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Entrevista a Michael Thallium sobre Filosofía y Literatura

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«El libro sobre la mesa, le abro las alas y vuelo»: Entrevista a Michael Thallium sobre Filosofía y Literatura

Ayoze González Padilla

Instituto de Filosofía-CSIC

 


Introducción

Conocí a Michael en la Universidad Autónoma de Madrid, mientras yo realizaba unas prácticas laborales en el Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música (CSIPM), y él trabajaba allí como responsable de comunicación. Aunque no fue el tutor que me asignaron para mis prácticas; sin embargo, podría decirse que en realidad sí que lo fue, ya que pronto empezamos a tener una interacción fluida y de confianza. Uno de los motivos que lo propició fue el interés de ambos por la filosofía y la literatura. Recuerdo que en ese momento yo estaba escribiendo un libro sobre filosofía de la música, y al comentárselo, empezó a recomendarme una gran cantidad de autores y obras de los que muchos ni siquiera había escuchado hablar en mis estudios universitarios.

Algunos de esos autores son Juan David García Bacca, George Santayana, Andrés Trapiello, Fernando Lázaro Carreter, Pedro Salinas, Clara Campoamor, Juan Rulfo y un largo etcétera. Recuerdo que con mucha ilusión compré muchos de los libros que me recomendó y aún en la actualidad sigo volviendo a ellos. Cabe destacar el libro Filosofía de la música de Juan David García Bacca, obra compleja que espero en algún momento poder indagar de forma más profunda. También recuerdo su insistencia en reivindicar la figura del filósofo español George Santayana, que es un gran desconocido en España, aunque su literatura poco a poco va siendo más conocida y traducida, ya que escribió su obra en inglés. En este sentido, recientemente Michael me regaló el libro de Santayana Platonismo y vida espiritual que espero leer pronto.

De este modo, entre Michael y yo se ha ido fraguando poco a poco una amistad, cuyo nexo de unión principal es el interés de ambos por la literatura, la escritura y la filosofía, aunque no son los únicos. A este respecto, he querido hacerle una pequeña entrevista con la finalidad de plasmar en negro sobre blanco muchas de las conversaciones que durante este tiempo hemos podido tener, o simplemente concretar algunas de las reflexiones que leyendo sus textos me han ido surgiendo. Así, sirva lo que viene a continuación como una breve aportación sobre la relación entre filosofía y literatura, que espero además sirva como propedéutica a un libro en el que llevamos tiempo trabajando y que habíamos postergado, que precisamente aborda en forma de conversación muchos de los asuntos que aquí aparecen. Espero que sea de interés.

 

Entrevista

 

AG: Ayoze González

MT: Michael Thallium

 

AG: Cuando leo tus textos, no en todos, pero sí en muchos de ellos, suelo encontrar un tipo de literatura que es en movimiento. Esto me recuerda a los peripatéticos, que, como sabes, son los seguidores de la escuela filosófica fundada por Aristóteles en el siglo IV a. C. en Atenas, conocida como el Liceo. Así, el término «peripatético» proviene del griego «peripatos», que significa «paseo» o «paseo cubierto», en referencia a la costumbre de Aristóteles de enseñar y discutir filosofía mientras caminaba con sus alumnos por los jardines del Liceo. Aunque no del mismo modo, esto lo podemos encontrar mismamente en el texto «Y me tomaste del brazo» que aparece en tu libro Dos años de Numiniscon Michael Thallium: En la brega de la vida y la literatura, donde, para hablar sobre la poesía de José Mateos, lo haces a través de tu experiencia en movimiento, entendiendo que, seguramente, ese texto lo fuiste pensando y escribiendo en tu mente mientras te movías. Me gustaría que comentaras lo que consideres en este sentido, ya que, además, es un aspecto que relaciona filosofía y literatura.

