Breve
disertación sobre la pregunta
¿Qué es una pregunta? ¿Por qué la película de Origen de Christopher Nolan la cagó usando para su tesis el formato de idea en vez de apelar directamente a la pregunta? ¿Por qué no es posible alcanzar una certeza o un conocimiento seguro hasta haberlo hecho pasar por el filtro del interrogante? Estas preguntas y muchas más no serán contestadas en la siguiente columna. O al menos, no puedo asegurarlo. Pero sí podemos dedicar, escritora y lector, un momento en el que reflexionemos acerca de un formato epistemológico tan interesante como es el de la interrogación y lo que cabe dentro de sus límites, marcados por unos signos tan simpáticos como «¿» y «?».
La tesis
fundamental que me apetece explorar se resume en el poder de extrañamiento que
desprende la interrogación: la pregunta extraña el contenido.
Tiene la capacidad de revolver algo conocido, algo que se tiene incluso por
cierto, y transportarlo a un páramo de duda, en el que habita lo desconocido o
en el que descasan las cuestiones abiertas. El acto de preguntar consiste en
abrir esa puerta que comunica con la sala de espera donde encontramos una
cantidad de cuestiones que aguardan a ser atendidas y respondidas
adecuadamente.
Se trata de
una herramienta peligrosa en cuanto a que acerca al sujeto del conocimiento a
un estado de delirio, en el que no existe certeza alguna sobre la veracidad o
falibilidad de algo. Desde este eje de visión, la locura no es más que la
extensión del horizonte de posibilidades, pero hacia el infinito.
Evidentemente, la incomodidad que puede provocar esto ya ha sido considerada,
por ejemplo, por parte de los escépticos pirrónicos, que la resolvían aplicando
la acción de suspender el juicio (epojé), para así poder alcanzar
la ataraxia (algo así como un estado de tranquilidad para el
alma).
La pregunta no
tiene porque formularse verbalmente ni en alto. En la literatura española
tenemos el mejor ejemplo sobre lo que puede resultar de llevar esta tediosa y
constante disposición interrogante a la práctica. El ingenioso hidalgo
Don Quijote de La Mancha ejemplifica el curioso caso de una vida en la
que la única certeza es la pregunta infinita, con la inevitable consecuencia de
un delirio tan potente que es capaz de convertirse en la motivación y la
constitución última de un personaje.
Si alguna
huella queda en los alumnos de las enseñanzas de la filosofía en el
Bachillerato español, quizá sea precisamente la asociación que se hace entre la
pregunta filosófica —si es que acaso ello existe—, y la capacidad de asombro, a
la que Platón se refiere como la disposición natural del filósofo, una que
precede y permite el conocimiento. En base a lo comentado anteriormente, esto
se puede traducir de la siguiente manera: el tornar un contenido
en extraño es vital para poder recuperarlo o reconocerlo como
cierto o certero.
Si se quiere resolver un problema,
hay que considerarlo primero como ya resuelto y poner nombres a todas las
líneas que parecen necesarias para construirlo, tanto a las conocidas como a
las desconocidas. Luego, sin hacer ninguna diferencia entre las conocidas y las
desconocidas, se recorrerá la dificultad según el orden que muestre, con más
naturalidad, la dependencia mutua de unas y otras.
La cita
anterior pertenece a la Geometría cartesiana. Descartes, el
famoso patrocinador del escepticismo metodológico, dedicó el tema central de su
filosofía a la hermana abstracta y extrema de la pregunta, la duda radical.
Ella pertenece a lo abstracto y a lo extremo porque se puede experimentar sin
un contenido per sé. Es por esto que hablábamos en el primer
párrafo de la pregunta como formato. Si se procede con honestidad, cualquier
cuestión, problema o tema puede ser introducido dentro del campo delimitado por
los signos de interrogación. De esta manera, el objeto de duda se presta —a
veces oponiendo resistencia— a ser analizado y a ser reflexionado, desplegando
como resultado una serie de consecuencias fácticas, valorativas o prácticas.
Sin embargo,
ha de considerarse que, en ocasiones, el extrañamiento puede ser deshonesto. A
veces se emprenden estrategias que usan el formato interrogatorio de manera
desleal. Es el caso de las preguntas retóricas, que se usan en el contexto de
una argumentación para apoyar una tesis que ya se tiene por cierta. Esta
táctica de carácter retórico puede estar apelando precisamente al carácter de
fundamento epistémico o de precedente necesario para el conocimiento que se ha
estado explorando a lo largo de esta reflexión.
Definitivamente,
la pregunta es un formato epistemológico que entraña verdaderos peligros para
el sujeto del conocimiento en cuanto a que le aproxima a un desfiladero en el
que predomina lo inhóspito y lo desconocido. Por otro lado, quizá sea todavía
más peligroso para este mismo sujeto el sostener un conocimiento como fundado
pero que jamás se ha sometido a cuestionamiento. En este último caso,
estamos delegando la tarea de proporcionar un conocimiento seguro en
otros. Es decir, por no preguntar, estamos siendo presas fáciles ante la
manipulación que otros puedan ejercer sobre nosotros.
María
Sancho de Pedro
Breve
disertación sobre la pregunta
Bibliografía:
- DESCARTES, R. (1978). Discurso
del método: Meditaciones Metafísicas. Espasa-Calpe.
- SEXTO EMPÍRICO. (1993). Esbozos
Pirrónicos. Gredos.
- UGALDE QUINTANA, J. (2017). El
asombro, la afección originaria de la filosofía. Areté, 29 (1),
167-181. https://revistas.pucp.edu.pe/index.php/arete/article/view/18967/19193
Cómo citar este artículo: SANCHO DE PEDRO, MARÍA.
(2023). Breve disertación sobre la pregunta, Año 1, 2023, Revista de
Filosofía Numinis (CL22). https://www.numinisrevista.com/2023/02/breve-disertacion-sobre-la-pregunta.html
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"la pregunta extraña el contenido2. ¡Casi nada!
ResponderEliminarJajajajaj, exacto
EliminarEso de contemplar la pregunta como formato epistemológico sin duda alguna da para más
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