Decrecionismo
Hace casi un mes, el quince de abril, cerraron las tres últimas centrales nucleares alemanas de Emsland, Isar 2 y Neckarwestheim. Terminó así, tras medio siglo, la presencia de la energía nuclear en el país. Alemania es, sin lugar a dudas, el país más antinuclear de toda Europa, y en general un país en el que la ideología ecologista más ha arraigado. A diferencia del resto de Europa, donde la energía nuclear se considera limpia al no generar C02 (al coste de residuos tóxicos), en Alemania se percibe como inaceptable para un gran porcentaje de la sociedad.
Cuando comenzó este proceso de desmantelación en los setenta, presionado por los grupos ecologistas, contrastaba fuertemente con la vecina Francia, que apostaba (y lo sigue haciendo) por una fuerte inversión en la energía nuclear. A finales de los ochenta, pocos años después del desastroso accidente de Chernobyl, se dejaron de construir nuevas centrales, pero no había todavía planes de cerrarlas. No sería hasta el 2011, coincidiendo con la fusión de tres reactores de la central japonesa de Fukushima, cuando la canciller Angela Merkel decidió dar el paso e implementar un plan de cierre gradual de todos los reactores.
Sin embargo, el cese de estos reactores no podría haber venido en peor momento, justo en un periodo en el que la dependencia del gas y petróleo rusos han hecho fuertemente dependiente no solo a casi toda Europa, sino especialmente a Alemania. A corto y medio plazo serán los combustibles fósiles quienes llenen el vacío que deja la nuclear. Desde que empezaron a cerrarse centrales nucleares hace doce años, Alemania ha vuelto a quemar carbón en grandes cantidades, en su mayoría en minas de cielo abierto.
Como he insistido en otras ocasiones, había signos de sobra de que Rusia no era precisamente un socio comercial confiable; véase la guerra de Georgia (2008), el asalto de Crimea (2014), y por supuesto la actual e injustificada guerra de Ucrania. Más ahora que, a pesar de las duras circunstancias, el ecologismo no está dispuesto a negociar, y es aquí donde se ve una cara oscura del mismo: el decrecionismo. Definido de forma sucinta como el rechazo a las nociones de crecimiento económico, productivo y humano.
Este sector radical del ecologismo arguye que el bienestar de la naturaleza es prioritario por sobre el bienestar humano, y que por lo tanto se deberían de adoptar medidas extremas cómo el cese total de la extracción de petróleo o carbón, la reducción de la población humana como algo positivo y demás ideas de siniestro corte misantrópico. Estas ideas no pertenecen a un pequeño grupo de iluminados aislados, sino que tienen presencia en la política y en la sociedad; lo podemos ver en la recientemente aprobada prohibición de la venta de vehículos de gasoil en Europa para 2035, o la concepción relativamente frecuente del ser humano como una suerte de plaga para la naturaleza.
Este grupo de iluminados de nuevo cuño tienden a crear un mundo idealizado de tipo pastoril en el que el ser humano convive en perfecta armonía con la naturaleza como en esos poemas pastoriles de la antigua Grecia. Sin embargo, esto es poco más que una imagen fantástica, puesto que el ser humano lleva manipulando, extrayendo y modificando la naturaleza desde su propio origen. ¿Cómo si no se ha de entender la aparición de la agricultura y la ganadería hace más de diez mil años antes de cristo? ¿O la cría selectiva de cultivos y animales?
Algunos ecologistas apuntan a la idea de la sostenibilidad, de que la humanidad no puede crecer porque acabará agotando los recursos. Ante esto yo digo: ¿Acaso las revoluciones tecnológicas e industriales no han generado un consumo cada vez más eficiente de los recursos? Por ejemplo, hace siglos la madera era un preciado bien multiuso; servía como combustible para calentar la casa, cocinar, crear artefactos múltiples, hoy en día no hay apenas necesidad de este recurso, y por ello los bosques se mantienen o incluso han crecido.
En suma, el ecologismo no es ni mucho menos malo en sí mismo, pero sus expresiones más radicales como el decrecionismo, los catastrofistas que anuncian el fin del mundo para la próxima década o los misántropos deberían de ser ignorados. Sus ideas no llevan más que a un mayor estado de pobreza que, del mismo modo, lleva a un consumo más intenso de los recursos naturales.