 

MT: Efectivamente, así es. Muchos de los textos que termino escribiendo en papel antes se han concebido caminando. Otras veces, no pocas, surgen al enfrentarme a la hoja en blanco o a la pantalla del ordenador. En concreto, ese texto que mencionas, «Y me tomaste del brazo», surgió literalmente caminando con mi padre para ir a desayunar. Recuerdo que, mientras caminábamos, me venían a la cabeza algunas ideas sobre la antología de los poemas de José Mateos que acababa de leer: Los nombres que te he dado. Volviendo a lo que dices del movimiento, es cierto que a lo largo de mi vida es algo que he hecho mucho: salir a caminar. Es durante esas caminatas cuando surgen ideas que más tarde acierto o no a plasmar en un texto. Muy conocidos son los paseos de Beethoven o las caminatas de Gustav Mahler por las montañas austriacas en busca de inspiración. No es que busque la inspiración caminando, pero de algún modo me topo con ella en el camino. Después llega la parte laboriosa de ejecutarla… y esa parte es tan importante, más incluso, que la de encontrar la inspiración. Hasta hace bien poco, solía acompañarme de un cuaderno para escribir según se me ocurriesen las ideas. Hace un año o así que dejé de hacerlo habitualmente. Quizás porque el ordenador ha ido sustituyendo al papel. Justo estos días, quiero retomarlo. Conectarme más con el papel y la caligrafía y desconectarme de lo digital. Uno pasa por muchas fases a lo largo de la vida. Actualmente, a mis cincuentaidós años recién cumplidos, considero que la literatura es el mejor modo de hacer filosofía. He leído mucho ensayo en mi vida y me encanta hacerlo, pero he llegado a la conclusión de que la literatura (la narración, el cuento, la novela) me permite explicar mejor aquello de filosófico que puedan tener mis ideas. Todo está relacionado con otra conclusión a la que llegué hace cuatro o cinco años: «Una historia verídica no es posible sino en la más estricta ficción».

 

AG: En una comida que tuvimos ambos hace tiempo con el escritor José Antonio Abella, recuerdo que, hablando sobre su literatura, él dijo que entre las personas que conocían profundamente su obra estaban su mujer, la otra persona no la recuerdo, y el tercero te mencionó a ti. Además, lamentablemente el escritor ha fallecido recientemente, así que me gustaría, si puede ser, que hablaras lo que consideres sobre su literatura, por ejemplo: ¿qué tipo de literatura escribió? ¿cuáles son las obras que más te han calado y de qué manera ha influenciado su literatura en la tuya?

 

MT: Esa persona que no recuerdas es el escritor y narrador oral Ignacio Sanz. Ignacio ha leído los originales de José Antonio Abella antes de que se publicaran. Fue precisamente él quien me presentó a José Antonio Abella, a cuya vida llegué cuando él ya estaba de salida, quiero decir que yo ya lo conocí cuando tenía cáncer, aunque pensábamos que duraría más tiempo. En muy poco tiempo llegó a ser como un hermano mayor para mí. Tuve la suerte inmensa de conocerlo, de pasar tiempo con él y de leer casi todos sus libros —me faltan los póstumos que aún están por publicar— mientras estuvo vivo. Si hay algo que puedo decir de Abella es que fue un hombre muy coherente y muy afortunado. Una persona concienzuda, pertinaz o cabezota, muy castellano, detallista, con una grandísima sensibilidad, un escritor enorme y muy, muy generoso. Cuando murió, se me quedó un gran vacío, pero fue solo algo momentáneo, porque ese vació lo llenó la suerte de haberlo conocido. Esa sensación de tristeza enseguida se transformó en un sentimiento de gratitud plena por todo lo que pudimos compartir en dos años. Su literatura es variada. Sus obras más conocidas son Aquel mar que nunca vimos, El corazón del cíclope o La sonrisa robada. Para quienes hemos leído su obra, Trampas de niebla es una excelente novela que anticipa El corazón del cíclope. Su primera novela, Yuda, es un ejemplo donde se combina la buena escritura con la buena edición. Quienes logren hacerse con un ejemplar de ella entenderán por qué lo digo. Abella tocó casi todos los palos: literatura juvenil, poesía, narrativa… Una característica que subyace en todos sus libros es su enorme capacidad de investigación y documentación. No obstante, fue médico rural durante muchos años. La mayoría de sus novelas son producto de un abrumador trabajo de investigación. Paradigmas de esa capacidad investigadora y documental son La sonrisa robada y Aquel mar que nunca vimos. A quienes deseen introducirse en la literatura de José Antonio Abella, les diría que empezasen con El hombre pez, una novela inspirada en una leyenda cántabra, o quizás también La llanura celeste que, por cierto, dentro de poco va a reeditarse con correcciones y ampliaciones que José Antonio Abella hizo durante las últimas semanas de vida. Su obra es un ejemplo de coherencia.

