Vivir
es optar por la vida
Año 1959. El 1 de enero de aquel año triunfa la revolución cubana de Fidel Castro; las consecuencias las conocemos 64 años más tarde. Es también el año en que se inaugura el Valle de los Caídos en España. Un detalle menor: ese año también nace José María Cano, cantante, compositor y productor de Mecano. Para quienes no lo recuerden, fue él quien escribió Hijo de la luna. Esa canción llegó a cantarla Monserrat Caballé. 1959 fue también el año del Concilio Vaticano II y de las exploraciones espaciales por parte de EE.UU. y la Unión Soviética. Los objetivos: la Luna y el Sol. También es el año en que aparece un libro con un título corriente y moliente, poco atractivo, sobrio: Textos I. Y además es un título engañoso, porque jamás hubo un Textos II. Lo publicó en Bogotá la Editorial Voluntad y es una rareza: el único escrito en prosa continua por su autor. ¿Quién lo escribió? Nicolás Gómez Dávila. Colombiano. Polímata y políglota. Cuando publicó ese libro, Gómez Dávila tenía 46 años. Era su segundo libro. El primero tampoco tuvo un título muy atractivo: Notas. Fue una edición por cuenta del autor, dedicada a sus amigos y que quedaba fuera de comercio, es decir, no venal. No fue reeditada. Años más tarde, publicó sus escolios: profundos, sagaces, inteligentes, imprescindibles. Durante su vida, su obra no fue muy divulgada y tampoco Gómez Dávila hizo por difundirla; solo un círculo reducido de personas la conocían, entre otros, el escritor Álvaro Mutis, Premio Cervantes, o Gabriel García Márquez, Premio Nobel. El primero, Mutis, dijo de su obra que era «un territorio celosamente conservado en la penumbra»; el segundo, García Marquez, que «si no fuera de izquierdas, pensaría en todo y para todo como Nicolás Gómez Dávila». Por cierto, permítanme recomendarles un librito de Mutis: La muerte del estratega. Ahí queda para quienes quieran recoger el guante de la recomendación.
La obra de Gómez Dávila la conocemos en Europa por filósofos y escritores alemanes. Ya se sabe: uno nunca es profeta en su tierra. Y resulta paradójico que a Nicolás —«don Colacho», como se referían a él los amigos— lo descubrieran antes en los dominios del alemán que en los del español. Todo comenzó allá por 1987. Los escritores Botho Strauss, Martin Mosebach o Ernst Junger comenzaron a hablar de él y, poco a poco, fue llegando un tímido reconocimiento internacional. Luego el filósofo italiano Franco Volpi —murió en 2009, por cierto— lo difundió en Italia. En España, gracias a la labor editorial de Jαcobo Siruela, podemos hoy disfrutar de la obra de Nicolás Gómez Dávila. No nos engañemos, empero, porque su obra es de un público minoritario: no entretiene, hace pensar y quien lo descubre difícilmente puede olvidarlo.
Es
precisamente en Textos —así es el título en la
edición de Siruela— donde nuestro polímata colombiano escribe que:
La
vida es un valor. Vivir es optar por la vida.
Si vivir es optar por la vida, entonces vivir es una decisión. Parafraseando al autor colombiano, permítanle a uno afirmar que la lectura de la obra de Nicolás Gomez Dávila es un valor y que leer es optar por su lectura. Quien decida leer a Gómez Dávila, comprobará que es un escritor de muchas relecturas, y son pocos los autores que las resisten. De hecho ese es uno de los criterios por los cuales quien suscribe decide qué libro entra o sale de su pequeña biblioteca personal: «¿Aguantas la relectura? Pues para ti, querido libro, este lugar en el anaquel».
A
quienes aún no se hayan adentrado en el universo de Gómez Dávila, les diría uno
que comenzaran por Textos y que luego se
sumergiesen en los Escolios a un texto implícito.
Ambos libros están publicados en España por Atalanta y son dos gemas preciosas
de un ilustre desconocido, un desconocido que dedicó la mayor parte de su larga
vida a leer y escribir, es decir, que optó por la ‘biblioterapia’ como forma de
vida. En su majestuosa biblioteca personal acumuló más de 30.000 ejemplares y
allí se recluía hasta la madrugada.
Su amor por los libros iba parejo con su amor por la vida. Nicolás Gómez Dávila se casó joven, a los 23 años, con Emilia Nieto y formó una familia: tuvo tres hijos y cinco nietos. Optó por la vida sabiendo que «la libertad no es el poder de fijar metas, sino el poder de malograrlas». Fue un observador perspicaz del mundo en que vivió y un pensador muy singular. Uno se pregunta si entre tantas lecturas —y en tantas lenguas— que este colombiano hizo estarían los libros de otro gran pensador español —que lo escribió todo en inglés— hoy un tanto olvidado: Jorge Santayana. Este último nos advirtió que quienes no recuerden su pasado están condenados a repetirlo. El primero nos avisó de que quien rechace la necesidad que guía sus actos libres, se halla determinado, sin recurso, por la bruta necesidad del mundo.
La vida, sí, es una opción. Somos seres inmortales aptos a morir en cada instante, resignados a que nada dure, pero con el deber de no acelerar su fin. Vivir con gana y conscientemente para que podamos mirar atrás, algún día, alguna vez, y «devolverle al adolescente que fuimos sus ambiciones incumplidas, pero sus sueños impolutos».
Michael Thallium
Vivir
es optar por la vida
Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2023). Vivir es optar por la vida. Numinis Revista de Filosofía, Época II, Año 2, (CV3). https://www.numinisrevista.com/2023/03/Vivir-es-optar-por-la-vida.html
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Gracias por descubrirme a este interesante filósofo
ResponderEliminarA ti por haber dedicado un tiempo a leerlo.
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