Sergio Cánovas
Decrecionismo
Cómo citar este artículo: CÁNOVAS, SERGIO. (2023). Decrecionismo. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CD28). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/05/decrecionismo.html
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Muchas cosas que comentar:
ResponderEliminar1) La política de desmantelamiento alemana es, en efecto, un palo de ciego tras otro, sin un plan claro de cómo sustituir el output energético nuclear que ha acentuado la depdendencia del gas ruso y ha llevado a consumir más carbón, combustible contaminante donde los haya. ASÍ no se decrece.
2) El movimiento se llama "decrecentismo", no "decrecionismo".
3) "Este sector radical del ecologismo arguye que el bienestar de la naturaleza es prioritario por sobre el bienestar humano, y que por lo tanto se deberían de adoptar medidas extremas cómo el cese total de la extracción de petróleo o carbón, la reducción de la población humana como algo positivo y demás ideas de siniestro corte misantrópico". FALSO. El bienestar de la naturaleza no es prioritario por sobre el humano según el decrecentismo. Básicamente porque el ser humano ES PARTE de la naturaleza. De lo que se trata es de alcanzar un reequilibrio, porque ahora mismo hay un agente natural (el ser humano) que acapara una cantidad de recursos desproporcionada. Eso no implica menospreciar el bienestar humano, sino lograrlo sin necesidad de un sistema ecocida e insostenible para ello. Se sabe perfectamente que el PIB deja de influir en el bienestar humano a partir de cierto punto e incluso pasa a ser contraproducente. ¿Para qué crecer tanto si con crecer lo justo basta?
https://hbr.org/2019/10/gdp-is-not-a-measure-of-human-well-being
4) "el ser humano lleva manipulando, extrayendo y modificando la naturaleza desde su propio origen. ¿Cómo si no se ha de entender la aparición de la agricultura y la ganadería hace más de diez mil años antes de cristo? ¿O la cría selectiva de cultivos y animales?". CIERTO. Y también los castores modifican la naturaleza con sus presas. Y las plantas al hacer la fotosíntesis. En eso consiste la vida. El problema no está en hacerlo, sino en hacerlo a escala desproporcionada y en contra de los ritmos de recuperación de los ecosistemas y de las leyes de la termodinámica.
5) "¿Acaso las revoluciones tecnológicas e industriales no han generado un consumo cada vez más eficiente de los recursos? ". La tecnología podría optimizar nuestro consumo si no estuviésemos en un sistema crecentista. Es la paradoja de Jevons. Pensar que la deforestación ha disminuido gracias a la tecnología es una ilusión.
https://www.nationalgeographic.es/medio-ambiente/deforestacion
https://attac.es/antonio-turiel-tenemos-que-evitar-caer-en-la-trampa-de-las-falsas-promesas-tecnologicas/
https://www.youtube.com/watch?v=rsGQ6I_laA4
6) El ecologismo (al menos el que yo defiendo) no es misantropía, sino defensa de la justicia social para todos los seres humanos, junto a los seres no humano, en el marco de una Tierra habitable y biodiversa.
Estimado Gato:
Eliminar2) 'decrecionismo' o 'decrecentismo'... el decrecimiento de toda la vida.
3) ¿Quién determina lo justo de crecer?
5) Volvemos a un asunto interesante: ¿qué es justicia social y, sobre todo, quién la imparte?
La cuestión es alcanzar un punto de equilibrio en el que las técnicas "manipulación" de la naturaleza sean proporcionales a sus ritmos de recuperación. Esto también pasa por hacer un buen reparto de los recursos, en vez de ser monopolizados por una minoría (la sociedad occidental) que decide los objetivos y los métodos de su explotación. Es cierto que muchos ecologistas plantean la necesidad de una etapa de austeridad para revertir los innumerables daños que hemos causado al planeta. Pero esto no significa que prioricen a la naturaleza sobre la humanidad, simplemente consideran que es un proceso necesario para llegar a sistemas más sostenibles en los que no se promueva el crecimiento ilimitado, sino concepciones más circulares de la producción y la economía.
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