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23J —desesperada llamada al voto— María Sancho de Pedro

  Encabezados

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23J —desesperada llamada al voto—.

Se acerca el día. En menos de una semana, ni más ni menos que en el renovado día sagrado, en la jornada que se supone habría de estar dedicada al descanso, nos situaremos frente a unas todavía urnas analógicas a participar de la ficción democrática. No lo olvidemos: por muchas fallas que tenga el sistema electoral, votar constituye un privilegio. Aquellos que sienten que su voto no influye en la legislación son los que más deben revisar y deconstruir su situación de poder. Recordemos siempre: votar puede constituirse como un ejercicio de empatía social con aquellos que no tienen voz o ésta no es lo suficientemente fuerte. 

Estos vectores olvidados de la sociedad, a veces tachados de minoritarios, son savia que recorre nuestras civilizaciones: niños que no merecen una debacle climática, ancianos que llevan toda una vida trabajando para ahora ser arrebatados de su promesa pensionista, mujeres que constituyen una mitad poblacional y que a veces olvidan que sus derechos conquistados son de los primeros en caer cuando llegan tiempos recesivos. Todavía quedan más: personas racializadas y migrantes que, en demasiadas ocasiones, ni siquiera cuentan con voto a pesar de formar parte viviente y contribuyente de este país; otras personas que recorren el espectro de lo disidente que recuerdan día sí y día también la norma represiva que trata de llover contra todos, elles, les primeres en atreverse a encabezar la lucha. 

No queda fuera el amplio sector de la población que vive alienado en un trabajo precarizado que no le cede tiempo para descansar o para un ocio querido y que vive siempre con el agua de los pagos al cuello. El serio problema de estos grupos es que vivimos en un sistema que disfraza, en demasiadas ocasiones, esta realidad. La fisura que recorre a nuestros representados es que estos mismos piensan que un partido político que no tiene intención de perseguir sus intereses es una alternativa viable que no pone en riesgo sus vidas, ni las de sus amigos, familiares o descendencia. 

Como ya exploré, en columnas anteriores —disponibles en la bibliografía—, a veces parece que una sombra de violencia y catástrofe recorre nuestro futuro. Esta no puede más que asemejarse al período de expectativa que vivía la Europa preñada de la I y de la II Guerra Mundial. Era habitual, en aquel tiempo, encontrar a múltiples pensadores que jamás hubieran sido imaginados escribiendo algo remotamente político, analizando el panorama epocal y realizando genealogías y arqueologías de la Modernidad que permitieran explicar la aparente caída que parecía llegar, y que al final, acabó llegando. Estas investigaciones (véase Heidegger, 2010; Husserl, 2008; Adorno y Horkheimer; 2018; entre otros) tienen destellos reflexivos que deberían seguir vigentes a día de hoy. En una línea dialéctica, Zambrano (2022),  ofrece un estudio acerca de la situación europea, que, aunque no novedosa —puesto que dicha aproximación también es compartida por la Escuela de Frankfurt—, sí que está escrita en un idioma que, sin ninguna duda, me parece que apela más a la población española. 

Su reflexión no tiene desperdicio: Europa agoniza en una violencia acarreada por su propia esencia, en la que ya se encontraba su semilla de destrucción. Los excesos bélicos provienen ni más ni menos que de la forma elegida de culto hacia el Dios judeo-cristiano —no podemos ignorar aquí las conexiones con el análisis weberiano en que la misma causa explica el desarrollo capitalista—.La mística, por supuesto, no está tratando de realizar una reivindicación atea al problema. Su gran decepción se encuentra en que, en vez de haber apostado por atender al suceso de misericordia que encarna la Pasión de Cristo, el europeo ilustrado prefirió fijarse en la acción creadora del Génesis. Bajo el amparo de la imagen y la semejanza, eligió a conciencia no replicar la conducta amorosa de salvación, sino lanzarse a la creación y conquista de su propio mundo —un nuevo mundo generado en términos de propiedad y de posesión—. Se eclipsó así la piedad, se terminó así la empatía (Gómez Blesa, 2022: pp. 51-53).

Ha pasado más de medio siglo desde que se lanzó a la tripa de entrañas curiosas el texto en el que se procesaba este ensayo. Conviene matizar que el eurocentrismo cada vez se ve con peores ojos y tiene menos sentido especialmente en un mundo globalizado en el que el capitalismo de raíz occidental se ha expandido hasta rincones insospechados; en todo caso, tendría sentido aplicar este análisis a la totalidad del panorama occidental sin dejar de posar una mirada crítica sobre los problemas de carácter decolonial que se asocian al mismo. A pesar de los huecos en los que la tesis zambraniana se queda desfasada, creo que su fuerza discursiva descansa en la capacidad de apelar de manera emocional al lector, especialmente al lector español. Quizá esto sea por el casticismo que se encuentra en los intelectuales del siglo XX de este país, o por la continuación de una tendencia mística que sentimos históricamente tan cercana.

Sinceramente, el motivo de la apelación es lo de menos. Mi esperanza recae en que los indecisos, pero sobre todo, los que más claro creían tenerlo —desconfíen siempre de las opiniones que no están atravesadas de cierta duda—, se hayan visto agarrados por este anhelo de piedad y de empatía. La esperanza de este mundo, la única forma de evitar una nueva caída más devastadora que la vivida en el siglo pasado es aferrarse desesperadamente a la empatía y al amor. Es trazar una senda no violenta en la que cedamos espacio a aquellos que están en situación de mayor riesgo de sufrir la guerra que se nos viene encima. No puedo no dedicar mi espacio de los lunes a compartir esta inquietud que recorre mi interior, especialmente en los tiempos en los que vivimos. Si de algo sirve, ruego al lector que haga un esfuerzo esta semana por pensar a largo plazo, por hilar con las posibles consecuencias futuras. Que piense en cuestiones tan importantes como el cambio climático, el aumento de la violencia legislativa y social que mujeres y personas disidentes se están viendo abocados a vivir, el seguro desarrollo de futuras pandemias que necesitan de una sanidad y de unas instituciones de protección fuertes y seguras, etc.

En el período de elecciones autonómicas no consideré necesario hacer este llamamiento. Vistos los resultados, tengo que sumarme a la llamada al voto responsable: vota, vota con corazón, vota habiendo contemplado y reflexionado, vota sin rencor, vota con empatía, vota sin caer en las mentiras, sin ser subsumido por la propaganda, vota sin creer en la ficción de la representatividad, pero vota porque aunque todos los políticos españoles te enerven, la ausencia de voto favorece todavía más dicha ficción. Vota, porque aunque para ti parezca que un voto es prescindible, muchos otros son desahuciados, agredidos, amenazados, enfermados o ahogados en el Mediterráneo sin posibilidad de gritarlo en las urnas. No votes en ejercicio de individualidad, vota siempre teniendo en cuenta que compartes mundo, sociedad y país con otros prójimos que necesitan de tu solidaridad. 




María Sancho de Pedro

23J —desesperada llamada al voto—.


 

Bibliografía


Cómo citar este artículo: SANCHO DE PEDRO, MARÍA. (2023). 23J —desesperada llamada al voto—, Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CL37). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/07/23j-desesperada-llamada-al-voto-maria.html

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