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La determinación de Adela Landa

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La determinación de Adela Landa




Hacía más de cuatrocientos años que la gran Micaela Zeballos escribiera la novela que le daría fama universal tras su muerte: La perspicaz dama Petota del Monte. Zeballos murió a los 68 años, muy vieja para su época, ignorante de la repercusión que La dama Petota —o La Petota, como terminaría conociéndose el libro— tendría no ya entre los súbditos del reino de Arouṽu, sino entre los habitantes del planeta Neró. Ella misma dejó escrita la única descripción que existe de su apariencia: «Ésta que aquí veis, de aquilino rostro y cabello de plata que en su día de oro fue, con frente lisa y despejada, de ojos vivarachos —que ya no ven siquiera los papeles rotos que otrora por las calles con avidez leyeran— y nariz ganchuda, aunque armoniosamente dispuesta; la boca ni grande ni pequeña, labios que ya no tienen la lozana gordura de antaño, los dientes ni chicos ni abundantes, pues no tiene sino cinco, y ésos casi mal avenidos, que más les valiera caerse, porque no se corresponden los unos con los otros; el cuerpo que alabea y va haciéndose curto, la color más bien blanca que atezada; la blandura elástica y vencida de los dos gemelos de gacela que un día se apacentaron gráciles entre lirios y violetas; algo jorobada de espaldas y de pies más bien torpes; éste digo que es el rostro de la autora de El albo jayán y de La dama Petota del Monte y de otras pocas obras que por ahí andarán descarriadas sin el nombre de su dueña. Bautizáronla, camino de ya hace casi siete décadas, como Micaela Zeballos de Teeṽiese». Al morir Zeballos, nació la leyenda y en boca de muchas personas hoy incluso se dice La Petota de Zeballos, aunque la mayoría no tengan mucha idea de quién fue Zeballos y menos aún se hayan leído la novela, un tocho considerable sobre el que se han escrito innumerables estudios y que ha inspirado todo tipo de obras de arte: desde pinturas hasta fotografías y toda suerte de esculturas; desde sonetos hasta sinfonías y óperas; películas, obras de teatro, musicales… y tanta, tantísima literatura. 

Noventaisiete años después de su muerte, se fundó la Real Sociedad del Idioma, una institución con más de tres siglos de historia que procuró fijar las voces y vocablos del idioma arouṽulés, limpiándolos y dándoles esplendor. El reino de Arouṽu compartía idioma con otras veintiuna naciones, así que poco a poco fueron creándose más Sociedades del Idioma hasta llegar incluso a instaurarse una Asociación Internacional de Sociedades del Idioma que se reunían cada tres años para evaluar el estado del arouṽulés.

Arouṽu pasó por momentos históricos de gran dificultad junto a una algarabía de naciones con idiomas muy dispares: guerras, exterminios, dictaduras… Tras una guerra civil y un periodo de aislamiento, pobretería y precariedad en el que se conculcaron muchas libertades, después de casi medio siglo, volvió a restituirse la monarquía con una Asamblea General: un rey en la jefatura del estado y un presidente del gabinete de gobierno elegido por la Asamblea General en representación de los arouṽuleses. Años más tarde —doscientos setentaiocho después de la fundación de la Real Sociedad del Idioma—, el gobierno de turno decidió crear una institución estratégica dependiente de la Oficina de Asuntos Exteriores y Relaciones Internacionales para promover universalmente la enseñanza, el estudio y el uso del arouṽulés en Neró y contribuir a la difusión de las culturas arouṽulenses en todo el planeta. El idioma ya no era solo algo cultural y pasivo, sino un activo económico y mercantil que podría generar mucho dinero asociado al fomento del turismo, industria predominante en Arouṽu. Nació así el Liceo Zeballos que tomó el nombre de la insigne Micaela cuya Petota se había convertido en símbolo universal. El Liceo Zeballos tomó la letra Ṽ —símbolo característico y único del idioma  arouṽulés— como logotipo y así comenzó una andadura que desembocó en la proliferación de Liceos Zeballos por todo el planeta.

