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Esclavos


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Hace escasos tres años desde que comenzó aquella demoledora pandemia, aquellas vivencias que casi todos recordamos como una etapa más de nuestra historia y que pusieron en jaque el modo mismo en que vivimos, nos relacionamos, pensamos y creemos. En aquellos tiempos normalizamos cuanto acontecía, yendo siempre –como es normal en el hombre– por detrás de su circunstancia, dispuestos por nuestra ignorancia a cargar con aquellos actos y decisiones que jamás tomamos, que de alguna manera nos fueron impuestas. 


Todo hombre anhelaba salir, tomar aire, continuar con la vida que le había sido arrebatada, despojarse de las cadenas que le aprisionaban y volar más alto de lo que la realidad le permitía. Mientras el mundo luchaba contra aquel virus se fraguaba en lo invisible un mal aún más peligroso y contagioso que cualquier otro, tan sutil y delicado que era imperceptible a nuestros ojos, con una facilidad de expansión tan veloz que no dio siquiera tiempo a contabilizar las muertes. Las muertes del espíritu.  


Lejos de cómo se vivieron estos acontecimientos, y en particular el confinamiento, nuestros límites nunca estuvieron definidos por el lugar en que vivimos, los hogares en que nos criamos o las ciudades donde crecimos. El verdadero encierro no se sostuvo entre cuatro paredes, entre los espacios donde moramos, habitamos y compartimos. Sino que fue mucho más allá, en lo más íntimo del corazón, donde se produjo la barbarie, donde se originó la verdadera quiebra. 


El hombre se volvió indiferente, ciego, sin más miras que sí mismo, sin más preocupaciones que las suyas propias. Todo esto, paradójicamente, mientras nuestro planeta luchaba por alcanzar la paz, la fraternidad y la solidaridad entre los más distintos pueblos. Pero, ¿cómo pudo el hombre perderse de tal forma?, ¿en qué momento comenzó aquel declive?, y, ¿qué consecuencias tuvieron tales actos?  


Como en los cuadros de Caravaggio la vida consiste en luces y sombras, claros y oscuros, matices y tonalidades. Nuestra querida pandemia no fue para menos, bajo sus entrañas se esconden los más diversos fantasmas, verdaderos males que han acometido contra el hombre, contra su humanidad y naturaleza.  


Las mascarillas, que tanto nos protegían del virus, deformaron nuestro rostro, ocultaron nuestro verdadero semblante y velaron el espejo de nuestra su alma. Escondidos bajo las telas y disfrazados para salir a la calle nos colgamos la soga sobre las ojeras. Perdimos de vista nuestro foco y dejamos de mirar cara a cara a nuestros semejantes; nos convertimos, por así decirlo, en aquellos pobres a quienes nadie ve. 


Los geles con que nos purificamos y los guantes con que nos protegimos nos llevaron a andarse con cuidado, a no tocar más de lo debido, a no acercarnos demasiado. A tener, como muchos lo han llamado, una distancia social. Jamás había visto tan flagrante contradicción, tan inaudita mentira, colocar en una misma frase las palabras distancia y social. Tanto miedo teníamos por perder nuestras pobres vidas que dejamos morir a otras, no ganamos lo que se esperaba y se nos arrebató lo poco que nos quedaba. El respeto se convirtió en idolatría y lo humano se perdió entre lo divino. 


Tal y como la tierra gira alrededor del sol el hombre comenzó a orbitar sobre sí mismo. El cockatil estaba servido, solo faltaba tomárselo. Y así fue como sucedió, como el hombre dejo de ser hombre, como nos desgarramos por dentro y nos alejamos aún más de aquello a lo que estábamos llamados a ser: libres.



Tomás Bravo Gutiérrez

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Cómo citar este artículo: BRAVO GUTIÉRREZ, TOMÁS. (2022). Sobre la Educación. Numinis Revista de Filosofía, Año 1, 2022, (CM3). http://www.numinisrevista.com/2022/08/esclavos.html


 

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1 comentario:

  1. Es increíble la forma que tienes de recoger una reflexión tan necesaria y bien realizada con un estilo tan poético y fluido. Simplemente brillante.

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