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Andrea

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Andrea

En España el nombre es de mujer, pero en Italia Andrea es también un nombre de hombre. Choca un poco, pero así es. Le viene a uno a la cabeza aquel famoso poeta Andrea Chénier de Umberto Giordano y Luigi Illica. Andrea, el hombre de quien uno quiere hablarles es italiano y nació justo con el siglo XXI, es decir, en el año 2000. Así que Andrea es un joven, un hombre joven, de veintitrés años. ¡Generación Z, centenial puro! Uno lo conoció hace un par de años cuando trabajaba en un centro universitario organizando conciertos de música clásica. Él era un estudiante Erasmus que había venido a Madrid. Estudiaba Físicas y le encantaba la música. Luego uno descubrió que también le entusiasmaban las artes y la literatura y la cultura en general. Andrea era especial. Tenía madera, como se suele decir. Por la edad, perfectamente podría ser el hijo de uno, pero sólo somos amigos, que no es poco. Es una amistad extraña, porque tampoco es que nos hayamos visto mucho: unos cuantos conciertos juntos cuando él aún estaba estudiando en Madrid y luego un par de ocasiones que vino de visita a España durante el último año. La última hace un par de días. Quedamos, tomamos un café y conversamos. Poco más de una hora. Ese mismo día por la noche él regresaba a Italia. Y ya está. ¡Quién sabe cuándo volveremos a vernos!

Les contaba uno que Andrea era especial… bueno, es especial. Terminó la carrera de Físicas con apenas veintitrés años. Ahora anda haciendo una maestría en Física teórica. Quizás la Física sea una de las razones que nos unen, aunque eso él no lo sepa: uno estuvo matriculado en esa carrera hace muchos años —más de los de la edad que tiene él ahora—, pero nunca la terminó… en realidad, ni siquiera la empezó. Otra razón que nos une, quizás, sea que ambos hemos sido estudiantes Erasmus, aunque con una diferencia de veinticinco años. Sin embargo, lo que probablemente más nos una sea la cultura, la filosofía, la música, la historia, eso que denominamos humanidades. Llama la atención que una mente netamente científica como la de Andrea tenga tanta sensibilidad para las artes. A eso se añade una gran capacidad de análisis y conciencia de sí mismo y una profundidad de pensamiento inusuales para su edad. En Andrea confluyen juventud, serenidad y madurez. Conversar con él es darse cuenta  de que hay personas jóvenes que nos dan mil vueltas a quienes somos mayores y que nos creemos saber mucho por la mera experiencia de los años. Y sí, aunque es cierto que la experiencia es un grado, no lo es menos que hay personas que vienen de serie con un don. Andrea lo tiene. Hablaba  el zamorano Claudio Rodríguez del «don de la ebriedad» por el que le dieron el premio Adonais de poesía en 1953, con tan sólo dieciocho años. ¡Eso es precocidad! Madurez, serenidad, juventud: Siempre la claridad viene del cielo; es un don: no se halla entre las cosas… 

Andrea tiene un don que no sabe uno muy bien de dónde le vendrá, pero lo tiene. Esa última conversación que mantuvimos el día de su regreso a Italia fue una sencilla muestra de ello. ¿Qué joven se pone a hablar de Física, de Filosofía, del sempiterno conflicto entre Palestina e Israel o de la enmascarada guerra entre Rusia y Ucrania, y lo despacha casi todo con modestia y evocando un poema de Leopardi? Sempre caro mi fu quest'ermo colle, e questa siepe, che da tanta parte dell'ultimo orizzonte il guardo esclude… Son los primeros versos de un poema que Leopardi compuso con veinte años. El infinito, lo tituló. Si uno no lo traduce aquí es porque ya habrá quien lo busque en castellano. Algún alma curiosa como la de Andrea.



El infinito, los límites, las limitaciones… Uno ignora qué nos deparará el futuro, pero se atreve a conjeturar que Andrea está destinado a hacer algo grande. No sabe uno muy bien qué, pero el don lo tiene. Aún hay mucho tiempo para lograrlo. A uno le gustaría saberlo. Dentro de veintiocho años, justo cuando él tenga la misma edad que uno tiene ahora, quizás Andrea se mire en el espejo del pasado y recuerde su año de estudiante Erasmus en Madrid. Con suerte, si vive para contarlo, un viejo leerá, con una media sonrisa, en algún lugar que un italiano hizo algo grande y recordará entonces aquellos versos de Leopardi que otrora llegaron jóvenes, serenos y maduros. 

No hay mayor logro que vivir y ser feliz. Sépanlo todos, por si alguna vez se lo encuentran, ese joven que aspira a ello, ese joven que tiene madera, como se suele decir, se llama Andrea, Andrea Micozzi.

 

Michael Thallium

Andrea

 

Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2023). AndreaNuminis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CV32). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/10/andrea.html

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