
Sobre decir adiós
Creo que no hay nada más amargo
que decir adiós. Toda despedida siempre lleva oculta un velo de tristeza.
Incluso cuando la ansiamos, cuando deseamos con fuerza que alguien desaparezca
de nuestro lado, a poco que pasa el tiempo aparece cierta resaca emocional que
entristece el ocaso de algo que ya no volverá. Las despedidas que revisten con
un ¡hasta luego! son más llevaderas. Aquello que sabes que volverás a ver en un
corto o medio lapsus de tiempo hace que incluso se vaya fraguando una sonrisa
tímida en su inicio, pero espontánea cuando ese hasta luego se convierte en un
¡cuánto tiempo!
Sin embargo, las despedidas que
aguardan un ¡hasta siempre! vienen rociadas de un agridulce aroma de tristeza y
nostalgia, aunque también de alegría. No hay nada más triste pero a la vez tan
grato que despedirte de algo (un lugar o una ciudad) o de alguien (un amigo o
simplemente un compañero) sabiendo que quizás es la última vez que volveréis a
encontraros, al menos en el contexto y la época en la que te hallas diciendo
ese pequeño gran adiós. Todavía es peor cuando esa despedida es la de un
familiar que dejas atrás para adentrarte en la inmensidad de otro lugar,
dejando a la zaga aquello que siempre fuiste para encontrar más de eso que
crees que eres o puedes llegar a ser.
Una despedida siempre es un
abandono, una renuncia que te obliga a continuar. Por eso las personas que
menos se despiden son las que más ancladas están al pasado. El paso del tiempo
nos devasta a todos por igual y solo los que lidiamos de forma incesante con la
desolación de lo transitorio podemos tratar de reconstruir aquello que algún
día formó parte de lo que éramos, y que sin embargo, un adiós nos extirpó con
la agonía del olvido. No hay peor enemigo del ser humano que ese frágil
equilibrio entre el recuerdo y el olvido que en atisbos de temporalidad nos
regala instantes, algunos eternos, otros fugaces, pero, no obstante, todos
vitales.
La vida es otra forma de decir
adiós. Más tarde o más temprano nacemos para despedirnos, para ausentarnos. Por
ello, para la mayoría de personas la peor de las despedidas es siempre la
muerte. Aunque para muchos esa muerte lejos de ser un ¡hasta siempre! no es más
que un ¡hasta pronto! Quizás sea la mejor forma de despedirnos, intentando
convencernos de que ningún adiós es realmente definitivo, siempre temporal.
Hay adioses que vienen
antecedidos de una bienvenida. Estos son más dulces, permiten despedirte de
algo a través de un nuevo abrazo. El abrigo siempre te refugia de los caprichos
del tiempo. Hay otros adioses que sin embargo vienen precedidos de vacío. Aquí
es cuando la incesante nostalgia se convierte en tu abrigo, pero solo hasta que
el paso del tiempo no te arrastre hacia el olvido. También hay otros tipos de
despedidas, que tienen más que ver con un saber marcharse. Hay quienes saben
abandonar una fiesta o un encuentro en el momento oportuno, pero hay otros que
se resisten al abandono y son los primeros y últimos en decir «hola» y «adiós».
El que llega temprano pero no el primero y evita marcharse el último es más
propenso a despedirse en silencio. El que llega el primero y se va el último es
la dramatización misma del tiempo.
En épocas de despedida solo nos
queda acurrucarnos con el suave recuerdo que en su justa medida nos impulsa
hacia la búsqueda de otros comienzos, donde la despedida siempre es nueva y
aquello que queda atrás es reemplazado por aquello que nos queda por conquistar.
Ayoze
González Padilla
Sobre decir adiós
Cómo citar este artículo: GONZÁLEZ PADILLA, AYOZE. (2023). Sobre decir adiós. Numinis Revista de Filosofía, Época I, Año 2, (CM1). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2023/06/Sobre-decir-adios.html




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"La vida es otra forma de decir adiós". Bonita frase.
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