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Pues a mí también me importa un bledo

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Pues a mí también me importa un bledo

Uno escribe de lo que conoce o, al menos, de lo que cree conocer. Eso es algo muy subjetivo, claro. Uno puede creerse que sabe mucho de algo y, en el fondo, no saber casi nada de nada. Y, en cualquier caso, siempre habrá alguien que sepa más que tú o que te enmiende la plana. Por eso, quizás, a veces prefiramos escribir sobre cómo nos sentimos, porque eso es algo tan nuestro que nadie puede arrebatárnoslo… o quizás sí. Uno incluso a veces duda ya hasta de lo que puede sentir o no. Siempre aparecerá alguien que nos diga que estamos equivocados o cómo hemos de sentirnos. Siempre habrá alguien a quien lo que conozcamos le importe un bledo y menos aún lo que sintamos. Por cierto, un bledo es una planta que a los romanos —y antes a los griegos— les parecía muy insípida, insignificante. Bliton (βλίτον), la llamaban los antiguos griegos, pero parece que los actuales emplean esta palabra para llamarle tonto a alguien: un tonto del culo, que diríamos en España, porque, por alguna razón que uno ignora, los españoles tendemos a magnificar el insulto con un añadido genital o cular: gilipollas de cojones, tonto la polla, etc. Lo de βλίτον (tonto) no lo sabe uno porque sepa griego, sino porque se lo ha soplado una griega que sabe latín, entiéndase, que sabe mucho griego, al menos más que uno. Es verdad que en español no todo son genitalicios también tenemos el tontolaba o tonto del haba, aquel a quien le solía tocar el haba al cortar el roscón de reyes. Pero digamos que la base, el fundamento, es el tonto, que está emparentado con otro adjetivo más culto, atónito; ambos vienen del latín attonitus. En inglés se dice dumb, en alemán dumm, en italiano sciocco, en francés abruti… 


En fin, todo esto para volver al principio y reformular lo dicho, es decir, que donde dije digo, digo Diego. Uno puede creerse muy listo, pero ser muy tonto. Siempre habrá un listillo más listo que tú, y quizás nos consolemos pensando que siempre hay alguien más tonto que nosotros —o sea, un tonto la polla— ante quien parezcamos unos listos de cojones y cuyas opiniones o sentimientos nos importen un bledo. Uno confiesa ser poco listo, vamos, que es más bien tonto. Es una confesión bien sincera ante tanto listo que anda suelto. No hay más que leer la prensa, escuchar a los cabecillas de los partidos políticos arengando a sus prosélitos —y los arengados asintiendo con la cabeza como aquellos perritos de plástico que solían ponerse en los salpicaderos de los vehículos en los años ochenta—, a los diputados en los parlamentos, a los políticos en las ruedas de prensa, y a los tertulianos radiofónicos y televisivos bailando el agua al mejor postor, para comprender que uno es un tontolaba, es decir, el que paga el roscón que los demás se zampan sin contemplaciones. 


No obstante, como uno tampoco quisiera sonar querulante —nada más horrísono que la queja sin venir a cuento o patológica—, siempre podrá refugiarse en algún lugar para sentarse a escuchar tranquilamente el Scherzo de la Cuarta Sinfonía de Bruckner —total, lo escuchamos cuatro gatos— y decirse a sí mismo satisfecho: ¡Pues a mí también me importa un bledo!


Michael Thallium

Pues a mí también me importa un bledo


Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2023). Pues a mí también me importa un bledoNuminis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 2, (CV27). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/09/pues-mi-tambien-me-importa-un-bledo.html

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