Un viaje en
tren regional
Ayer por la tarde viajé de Madrid a Zaragoza. Hoy por la mañana emprendo el mismo viaje, pero en sentido contrario. Elegí el tren como medio de transporte. Podría haber hecho el viaje en coche, pero no quise arriesgarme a que se me averiara un automóvil que ya acumula muchos kilómetros y a tener que afrontar el gasto de una reparación que, en estos momentos, no podría asumir. Así que elegí el tren regional. No fue por gusto, sino por necesidad económica. Tampoco podía permitirme pagar el precio de un tren de alta velocidad. De haberlo hecho, podría haber llegado a Zaragoza en apenas una hora y media; en su lugar, tardé cuatro horas y media. El tiempo es oro, dicen. Cambiemos ‘oro’ por ‘dinero’. El tiempo es dinero… pero el tiempo es también libertad cuando uno puede disponer de él sin cortapisas.
Un viaje visto y no visto —llego, hago noche, me hacen unos análisis de
madrugada y me marcho—, aunque aún no ha terminado. Aquí estoy todavía,
escribiendo en el tren que me lleva de vuelta a Madrid. Hace nada que hemos
salido de la Estación de Delicias. Ayer cuando venía de camino, me di cuenta de
que el recorrido de un tren regional es mucho más bonito y entretenido que el
de un tren de alta velocidad. Este pasa por pueblos castellanos y aragoneses,
pequeños, algunos diminutos, cuyas estaciones todavía son de las que había hace
cincuenta o más años: Baides, Sigüenza, Medinaceli, Ariza, Bubierca, Ateca,
Epila, Purroy, Morata de Jalón... Los paisajes son hermosos, pintorescos,
sugerentes, enigmáticos, admirables. Ayer, según iba el tren acercándose a
Zaragoza, los campos parecían un mar de olas verde; el viento movía
acompasadamente las ramas de los árboles y los cañaverales. El envés de las
hojas movidas por el viento hacía un juego de colores parecido al de las
crestas de las olas del mar… Un mar verde y vegetal erizado por el viento.
Daban ganas de zambullirse.
El tren regional es para personas humildes, de economía modesta. Sabiendo
que iba a pasar más de cuatro horas y media en el tren, me pertreché de viandas
literarias. Me llevé dos libros, uno para leer y otro para regalar. No pasé
todo el trayecto leyendo, no. También dormité cabeceando en un asiento más
incómodo que el del tren de alta velocidad. Leí a ratos. En realidad no leí:
releí. Mi pertrecho literario constaba de Necesidad de música del filósofo George
Steiner, un libro muy peculiar, porque solo puede encontrarse en español. En él
se recogen artículos, reseñas y conferencias sobre música que Steiner hizo a lo
largo de su vida. Lo leí hace tres años, y ayer releí alguno de los textos. El
libro lo compuso y tradujo el poeta y ensayista mexicano Rafael Vargas
Escalante, quien contó con el beneplácito de Steiner. Lo publicó en febrero de
2019 la editorial mexicana Grano de Sal. La primera sección contiene diez
textos extraídos de revistas especializadas, notas a programas de conciertos y
críticas musicales; la sección central es una disertación, algo inclasificable,
sobre poesía, matemáticas y música en tanto que lenguajes; la tercera sección
agrupa reseñas de libros sobre compositores o épocas. Además, uno puede seguir
las obras musicales que se mencionan en el libro gracias a los enlaces —en
México los llaman 'ligas'— a YouTube y Spotify que ofrecen los editores. En su
prólogo, Rafael Vargas Escalante escribía que «sería magnífico escribir una
composición para celebrar con un concierto en su homenaje los pródigos 90 años
de vida que Steiner cumplirá poco después de que sea publicado este volumen».
Ignoro si tal composición y concierto llegaron a concretarse. George Steiner
murió el 3 de febrero de 2020 a los 90 años.
El segundo libro, ya lo dije, era para regalar. Su destinataria era la
enfermera que esta mañana de madrugada me ha extraído la sangre. Letras a
cambio de sangre: la sangre con letra penetra. El libro lo ha publicado Lulaya Ediciones en su colección de
ensayo hace un par de semanas: Dos años de Numinis con Michael Thallium: En la brega de la
vida y la literatura. En él se recogen diecinueve artículos
relacionados con la vida y la literatura. La escritura y la selección de los
textos la hizo un servidor. La edición, muy cuidada y original, es de Ayoze G.
Padilla. A él le estoy muy agradecido, porque tan importante como escribir es
editar: un texto sin una buena edición tiene poco recorrido. Ojeándolo ayer
mientras viajaba, a pesar de que su parto es reciente, tuve la sensación de que
los textos los había escrito otra persona, alguien que no era yo, alguien lejano,
de otra vida y de otro tiempo. Y aún más extrañeza me produjo concluir que el
libro aguanta la relectura.
En la brega de la vida y la literatura es un
subtítulo que considero apropiado, porque eso es lo que uno va haciendo semana
tras semana: bregar con los quehaceres cotidianos (la vida) y con la lectura y
la escritura (la literatura). Prueba de ello es que ahora mismo escribo estas
últimas palabras en un modesto tren regional que apenas sale de la estación de
Cetina, ese pueblo olvidado de unos quinientos habitantes que se cita en El
cantar del Mío Cid. Cetina alberga en la «Peña del Diablo», a orillas del
Henar, restos arqueológicos del Paleolítico. Aún quedan un par de horas para
llegar a Madrid. Al bajar del tren, seguiré bregando con la vida y la
literatura. Ahora miraré por la ventana para contemplar esos hermosos paisajes
al paso del tren. Disfrutaré de mi modesta libertad, de mi tiempo, del oro
humilde de un viaje en tren regional.
Michael Thallium
Un viaje en tren regional
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2024). Un viaje en tren regional. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 3, (CV67). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2024/07/un-viaje-en-tren-regional.html
Esta revista está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional
No hay comentarios:
Publicar un comentario