 

AG: Otro asunto fundamental que me gustaría hablar contigo es el modo de acercarnos a la literatura, es decir, cuando uno está dentro del mundo filosófico y literario, acercarse a la buena literatura puede ser más fácil, ya que, uno tiene un bagaje y sabe qué autores pueden ser más relevantes, cuáles son los que, aun no siendo especialmente conocidos, tienen una obra importante, o simplemente los que más interesan a nivel personal, donde dicho gusto está forjado en base a un criterio. Entonces, dado que tú eres algo así como un explorador y descubridor de literatura, ya que estás continuamente encontrando y rescatando autores, me gustaría que dieras algunas recomendaciones literarias, como a mí me las diste en su momento, sobre qué leer cuando uno está empezando, intentando también esquivar a los autores mainstream.

 

MT: Hasta hace bien poco, a mí me ocurría una cosa extraordinaria: mi modesta biblioteca estaba llena de literatura de muertos. Me refiero a que casi todos los libros eran de autores muertos hace muchos años. Había dos excepciones: Andrés Trapiello y Juan Bonilla. Leyendo a Trapiello y Bonilla descubrí a otros muchos autores. Sin embargo, la búsqueda de autores contemporáneos vivos, eso que llamamos literatura actual, ha sido más bien reciente en mi vida. Y sigo pensando que la literatura de mayor calidad se ha escrito hace muchos años. Hoy hay muy buenos autores, sí, pero poquísimos en relación con la enorme cantidad de libros que se publican. Salvo poquísimas excepciones, considero que los mejores autores actuales se encuentran en las pequeñas editoriales. Las grandes editoriales son para las masas y el comercio. Todo tiene cabida. Yo prefiero esas editoriales en las que uno puede descubrir a grandes autores, poco conocidos para el gran público, pero de una calidad indiscutiblemente superior a la de los números uno de ventas. En los últimos años he descubierto a autores vivos como José Antonio Abella (recientemente fallecido), Ignacio Sanz, Jesús Carazo, Tomás Sánchez Santiago, Ramón García Mateos, Emilio Pascual, José Mateos, Gonzalo Hidalgo Bayal… El único consejo que puedo dar para leer buena literatura es leer mucho y seleccionar. Los buenos autores suelen llevarte a otros igualmente buenos y esos a otros… Normalmente, suele ocurrir que casi ninguno de ellos es famoso. Para tirar del hilo de la buena literatura española recomiendo la lectura de Las armas y las letras de Andrés Trapiello. Por otra parte, he de decir que uno siempre termina encontrando algo nuevo con lo que alimentar el alma. Muchas veces me he dicho: «después de leer este libro, ya no encontraré nada mejor». Sin embargo, uno termina casi siempre encontrando ese libro que mantiene la llama viva de la lectura y de la sorpresa.

 

AG: Hace tiempo me comentaste que habías escrito una novela completa a mano, tu primera novela, y que, aunque no conservas el manuscrito original, sí que la tienes digitalizada. No sé si te apetecería contar una pequeña sinopsis de la novela, ya que, me pareció divertida, y que además guarda cierta relación con tu primera novela publicada Que creí inmortal hasta que me morí, y así, si por lo que sea nunca la publicas, al menos quedaría por escrito algo sobre ella.

 

MT: Esa novela en principio iba a ser un ensayo filosófico titulado Tratado de la conveniencia. Sin embargo, cuando me senté a escribirla —y sí, la escribí con pluma y en papel—, me salió una novela corta e inédita que titulé Tierras afines o los principios de la conveniencia. Cada uno de los capítulos se correspondía con cada uno de los principios que eventualmente conformarían el Tratado. Ciertamente, tienes razón cuando dices que guarda relación con Me creí inmortal hasta que me morí, pero Tierras afines tiene un lenguaje más barroco con el que hoy no me identifico. Recuerdo que para uno de los capítulos en los que se comente un crimen contra una mujer ciega, me encerré en una habitación completamente a oscuras para saber cómo se siente un ciego. Lo titulé Tierras afines porque cada uno de nosotros somos como una tierra, como un terreno, y nuestras relaciones, nuestras vidas, son el resultado de afinidades de las que muchas veces no somos ni conscientes. El argumento es sencillo, un grupo de amigos vuelve a reunirse después de muchos años e ignoran que sus vidas y lo que las circunda están influidas, sin ser conscientes de ello, por un personaje que muere al comienzo de la novela y que está ausente en toda ella, siendo en realidad el protagonista. Con toda esa red de coincidencias con las que se tejen nuestras vidas se forma eso que denominamos conveniencia. Esa novela no fue un mal ejercicio literario. Quizás algún día vuelva a trabajar sobre la copia que transcribí al ordenador, pero lo más probable es que se quede donde está y que se diluya en otros textos que estén por llegar.

