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Miguel y Carmen

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Miguel y Carmen


Hoy he conocido sus nombres, tres años después de estar saludándonos y conversando circunstancialmente casi todas las semanas durante los conciertos que la OCRTVE ofrece los jueves y viernes en el Teatro Monumental de Madrid; vecinos de anfiteatro. Pero hasta llegar a ese momento de anagnórisis anfiteátrica —lo de ‘anfiteátrica’ no va por aquella entrada que, entre 1960 y 1996, aparecía en el Diccionario histórico de la lengua española de la RAE acerca de cierta anchura y calidad de papel—, antes he de narrar la concatenación de hechos infructuosos que ocurrieron en mi vital horizonte de sucesos personales para terminar en el lugar donde casualmente —¡y por fin!— se originó la serendipia de sus nombres.

Ese dicho de que «cerezas y males traen detrás otros tales» —es decir, que cuando algo sale mal, otras muchas cosas suelen salir mal—, si no es cierto, desde luego conmigo se cumplió a rajatabla. Basta que uno haga sus planes para que salgan regular o, directamente, mal. Tampoco es que me hayan ocurrido desgracias que perturben mi vida sustancialmente. No. Son contrariedades que, una tras otra, le van dejando a uno esa sensación de cansancio y derrota, de cierto desvalimiento y, sobre todo, que engordan el particular heautontimorúmenos que cada cual lleva a cuestas. ¡Me cago en Terencio!

Lunes. Esta semana hay un concierto que me interesa especialmente e informo a los de la OCRTVE de que asistiré a los ensayos parciales del martes y miércoles. Tocarán el primer concierto para violín compuesto por Jesús. Además, lo estrena Mischa quien, amén de buen amigo, me parece  —¡y lo es!— un grandísimo artista. ¡Qué fantástico violinista! ¡Y qué profundo! Yo no he visto aún tocar en directo a nadie como él las Seis sonatas y partitas para violín solo de Bach. La obra de Jesús es música contemporánea… y me pica la curiosidad. Si Mischa lo toca —independientemente del azar que entrase en juego para que sea él quien lo estrene—, debe de ser muy buena música. Mientras, en casa, ando desmontando muebles para montar otros que me llegarán el miércoles. Y todo para poner un poco de orden y albergar mejor los libros que tengo. Desmontar también significa bajar y subir reiteradas veces las escaleras de un cuarto piso sin ascensor, pintar algunos desperfectos —maquillaje de urgencia— y poner la vivienda patas arriba; también significa que uno toma mayor conciencia de cuán pequeño es el lugar que habita o de lo ilusoriamente grandes que son sus expectativas. Aviso a Juanjo, un gran compositor, de que no podré quedar con él este martes para tomar café; quedo, en su lugar, para el miércoles. Un pequeño contratiempo.

Martes. No voy a poder acudir al ensayo parcial como dije que haría. Otro contratiempo. Viajo a Badajoz para llevar a Olga. Cuatro horas de ida, cuatro horas de vuelta; con pausas y tráfico, nueve. Olga es una mujer mayor que lo ha sido todo en la pedagogía del violín. Alumna del mítico David Oistrakh. Las cuatro horas de ida me dieron para conocer su mundo y aprender de una mujer como ella que ha tocado tanto y ha visto pasar a tantísimos violinistas. ¡Un privilegio! La vuelta, solo, conduciendo y escuchando la Sinfonía n.º 1 de Mahler con la Orquesta Filarmónica Checa dirigida por Bychkov, el concierto para violín de Chaikovski y, sobre todo, Les Noces de Stravinsky con Musicaeterna dirigida por Currentzis. Dos álbumes estupendos que me regaló Alfonso hace un mes. Tengo que escribirle para darle gracias por esas grabaciones. Escuchando Les Noces en bucle llego a la conclusión de que Carl Orff se basó en esta obra para componer Carmina Burana. Cuando llego a Madrid, la casa sigue patas arriba.

Miércoles. Los que me traen los muebles nuevos, con la entrega, me tienen atrapado en casa. No podré ir a los ensayos parciales. No me gusta no cumplir mi palabra. Llamo a Juanjo para decirle que tampoco podré tomarme un café con él. Otro contratiempo más. Me paso el día montando muebles y haciendo encaje de bolillos para maximizar un espacio que de por sí es reducido. Mischa me llama para preguntarme que si al día siguiente puede descansar en mi casa después del ensayo general. Ilusamente, le digo que sí. A las dos de la madrugada, la casa sigue patas arriba. Pero me digo: si te levantas pronto, a las 12:00 h has terminado.

Jueves. ¡Tararí que te vi! La entrega de un colchón a domicilio y la espera por unos técnicos que nunca llegan vuelven a tenerme atrapado en casa monta que te monta y ordena que te ordena. Mischa no puede quedarse. ¡Me jode no poder acoger a un amigo! A las 13:00 h, la casa sigue empantanada. A las 14:30 h me traen el colchón. Sigo monta que te monta y limpia que te limpia. Todas mis previsiones se incumplen una a una. A las 17:30 h termino, ¡por fin! Me doy una ducha rápida y salgo. Comeré algo rápidamente antes del concierto por la zona del Teatro Monumental. Después de buscar un sitio donde picar algo —¡todos llenos!—, al final termino en una cafetería enfrente del teatro. Pido un bocadillo y un agua con gas. Me siento a una mesa. No me percato al principio, pero hay una pareja de personas mayores sentada justo a mi lado. Cuando giro la cabeza, me doy cuenta de que son ellos. No sé sus nombres, pero son mis vecinos de anfiteatro. Llevan abonados a la OCRTVE desde que se fundó. Al reconocerlos, empezamos a conversar. El hombre lleva unas gafas de sol que me recuerdan a las que llevaba el compositor Joaquín Rodrigo. Le pregunto que si tiene problemas de visión. Se levanta las gafas y me enseña un ojo morado y muy hinchado. Me caí esta mañana, me dice. En la conversación, descubro que él se llama Miguel y su mujer Carmen. Miguel tiene 85 años y es de las pocas personas que debe de leer mis notas al programa de la OCRTVE. Carmen y Miguel llevan sesenta años juntos yendo a conciertos. Han escuchado muchísima música y visto a numerosos artistas. Les digo que el concierto de hoy promete, porque el violinista es buenísimo… Aparecen Elena y Yuri, los padres de Mischa, que vienen con Peter. Hago las presentaciones. A Miguel y a Carmen les explico que Elena es profesora de violín y que Yuri es un lutier de gran prestigio; de Peter, para resumirlo mucho, les digo que fue el fundador junto con Abbado de la Mahler Chamber Orchestra y que ha venido desde Alemania para ver tocar a Mischa.

Durante el concierto compruebo que la obra de Jesús es muy buena, que va muchísimo más allá de lo que suele escucharse en los estrenos de música contemporánea. Me sorprende e impresiona. Creo que ha compuesto el concierto para violín de referencia en España. La interpretación de Mischa es excepcional… Siento una profunda satisfacción y alegría al verlo tocar así sobre el escenario. Respeto. Mucha admiración. Casi que se me olvidan todas las contrariedades, las palabras incumplidas. Y a Juanjo, por fin, lo veré en una de sus Juanjonadas este sábado. Entonces me invade un pensamiento. ¿Qué habrán sentido Miguel y Carmen? ¿Quién se acordará de ellos cuando sus corazones tan llenos de música dejen de latir? Sus días están bendecidos, aunque eso sea algo que solo ellos y yo sabemos.


Michael Thallium


Miguel y Carmen


Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2025). Miguel y Carmen. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 3, (CV137). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2025/11/miguel-y-carmen.html

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