¿Dónde están las musas?
Desde el primer día que inicié la escritura de esta columna, una inquietud recorría el fondo de mi mente. ¿Y si un día me quedaba sin ideas? ¿Qué haría cuando las musas decidieran abandonarme y tuviera que quedarme abandonada al frente de un teclado? Ese miedo subyacente, esa vibración ansiosa que sonaba en mi abismo cerebral tuvo amagos de respuesta. En cuanto la pregunta inundó mi cabeza, la reflexión se puso en marcha y tomó como objeto la inspiración misma.
Al
no encontrarme inspirada acerca de ningún tema concreto, he decidido forzar una metainspiración.
Ella contiene volutas interrogatorias acerca de cómo nuestra mente filtra qué
nos engancha y qué no; por qué hay algunos temas que resultan fructíferos en la
actividad reflexiva y otros que se pierden en el vacío de la conciencia. ¿Qué
hace que un tema se fije en nuestra memoria? ¿Acaso el proceso de la
inspiración es el mismo para todos?
Creo
que una parte importante acerca de lo que nos permite avanzar en el proceso
creativo es la seguridad. A veces generamos una pregunta o una inquietud
—motores de la investigación y de la creación—, pero no consideramos que
nuestra voz deba ser oída. O quizá lo desechamos porque consideramos que no
tenemos suficiente conocimiento, valentía o interés en hablar sobre ello. A
veces sentimos que las preguntas que nos hacemos o los temas sobre los que
decidimos escribir, pintar, cantar, hablar, son estúpidos. El miedo al rechazo
o indiferencia de corte social es un factor muy importante en lo que concierne
a la inspiración. Dicho así, parece como si el proceso de inspirarse fuera
consciente. No tiene porqué. A veces la mente queda en blanco y no sabemos
identificar los motivos. Pero el factor social no se puede sacar de la
ecuación.
En
lo que respecta a la filosofía o a las actividades de creación más académicas,
la bibliografía muchas veces se pone entre medias de una idea y nosotros. Me
refiero a que a veces una siente que no ha leído suficiente para opinar acerca
de un tema. La sombra intelectualista de la academia se posa sobre nosotras y
nos sentimos pequeñas e ignorantes. Hablo de esa ignorancia que te tapa la boca
con cinta aislante, no aquella que te hace sentir libre y sabia, a la manera
socrática. Siempre se puede leer más, siempre se puede saber más. Pero eso constituye
también una oportunidad de aprendizaje y de descubrimiento. Para el filósofo,
ello debería ser una alegría, siguiendo la línea etimológica del vocablo como
enamorado de la sabiduría.
El
caso es que la inspiración no puede estar sino ligada a aquello en lo que nos
sentimos socialmente reconocidos. Lo que se crea tras o mediante el proceso de
dominio de las musas no tiene sentido si el producto es tan solo para uno. La
obra nace siempre para ser contemplada en amplitud. La mirada que le deposite
su creador nunca basta. Se requiere de otros ojos, oídos, bocas, cuerpos… que
presencien el producto creativo. No parece descabellado ligar la inspiración al
hecho de que siempre es necesario un público apreciador. Es evidente que en una
sociedad en la que falten fanáticos y críticos de
arte-entretenimiento-academia, siempre será difícil hallar a las musas.
María Sancho de Pedro,
¿Dónde están las musas?
Cómo citar este artículo: SANCHO DE PEDRO, MARÍA. (2023). ¿Dónde están las
musas?, Año 2, 2023, Revista de Filosofía Numinis (CL25). https://www.numinisrevista.com/2023/03/donde-estan-las-musas-maria-sancho-de.html
Esta revista está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional
Más claro imposible. Lo de la biibliografía es una de las grandes lacras de la academia actual
ResponderEliminar¡Sí lo es!
EliminarQue la inspiración esté ligada a un sentimiento de apreciación social es algo muy potente
ResponderEliminar