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¿Todos somos líquenes?

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¿Todos somos líquenes?

La pregunta que da título a esta columna es en realidad la afirmación con la que los biólogos Scott F. Gilbert, Jan Sapp y Alfred I. Tauber (2012) concluyen su artículo titulado "Una perspectiva simbiótica de la vida: nunca hemos sido individuos". Un liquen es un holobionte (del griego “ὅλος”, holos, “todo” y “βιὅς”, bios, “ser vivo”. Es decir, una asociación de diferentes organismos que da lugar a una unidad biológica e incluso genómica) formado  por un hongo (micobionte) y un alga o cianobacteria (fotobionte). ¿Qué sentido tiene afirmar o preguntarnos si todos somos líquenes?

En 1869 Simon Schwendener desafió las preconcepciones de la biología decimonónica al afirmar que los líquenes no eran organismos individuales, sino una asociación de dependencia mutua entre un hongo y un alga. Su teoría fue rechazada por proponer “un parasitismo útil y estimulante” (Sheldrake, 2020: p. 77), algo que contravenía el sentido común. No obstante, años más tarde el botánico Albert Frank se dio cuenta del valor de esta hipótesis de la naturaleza dual de los líquenes y acuñó un término para describir lo que estaba sucediendo: simbiosis. Con el paso de los años esta palabra fue extendiendo su significado hasta abarcar no solo los líquenes, sino el conjunto de interacciones entre organismos, desde el parasitismo hasta el mutualismo.

El micólogo Merlin Sheldrake, en quien me he basado para este breve recorrido histórico, considera a los líquenes “cuerpos cosmopolitas” (Ibíd.: p. 86), encrucijadas biológicas que escapan a cualquier definición sustantiva, pues, por el contrario, “son verbos” (Ibíd.: p. 92). Estos holobiontes nos invitan a pensar la vida en términos de relación y asociación y, de nuevo en palabras de Sheldrake, “confunden el concepto que tenemos de identidad y obligan a preguntarnos dónde termina un organismo y empieza otro” (Ibíd.: p. 76). Si a esto le sumamos que, precisamente por los líquenes, el término simbiosis vio la luz podemos entender qué sentido tiene aseverar que todos somos líquenes.

A los seres vivos de este planeta, tanto a nivel individual como de especie, la independencia se les queda corta. Somos lo que somos gracias a la intimidad entre desconocidos de la que hablaba la gran bióloga Lynn Margulis. Esto es, a las asociaciones simbióticas que trazamos con otras especies, por alejadas de nosotros que puedan estar en el árbol (o, mejor dicho, maraña) de la vida. En los años 80, Donna Haraway reivindicaba nuestro carácter híbrido, bastardo incluso, apelando a la figura del cíborg, criatura a medio camino entre lo orgánico y lo tecnológico. Sin embargo, no hace falta recurrir a una metáfora tan específica y contemporánea para resaltar nuestra naturaleza caleidoscópica. Como Sheldrake nos recuerda, antes que cíborgs (organismos cibernéticos) somos símborgs (organismos simbióticos).

No es de extrañar que la propia Haraway, 31 años después de la publicación de su “Manifiesto cíborg” y con una perspectiva decididamente simbiótica, afirmase que los seres vivos no somos unidades, sino holoentes, es decir, ecosistemas en miniatura. Lo cual implica que: “Los terrícolas nunca están solos” (Haraway, 2019: p. 101).

Pensemos en el caso mismo del ser humano: solemos abordar nuestra historia desde una soledad (que también podríamos llamar vanidad) que no se corresponde con nuestra realidad evolutiva. Lo cierto es que la historia de Homo sapiens no se puede narrar sin tener en cuenta la presencia y colaboración de decenas de especies. ¿Qué sería de nosotros sin el perro, que no solo nos ha brindado su compañía y fidelidad, sino que ha supuesto un socio laboral clave en actividades como el pastoreo o la vigilancia? ¿Acaso podríamos imaginar las sociedades humanas sin vacas, cabras, ovejas, llamas, pavos o gallinas? Y qué decir de la dependencia que hemos generado hacia la familia de las gramíneas, a la que pertenecen especies como el maíz, el arroz, el trigo, la avena, la cebada o el centeno. No obstante, quizá el ejemplo más claro y al mismo tiempo el más invisible sea el de nuestra flora intestinal. Este conjunto de microorganismos se asienta en nuestro intestino a lo largo de la infancia. Su importancia es tal que sin ellos no podríamos metabolizar los carbohidratos o reconocer antígenos invasores.

Evidentemente, no todos somos líquenes. Asegurar algo semejante no debe llevarnos en ningún caso a simplificar la diversidad de la vida y sus manifestaciones. Sin embargo, una interpretación relajada de este aforismo bien podría conducirnos a una fructífera reflexión sobre cómo la simbiosis, que creó y mantiene a los líquenes, está presente de maneras determinantes en el resto de seres vivos. Al mismo tiempo debería servir para valorar cómo este fenómeno merece atención no solo en los departamentos de biología, sino también desde la filosofía. Necesitaríamos mucho más tiempo y espacio para abordar las múltiples consecuencias ontológicas o ético-políticas que se derivarían de adoptar una filosofía simbiótica, pero la vereda ya está abierta y no nos queda otra que transitarla.


   Pavlo Verde Ortega

 ¿Todos somos líquenes?



Bibliografía

  • HARAWAY, DONNA. (2019). Seguir con el problema. Consonni: Bilbao (España).
  • SCOTT F. GILBERT, SAPP, JANN  y TAUBER I., ALFRED. (2012). "A symbiotic view of life: we have never been individuals". The Quarterly Review of Biology, 87(4), 325-341.
  • SHELDRAKE, MERLIN. (2020). La red oculta de la vida. Planeta: Barcelona (España).



Cómo citar este artículo: ORTEGA VERDE, PAVLO. (2022). ¿Todos somos líquenes?, Numinis Revista de Filosofía, Año 1, 2022, (CM6) http://www.numinisrevista.com/2022/10/todos-somos-liquenes.html 


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