Eso que damos por sentado
Uno a veces se siente espectador de lo que le acontece. Algo extraño, porque es imposible que aquello que acontece no lo convierta a uno en partícipe del milenario espectáculo del mundo. Quizás sea eso, que el modo en que uno elige participar sea el del espectador, esa perspectiva de quien mira y observa. A veces incluso uno se siente especial —vanidad de vanidades, que diría Qohélet— al observar en silencio, a través de la mirilla que le muestra parte de las vidas de otras personas en derredor, y creer que comprende el sentido de la existencia y el porqué de las cosas. Algo parecido a lo que sucede cuando uno se encuentra en ese estado de duermevela nocturno, antes de conciliar el sueño, en el que surgen ideas y pensamientos, genialidades, que se desvanecen como volutas al viento cuando uno intenta recordarlas al despertarse. Siempre suele ocurrir lo mismo: ¡por qué no las habré apuntado anoche!, nos decimos. Es como si la luz del día eclipsara la clarividencia nocturna, como si nos volviera un poco más necios e incapaces de expresar eso que la noche anterior sentimos con tanta claridad.
Quizás sea la edad, el ir
cumpliendo años. Pero no, porque cuando uno era bastante más joven, también se
sintió espectador del mundo: un espectador que pasaba inadvertido por los
vericuetos de los mercadillos en Alejandría, que descubría en silencio los
misterios turcos en Antalia, que se asomaba a la sagrada intimidad de los
balineses en Indonesia, que tomaba consciencia del nulo valor de la vida humana
haciendo cola para entrar a un banco en Manta, la ciudad costera de los atunes,
o que sintió el frío seco y callado del hielo ártico. No, no es la edad. Uno se
ha sentido siempre espectador. Los años, quizás, traigan la serenidad y uno se
vuelva un observador más sereno, un observador del horizonte de sucesos a quien
no le afectan los acontecimientos.
En ese estado de
espectador, uno mira, ve y se imagina cosas, se hace preguntas vergonzantes:
«¿Qué ocurriría si tal o cual persona resucitara? ¿Resucitar?… primero habría
que creer en la vida después de la muerte, ¿no? ¿Y si elimináramos a todas las
personas malvadas de la faz de la Tierra? Vale, ¿y quiénes son malvadas? ¿Quién lo
decide? A mí se me ocurre más de una persona a quien eliminaría. ¿Por qué la
gente se dejará convencer por los políticos en pos de ideologías que ni
siquiera conocen? Meras etiquetas; izquierdas, derechas, ultraizquierda y
ultraderecha».
Uno va caminando por las
calles de una ciudad y ve farolas, semáforos, vehículos, edificios complejos a
los que llega el agua caliente y la electricidad en los que transcurren las
vidas de seres humanos; cuando la luz es verde, nos ponemos en marcha; cuando
es roja, paramos. Sacas una tarjeta de plástico, la pones en un dispositivo que
la lee y eso te da derecho a llevarte lo que quieras de un establecimiento con
tal de que en tu cuenta bancaria haya dinero; si enfermas, vas al médico; si te
tienen que sacar una muela o amputar una pierna, ni te enteras porque hay
anestesia. En tu teléfono móvil puedes ver el tiempo, leer la prensa, hablar
con tus amigos, jugar, enviar correos… Si pudiésemos resucitar a alguien que
murió tan solo hace cincuenta años, se quedaría pasmado; y si resucitásemos a
una mujer de hace apenas doscientos años, alucinaría y no sabría explicar
muchas cosas que para nosotros son habituales.
Ese estado de observador
del horizonte de sucesos, le vuelve a uno más independiente aún sabiendo que es
la interdependencia la que entrama la existencia humana. Y, sobre todo —y aquí
viene la razón última de todas las palabras precedentes—, uno se sacude de
encima esa manía política y sistemática de tener que ser de izquierdas o de derechas —trapo de bloques al que entra el toro de la mayoría— al igual que toda
esa banalidad que alimenta las televisiones y los medios de comunicación con el
apoyo justificado de las audiencias. Uno se niega a estar inserto en esa falaz simplificación. ¿Solución? Elevar la Cultura… y no
confundirla intencionadamente con ideología. Solo así iremos dándonos cuenta de las
manipulaciones y de todo eso que damos por sentado.
Michael Thallium
Eso que damos por sentado
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2023). Eso que damos por sentado. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CV18). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/07/eso-que-damos-por-sentado.html
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Genial
ResponderEliminarGracias.
EliminarHay quien diría, como Freeden abrazando a Wittgenstein, que las ideologías tienen una funcionalidad en tanto que mapas de sentido. Lingüísticamente, hay que dar ciertas cosas por sentado, pero por supuesto, eso jamás debe ser excusa para frenar el ineludible movimiento del cuestionamiento. ¿Qué opinas?
ResponderEliminarEl cuestionamiento es bueno siempre y cuando no se transforme en rémora para actuar. Dudar lo justo y atreverse a equivocarse.
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