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Los venenos de los nacionalismos independentistas

Encabezados

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Los venenos de los nacionalismos independentistas

España es un país de una gran variedad cultural. No importa si recorremos la región de Murcia, Madrid, Asturias, Valencia o Extremadura, ya que en cada una nos encontramos con bailes típicos, gastronomía local, fiestas, patrimonio único, acentos o incluso idiomas propios. Aunque no nos lo parezca, esto es algo bastante excepcional en Europa, un continente en el que los procesos nacionalistas y de estatalización han acabado creando lenguajes, culturas e incluso artes hegemónicos y uniformizados, reduciendo o directamente eliminando las distinciones regionales.

Sin embargo, esto no ha sido siempre así, a lo largo de la historia de nuestro país ha habido una pugna entre los modelos centralizantes y descentralizadores hasta concluir en el actual régimen de comunidades autónomas, el cual, sin ser perfecto, considero bastante adecuado a la realidad de nuestro país. Pero no es mi intención abordar en profundidad estas interesantes cuestiones, sino analizar una funesta consecuencia del proceso de descentralización: el surgimiento de los nacionalismos independentistas.

Los distintos territorios de la península ibérica, los cuales se fueron unificando hasta culminar en el imperio español bajo la casa de Austria, habían mantenido sus propias leyes, instituciones y usos culturales que reflejaba el carácter «federal» de la monarquía. Tras la guerra de sucesión española y la entrada de la casa francesa de los borbones, España vivió un proceso de centralización y uniformización reflejado en los decretos de nueva planta de Felipe V. Al contrario que España, Francia era un reino totalmente centralizado y gobernado por un rey de poder absoluto que prácticamente no estaba limitado por ningún contrapeso.

    Sin embargo y a lo largo de la historia, las lenguas y particularidades culturales locales se han mantenido a pesar de todo, y han sido la causa de multitud de disputas y conflictos; desde revueltas como el motín de Esquilache, sublevaciones regionales múltiples como las de Cataluña o debates acerca de cuál debería de ser la conformación del Estado y la forma de gobierno en sí. A continuación, voy a enfocarme en el nacionalismo independentista y no en el regionalismo en sí, es decir, los partidos y movimientos políticos que defienden la identidad regional sin renunciar por ello su pertenencia al estado de España.

El nacionalismo independentista, a grandes rasgos, busca romper con la unidad de España a través de un referéndum de autodeterminación o una sucesión directa sin cooperación con el gobierno central. De estos nacionalismos se destacan los vascos y catalanes como los de mayor presencia, los cuales han formado parte recientemente del gobierno de coalición de Pedro Sánchez. Estos nacionalismos independentistas tienen una serie de rasgos en común, pero hay dos principales. El primero es el uso de la lengua como arma política, buscando imponer la lengua regional por sobre el castellano. El segundo es la creación de una narrativa maniqueísta que busca dividir a la población, presentando a los españoles como opresores. Una vez obtienen el poder, buscan apropiarse de las instituciones desde las que impulsar su causa.

 Yo quisiera plantear una pregunta al lector: ¿Acaso se es más o menos por ser de una región, de un pueblo, de una ciudad frente a cualquier otra persona? ¿Acaso un vasco debería de disfrutar de mayores privilegios que un aragonés, madrileño o andaluz por el mero hecho de ser vasco? Seguramente no ¿verdad? Del mismo modo que el nacionalismo español decimonónico buscó imponer un único modelo de estado y de ser español, los nacionalismos regionales buscan imponer una única concepción de cómo ser de dicha región, de a quién votar, de qué lengua hablar. Y lo peor de todo es que quienes no están de acuerdo con los delirios nacionalistas de turno, suelen ser señalados, acosados y vejados, a veces desde las propias instituciones.

Como observo que este es un problema que puede mantenerse indefinidamente, propongo una solución que cortaría de cuajo con el conflicto; prohibir los partidos que mantengan como objetivo generar un proceso independentista. Se que sonará horrendo y tremendamente antidemocrático para muchos, pero para mí la constitución deja muy claro el asunto en su artículo dos: «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.»

 Es decir, España como nación es indisoluble, más la constitución prevé procesos de descentralización como parte del sistema político. Yo estoy a favor de la descentralización porque evita que el poder se acumule en las manos de unos pocos, pero ello no debería de dar cabida a procesos secesionistas, más aún cuando no hay razones de peso para ello. Lo que quizá resulta realmente preocupante es que estos partidos independentistas estén en convivencia con el gobierno, y que de forma lenta pero segura introduzcan su veneno dentro del estado.


Sergio Cánovas

Los venenos de los nacionalismos independentistas

 

Cómo citar este artículo: CÁNOVAS, SERGIO. (2023). Los venenos de los nacionalismos independentistas. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CD34). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/09/Los-venenos-de-los-nacionalismos-independentistas.html

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1 comentario:

  1. A mí el secesionismo nacionalista me parece una idea deplorable (no así el secesionismo como estrategia política contingente para lograr otra serie de objetivos), pero prohibir los partidos secesionistas me parece inviable. Primero, porque la Constitución impide quebrantar la unidad de España, pero no que haya personas y organizaciones políticas que persigan ese objetivo (siempre y cuando fracasen en el intento). Segundo, porque sería una medida taimada destinada a beneficiar a las derechas y extremas derechas centralistas, que no tienen ningún aliado preciasamente por su confrontación con los partidos nacionalistas. Por no mencionar que en dichos partidos hay independentistas, pero no solo. Dentro de Esquerra Republicana, por ejemplo, hay un sector federalista y casi un cuarto de sus votantes no se considera independentista.

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