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SF: sembrando mundos posibles

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Alternativas al monopolio de la megaciencia

La ciencia goza en nuestras sociedades de un estatus que roza, en ocasiones, lo teológico. Son innumerables los titulares que nos asaltan con la última y flamante demostración o invención científica. Asimismo, la coletilla «está científicamente probado» sirve de comodín para cerrar triunfante cualquier discusión. No es menos infrecuente escuchar ante los problemas derivados del cambio climático o la crisis energética frases como «la ciencia lo resolverá» o noticias que celebran la pronta solución de la ciencia a estas aparentes encrucijadas.

Estos titulares y afirmaciones pueden resultan más o menos banales, pero lo que es innegable es que buena parte del quehacer científico contemporáneo se presta a este tipo de ínfulas ya desde sus mismas intenciones. Pensemos en el sueño colonial marciano abanderado por SpaceX, los numerosos proyectos de lograr una fusión nuclear eficiente y asequible, las distintas actividades del CERN (cifras en francés de «Consejo europeo para la investigación científica») en su faraónico laboratorio ginebrino, la gran tarea del Proyecto Genoma Humano... No cabe duda de que la prensa puede pecar de sensacionalista al tratar la actualidad científica, que los recién mencionados ejemplos encabezan. Ahora bien, tampoco es menos cierto que se trata de una ciencia en extremo ambiciosa, necesitada de resultados y amante de la visibilidad, lo cual es el caldo de cultivo perfecto para la hipérbole divulgativa.

Estos proyectos que acabo de nombrar comparten bastantes más cosas además del hecho de ser combustible (muchas veces gustoso) del periodismo científico o generalista, ávido de noticias espectaculares. Todos ellos engrosan las filas de lo que se ha dado en llamar Big Science o, puestos a españolear, megaciencia. Esta nació a mediados del siglo XX en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Consiste, como su nombre indica, en proyectos científicos de una gran envergadura como lo reflejan los siguientes aspectos:

1)     Gran cantidad de financiación (ya sea estatal o privado).

2)     Abundante capital humano cualificado.

3)     Tecnología puntera y (frecuentemente) de grandes dimensiones.

4)     Laboratorios e instalaciones de gran extensión.

La relevancia pública de las diversas andaduras megacientíficas es tal que a veces pareciera que megaciencia y ciencia se hubiesen vuelto hoy coextensivas. Así se explica que pensemos habitualmente en «la ciencia» como un ámbito de potentes respuestas y resolución de problemas gigantescos con vistas a un futuro en el que la tecnología habrá resuelto todos nuestros quebraderos de cabeza sociales y ecológicos y el mundo, el universo entero quizás, habrá dejado de ser un misterio.

Sin embargo, los inconvenientes de esta fe en la (mega)ciencia son evidentes. En primer lugar, su concepción de la ciencia es demasiado chata y peca de un optimismo exacerbado con respecto a las posibilidades reales de la misma. Además, la megaciencia nació en un estrecho vínculo con el Estado y el ejército que se mantiene hoy en día y muchas de sus ramificaciones no militaristas (pienso sobre todo en los proyectos de colonización espacial) reproducen un peligroso esquema de dominación y control.

No creo que la respuesta a estos problemas pase por la total desaparición de la megaciencia, pues en ocasiones puntuales la necesitamos (véase el caso de la investigación para encontrar la vacuna contra el covid-19), pero es preciso, primero, depurar sus elementos más militaristas y su voluntad omniabarcadora y, segundo, reivindicar que existe otro tipo de ciencia. Hablo de la small science o ciencia pequeña (aunque mi traducción favorita es «ciencia de pequeños pasos»): todas aquellas actividades científicas (la mayoría) de presupuestos bajos y equipos, materiales y laboratorios de tamaños reducidos. La diversidad de este conjunto de ciencias de pequeños pasos es tal (pues englobaría incluso a científicos aficionados) que resulta imposible sintetizarla en este espacio limitado. Por eso quisiera centrarme en un tipo concreto de small science: la SF.

Este concepto, acuñado y difundido por la filósofa y científica Donna Haraway, son las siglas en inglés de ciencia ficción (science fiction), fabulación especulativa (speculative fabulation), figuras de cuerdas (string figures), feminismo especulativo (speculative feminism), hechos científicos (scientific facts) y hasta ahora (so far). Se trata de un “método de rastreo”, práctica y proceso a la que vez, (Haraway, 2019: p. 22) para evaluar el presente y aprender a construir un mundo multiespecies donde todas las criaturas puedan devenir-con, vivir y morir bien. Sus bases son la biología, las ciencias ambientales, la geografía, la antropología… combinadas con una visión política feminista, decolonial, ecologista y/o antiespecista y coaligadas con la ciencia ficción y otras formas de ficción especulativa.