 

AG: En relación con lo que comentas sobre el proceso de escritura y el medio en el que un autor escribe, ya has señalado que quieres retomar la escritura a pluma, pero me gustaría saber qué piensas respecto al tipo de texto que se escribe a mano o a ordenador, es decir, ¿hay una diferencia meramente práctica o también de contenido y, por tanto, de calidad? En mi caso, por ejemplo, escribo poesía y ensayo literario con pluma y los textos de investigación, relatos, etc., los suelo escribir en el ordenador. A veces he pensado que los mejores textos que he escrito son los manuscritos, pero otras veces lo he creído al revés. Entonces, entendiendo que al fin y al cabo se trata de una práctica en donde cada autor va utilizando sus propios métodos que le son más útiles, me gustaría saber si esto a lo que me refiero podría tener algo que ver con lo que refieres tú respecto a que la mejor literatura proviene de autores ya muertos, que, por supuesto, habrán escrito todos o casi todos sus textos a mano.

 

MT: Interesante la reflexión que planteas. ¿Escribían mejor los autores que no tenían ordenador y ni siquiera máquina de escribir? No sabría qué responder. Quizás estos autores hubieran agradecido tener los recursos de los que disponemos hoy tú y yo. No obstante, intuyo que escribir a mano desnuda, con lápiz y papel, hace que quien escriba esté más pegado a la naturaleza del ser humano. Haciendo un símil es como caminar en la ciudad o caminar en el campo. Quien escribe al ordenador, camina por la ciudad, y es también enriquecedor, porque descubre una suerte de objetos (edificios, vehículos, calles, monumentos…) y realidades que han construido otros seres humanos. En cambio, cuando uno camina por el campo, lo que descubre son objetos (árboles, rocas, montañas, ríos, mares…) y realidades que han sido creadas por a saber quién, pero que están ahí y su naturaleza es muy distinta a la de los elementos de la ciudad. El escritor de ordenador es el caminante de ciudad; el escritor a mano, explorador de la naturaleza. Para mí el ordenador es mucho más cómodo si uno escribe ensayo o textos de investigación, porque uno puede conectarse casi de inmediato con fuentes de las que extraer información. Cuando uno carece de esas fuentes, cuando camina a la intemperie por el campo, no le queda más remedio que nutrirse de sí mismo, del conocimiento acumulado en la mente durante los años, y de lo que le rodea en ese instante. Quizás escribir a mano sea mucho más subjetivo. Sin embargo, quizás en la combinación de ambos modos de escribir esté la virtud. Haciendo un guiño a Aristóteles, quizás la virtud literaria esté en la mitad del camino. La gran ventaja del ordenador es que uno puede borrar y escribir y volver a borrar y escribir sin hacer tachones; en el papel, o tachas o tienes las ideas tan claras que fluyen con pulcritud.

 

AG: Además de hacer literatura en movimiento, otro asunto que veo de forma general en tus textos es la relación entre la vida y la muerte. Incluso me atrevería a decir que esos son los dos temas principales en torno a lo que escribes. En este sentido, esa relación entre vida y muerte aparece casi como una misma cosa, fruto de ello es Me creí inmortal hasta que morí, donde el personaje principal, que eres tú, está muerto, pero a la vez está vivo. Es decir, vivo tras la muerte. Y en tu otra novela no publicada que has mencionado: Tierras afines o los principios de la conveniencia, el personaje principal también muere, pero está presente en toda la historia. Además de esto, en tu libro Dos años de Numinis hay varios textos dedicados también a la muerte, pero donde es un tipo de muerte que también de algún modo deviene en vida. Cabe resaltar aquí el texto titulado «Te pido permiso» que es una magistral carta de despedida a una persona que se va a morir, pero donde no se atisba un final, sino un nuevo comienzo, o al menos así lo he interpretado yo. Dicho esto, ¿coincides con lo que menciono o qué podrías señalar al respecto?

