de partidos como el que impera en España, una vez «ganadas» las elecciones, los cargos se designan a dedo; con el kleroterion, lo hacía el azar, es decir, no se rendía pleitesía ni fe ciega al jefe de filas ¿Es eso más democrático? Actualmente, ningún líder de ningún partido político aceptaría que el azar eligiese los cargos públicos. La disciplina de filas se iría al traste… Aun así, ¿es ese un mejor sistema?

Hace muchos años, casi veinte, apuntó uno un sistema nuevo y escribió un artículo titulado La humanocracia. La palabra entonces, aunque novedosa porque uno creyó inventarla, resulta que ya había sido utilizada por alguien llamado José Giácoma, quien escribió un libro en 1956 sobre economía titulado Humanocracia. Sea como fuere, el caso es que aquel articulillo de principios del siglo XXI —que pasó inadvertido más aún que el voto en blanco— fue el germen de ese voto en blanco del que uno viene hablando aquí.

Frente a progresistas y conservadores, progres o fachas, comunistas o fascistas, radicales o reaccionarios, frente a esa falsa dicotomía entre izquierdas y derechas alimentada por muchos de forma consciente —y por la mayoría inconscientemente o por ignorancia—, uno opta por no participar de esa división. En España, desde 1979, ha habido un grupo de ciudadanos minoritario que ha ido votando primero al PCE, luego a Izquierda Unida, más tarde Podemos y ahora, supuestamente, a un nuevo partido llamado Sumar. Nada nuevo: Izquierda Unida (1992) fue la marca que diluyó al PCE, Podemos (2014) la que diluyó a Izquierda Unida y Sumar la que ha diluido a Podemos. La semilla sigue siendo la misma, por mucho que se diluya: aquel PCE que siempre ha sido minoritario en España. Quizás algún día, la jugada les salga bien con tanto maquillaje. 

No defiende uno una postura minoritaria, casi irrelevante. Simplemente la expresa cuando ve con pasmo el tipo de personas que ocupan muchos cargos políticos de relevancia y toma consciencia de lo que le rodea: se pone el foco en fuegos de artificio, ruido y humo, y no hay donde elegir satisfactoriamente. Por eso uno piensa... y se queda en blanco.


Michael Thallium

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Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2023). En blancoNuminis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CV16). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/06/en-blanco.html

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2 comentarios:

  1. Estupendo artículo. Michael. Yo también me cuestiono la democracia como la panacea de los sistemas políticos. Para mi,
    mejor la aristo-cracia

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  2. Nicolás Gómez Dávila habla mucho de ello en su libro titulado "Textos".

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