En vez de centrarse en proyectos gigantes y con objetivos ambiciosos y que aspiran a desbordar su contexto, la SF reivindica lo local, lo presente/acuciante, lo práctico aquí y ahora. En consecuencia, procura evitar tanto la fe en la tecnología y el progreso como el inmovilismo pesimista y se decanta por prácticas en las que late la ficción especulativa como elemento generador de un marco de actuación imaginativo y novedoso, el activismo político como motivación transformadora de fondo y la investigación científica como eje vertebrador del proceso.

Gracias a esta combinación, consigue liberarse de parte del rigor mortis de la megaciencia, abriéndose a la fabulación, el juego, las causas sociales y la no-ciencia en general como parte de su labor científica. De ahí los múltiples sentidos de SF y la diversidad de sus prácticas. Veamos a continuación dos de ellas para ejemplificar mejor en qué consiste:

1)   La asociación Patrik Mürner-hongos. Este micólogo suizo es consciente del potencial de muchos hongos para afrontar la crisis ecológica y de materiales. Por eso ha iniciado una colaboración con ellos en distintos proyectos como la regeneración del suelo contaminado de una planta industrial abandonada en Lucerna o la elaboración de materiales orgánicos para la arquitectura. Si bien Mürner no se ubicaría a sí mismo dentro de las prácticas SF, lo cierto es que su labor encaja perfectamente en ellas. A fin de cuentas, trata a los hongos como especies de compañía, según la nomenclatura de Haraway que Anne Tsing (2012) hace extensible al reino Fungi, y, al hacerlo, el micólogo y sus hongos compañeros entran en una relación de devenir-con social y científicamente motivada que bien puede redundar en una mayor justicia medioambiental multiespecies.

2)  Las biofabulaciones de Ursula K. Le Guin y Robin Wall Kimmerer. La primera, referente incuestionable de la ciencia ficción, contribuye al acervo SF con su cuento «El autor de las semillas de acacia». Se trata de una elocuente reflexión sobre la forma en que estudiamos a los animales y las plantas. En concreto especula en torno a simbiosis entre las hormigas y las acacias y se pregunta cómo se inició y cómo se mantiene. Asimismo, en dicho cuento imagina una sociedad de lingüistas que estudian las habilidades comunicativas de estas criaturas. Otro tanto hace la botánica Robin Wall Kimmerer en su texto sobre el pino albar para el volumen colectivo The mind of plants [La mente de las plantas] (2021). Allí pasa de exponer datos relativamente asimilados en la comunidad científica sobre la conducta adaptativa de estos árboles a fabular sobre la posibilidad de una literatura arbórea inscrita en las vetas de su madera. Tanto en este caso como en el de Le Guin es importante entender que estas salidas imaginativas no son una suspensión de la cientificidad, sino una puerta abierta a nuevas hipótesis e investigaciones científicas.

Las sendas SF son numerosas y están siempre abiertas a nuevas direcciones. Frente a la estrecha concepción de la realidad como una mesa de operaciones en la que el sujeto humano se impone a sus objetos de estudio, la SF imagina el mundo más bien como un denso y frondoso jardín en el que los artefactos y los organismos se enredan en pie de igualdad. Frente a las rígidas directrices de los megafinanciadores y sus (mayoritarias) ínfulas militaristas o conquistadoras, la SF aparece como un juego responsable dispuesto a ser de ayuda en una hipotética salida justa de la crisis ecosocial. La SF, entre otras ciencias de pequeños pasos, contribuye a sembrar mundos menos épicos quizá, pero más humanos, es decir, animales, vegetales, fúngicos… En definitiva, mundos más habitables.

 

Pavlo Verde Ortega

SF: sembrando mundos posibles

 

Bibliografía

-      HARAWAY, DONNA. (2019). Seguir con el problema. Consonni: Bilbao (España)

-  TSING, ANNE. (2012). «Unruly Edges: Mushrooms as Companion Species: For Donna Haraway». Environmental Humanities 1(1), 141–154

-    WALL KIMMERER, ROBIN. (2021). «White pine» en The mind of plants (eds. C. RYAN, JOHN, VIEIRA. PATRÍCIA y GAGLIANO, MONICA). Synergeticpress: Londres (RU)

 

Cómo citar este artículo: ORTEGA VERDE, PAVLO. (2023). «SF: sembrando mundos posibles». Numinis Revista de Filosofía, Año 2, 2023, (CM25). https://www.numinisrevista.com/2023/03/sf-sembrando-mundos-posibles.html

ISSN ed. electrónica: 2952-4105

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