 

MT: Eres muy perspicaz. Sí, estoy de acuerdo con eso que dices respecto a «Te pido permiso». Este es un texto que escribí para José Antonio Abella antes de que falleciera, para que él lo pudiese leer. Una vez muerto, de nada serviría escribirlo. Quien realmente me importaba, él, tendría que conocerlo antes de morir. Y así fue. Lo leyó. Por eso no he escrito ningún eulogio sobre Abella después de muerto. Lo que tenía que decirle, se lo dije en vida. Si es verdad que estoy escribiendo una novela en la que él es uno de los protagonistas, pero esa novela la comencé cuando él estaba vivo, y ya veremos si la doy por concluida en algún momento. Por otro lado, la vida y la muerte son temas recurrentes en la filosofía. Entre la vida y la muerte ocurre eso que llamamos amor (otro tema recurrente en la literatura de todos los tiempos). Así que es probable que cuando escribo sobre la vida o la muerte el tema subyacente sea el amor, ausente como el protagonista de Tierras afines, pero muy presente, impregnándolo todo. De hecho, mi otra novela, Me creí inmortal hasta que me morí, es el relato de la búsqueda del amor del protagonista que transciende la vida y la muerte. Es la búsqueda del amor en «la infinitud sensual del cosmos», ese estado en el que se encuentra inmerso el protagonista. La vida es frágil. Ahora tú y yo estamos conversando, y probablemente lo sigamos haciendo mañana, pero nadie puede garantizarlo, porque pueden ocurrir muchas cosas, entre otras, la muerte. ¿Qué nos queda? Las palabras y vivencias compartidas. Me gusta ver la muerte como un canto a la vida. Claro, estoy hablando de una muerte no violenta. El tema de la muerte violenta (las guerras, los asesinatos, los abusos de poder…) eso es harina de otro costal.

 

AG: Dentro de tu labor como escritor es importante también señalar tu faceta de crítico musical, ya que es algo que ejerces de forma frecuente en la revista Scherzo, donde, además, viajas a otros países para realizar las críticas de algunos conciertos. Así, me gustaría saber de qué forma te relacionas con este tipo de escritura, qué debe tener una buena crítica musical y cuál crees que es el lugar del crítico de arte en la actualidad.

 

MT: Es muy interesante hacer crítica musical. Uno tiene su estilo propio y ha de encajarlo en la línea editorial de la revista con la que colabora. Encontrar el equilibrio entre lo que uno quiere escribir y lo que la revista quiere que uno escriba a veces no es fácil. No obstante, si hay algo que he aprendido de mi colaboración con Scherzo es la síntesis. Uno tiende a «enrollarse». Cuando tienes un espacio limitado, no te queda más remedio que eliminar lo superfluo. Por ejemplo, para ciertas reseñas musicales el espacio al que has de ceñirte son 1.830 caracteres con espacio. De ello hablo también en Me creí inmortal hasta que me morí. Cuando escribo crítica musical, procuro hacerlo de un modo literario y no erudito, me dirijo a un público que, por ejemplo, no tiene por qué saber qué es una hemiola y los efectos que se pueden conseguir con ella. Huyo de la erudición técnica. No obstante, el público de Scherzo es un público especializado en música clásica. Sin embargo, intuyo que el nivel cultural de los lectores ha bajado en los últimos treinta años. Lo mismo ocurre con la crítica literaria o del arte. Hace muchos años, la opinión de un crítico, por su prestigio y preparación, contaba mucho. Actualmente, eso no es así. Cuenta más lo que un «famoso» pueda decir que lo que un especialista diga. Y, de algún modo, eso está bien así también. Tengo claro que hay ciertas cosas que son, han sido y serán de minorías. Uno elige dónde estar.

 

AG: Finalmente, me gustaría concluir esta entrevista de una forma quizás más rítmica. Para ello, te voy a pedir que escribas, por un lado, algunos pocos versos de uno de esos poemas que más te hayan extasiado, y que hagas lo mismo con el texto de una canción. Me gustaría, si puede ser, que previo a ello dedicaras algunas pocas líneas a la relación que tiene la música y la poesía para ti.

 

MT: Decía Gerardo Diego que los músicos ganaron la batalla a los poetas, que la música llega allí adonde la poesía no puede. Para no pecar de falta de memoria, permíteme transcribirte lo que Gerardo Diego escribió al respecto allá por 1938 en un texto que tituló La noche y la música: «Porque los poetas pudieron llegar antes, pero los músicos llegaron después y los vencieron con sus propias armas. Hay más poesía en un adagio de Beethoven que en una escena de Shakespeare, Schumann vence a Hoffmann o a Heine, como Fauré a Verlaine o Debussy a Mallarmé. Y es que la música juega con ventaja». La poesía de Gerardo Diego, la mayoría de veces, parte de lo musical. Fue también un crítico musical excelente, extraordinario, sobresaliente; y además lo fue en una época, primera mitad del siglo XX, en la que no existía internet ni los ordenadores, es decir, que tenía que tirar de conocimiento y experiencias propias y de memoria para reseñar los conciertos a los que asistía. Opino que la música y la poesía están íntimamente relacionadas en tanto y cuando expresan o evocan emociones. Quien quiera leer buena crítica musical que lea todas las que escribió Gerardo Diego en Prosa musical y Pensamiento musical. Yo diría que es el poeta español que más ha abordado la música en sus poemas. Confieso que soy una persona musical, auditiva y quizás en mi vida hasta ahora haya preponderado la música sobre cualquier otra disciplina. Sin embargo, a estas alturas de mi vida, reconozco que la poesía es mucho más asequible que la música en el sentido que uno no necesita ningún instrumento más que la palabra para interpretarla. La música requiere un esfuerzo y preparación mayor, que no siempre está al alcance de todo el mundo. Solo el canto está íntimamente ligado a la poesía. La música instrumental va más allá que la poesía, pero también requiere más preparación y entrenamiento (dedicación) para ejecutarla e interpretarla.

Respecto a lo que me pides de que escriba algunos versos que me hayan extasiado, de memoria solo puedo recordar —y menudo recuerdo porque el verso es todo un poema en sí mismo— uno de Miguel d’Ors que me conmovió por su hondo sentido. Es un endecasílabo que lleva por título Permanencia: «Se fue, pero qué forma de quedarse». Otros que recuerdo ligados a la música son versos en otros idiomas como el inglés o el alemán. Durante muchos años me marcó mucho la letra de Somebody to love, una canción que compuso Freddie Mercury allá por 1976 y que incluyó en el álbum A day at the races del grupo Queen: Each morning I get up, I die a little. Can barely stand on my feet […] Can anybody find me somebody to love?[1] ¡Curioso! Si te fijas, en esa letra están los tres temas que mencioné anteriormente: vida, muerte y amor. Otro poema que tengo en la mente es uno de Heinrich Heine, en alemán. Me lo sé de memoria porque lo asocio con la canción que Robert Schumann compuso con ese poema y que incluyó en el ciclo Amor de poeta op. 48: Im wunderschönen Monat Mai, als alle Knospen sprangen, da ist in meinem Herzen die Liebe aufgegangen…[2] En mi caso, la música me hace recordar los poemas. Pocos poemas sé de memoria que no estén asociados a una melodía. Por eso admiro a personas como Emilio Pascual o Pollux Hernúñez, quienes, aparte de leer muchísimo, tienen una memoria prodigiosa. Por cierto, el poema de Heine es del amor que surge en primavera: renacer de la vida y nacimiento del amor. Como poetas actuales a quienes admiro están Miguel d’Ors, Eloy Sánchez Rosillo, Tomás Sánchez Santiago, José Mateos… Precisamente, de Mateos son estos versos dedicados a la lectura y que incluí en el texto con el que comenzó esta entrevista, «Y me tomaste del brazo»:

 

El libro sobre la mesa.

Le abro las alas,

 

y vuelo.

 

Sigamos volando, Ayoze. Volemos.

 

Esta entrevista se realizó para el libro Filosofía contemporánea: Las formas de la multitud publicado en 2024 con Lulaya Ediciones. 



Puedes consultar el índice aquí: https://www.numinisrevista.com/p/filosofia-contemporanea.html

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[1]. «Cada mañana que me levanto, muero un poco. Apenas puedo mantenerme en pie [...] ¿Puede alguien encontrarme alguien a quien amar?». (Traducción propia).

[2]. «En el hermoso mes de mayo, cuando todos los capullos brotaban, el amor floreció en mi corazón...». (Traducción propia).


Cómo citar este artículo: GONZÁLEZ PADILLA, AYOZE. (2025). «El libro sobre la mesa, le abro las alas y vuelo»: Entrevista a Michael Thallium sobre Filosofía y LiteraturaNuminis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (EN9). ISSN ed. electrónica: 2952-4125. https://www.numinisrevista.com/2025/08/Entrevista-a-Michael-Thallium-sobre-Filosofia-y-Literatura.html

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