Todo parecía marchar bien hasta que la política y los políticos se crisparon. Entró en juego la ideología ciega. Llegó al poder un presidente del gabinete gubernamental —más de la mitad de la población lo tildaba de psicópata— que nombró a la primera directora del Liceo Zeballos —hasta entonces todos los directores habían sido hombres—, un cargo político, designado a dedo por la Oficina de Asuntos Exteriores y Relaciones Internacionales. La elegida fue Clodovea Garcés Montes, filóloga, poeta mediocre y escritora del montón —pero con una adscripción política fiel al presidente gubernamental— que vivió a la sombra de su marido, escritor de mucho éxito comercial, hasta que éste falleció.

La Real Sociedad del Idioma estaba presidida por Iria Muṽiz Manchado, una jurista especialista en Filosofía del Derecho que había saneado y modernizado la institución. La mayoría de los arouṽulenses consideraban que los miembros de la RSI eran unos viejos alejados de la realidad del idioma; muchos ni siquiera sabían que a la presidente de la RSI la habían elegido por unanimidad los 46 miembros de número de la institución, y que lo habían hecho varias veces por la impecable gestión que Muṽiz Manchado había hecho. A Clodovea Garcés Montes, cuya medranza profesional siempre había estado ligada a la adscripción política e ideológica, le molestaba que la RSI estuviese presidida por una jurista y no por una filóloga. En su fuero interno pensaba que era ella quien merecía ese puesto, ser la presidente de la RSI; pero igualmente sabía que jamás lo lograría, a no ser que cambiaran los estatutos de la institución y que ese puesto se designara a dedo por el gabinete gubernamental. Ninguno de los 46 miembros de número de la RSI sentía estima literaria por Clodovea, la consideraban una más como tantos cientos de miles de escritores que habitaban Arouṽu. El asunto no hubiera llegado a mayores si Clodovea hubiera cerrado el pico de la envidia. Un día mostró públicamente su animadversión hacia Iria Muṽiz Manchado. La tachó de mera jurista sin conocimientos filológicos. Ese ataque desencadenó una serie de reacciones: por el lado de Clodovea, acólitos políticos y arribistas ideológicos que la defendían; por el de Iria, detractores literarios que atacaron a Clodovea donde más le dolía, en su mediocridad literaria y poética. Algunas personas pensaban que si se hubiese estado calladita, quizás la gente la hubiese juzgado por una gestión discreta, que no fue del todo mala, pero Clodovea abrió la boca en reiteradas ocasiones para que las moscas le entraran a mansalva. Se generó un malestar en algunas esferas de poder con el que el presidente gubernamental se frotaba las manos en las horas bajas de su mandato. Fue él quien, sembrando la discordia, logró instaurar en la ciudadanía arouṽulesa el nuevo concepto de la mentira: un simple cambio de opinión. Hacía muy bien el papel de quien ostenta el poder y lo ejerce arteramente asumiendo siempre la responsabilidad de los errores en primera persona, pero haciendo que otros pagaran los vidrios rotos: cuando ya no le servían, los destituía y despachaba con cajas destempladas. Tenía el don de la suberificación y permanecía siempre a flote. Sin embargo, era consciente de que en las siguientes elecciones la mayoría de arouṽuleses querrían quitárselo de encima y él haría todo lo que estuviese en su mano para que eso no ocurriese. Más dosis de suberina: nadie sería capaz de hundirlo… Clodovea era muy consciente de que, una vez que el presidente gubernamental fuera derrotado en las urnas y en la Asamblea General, se le acabaría también a ella el mandato como directora del Liceo Zeballos. Su destitución sería fulminante, y estaba determinada a dar la batalla en todos los frentes. Tenía la fuerza de quien se considera a sí misma una literata de prestigio —la ignorancia es muy atrevida— y no iba a renunciar a un salario tan generoso ni a unas dietas bien jugosas.

A la mayoría de arouṽuleses esas disputas les traían sin cuidado, pero había una ciudadana a quien aquello no le era en absoluto indiferente… Estaba dispuesta a erradicar a toda costa la ideología de los cargos públicos. Adela Landa tenía un plan y estaba determinada a ejecutarlo sin demora. Le indignaba ver medrar a la gente subida al dedo elector del político de turno. Antes de llevar a cabo su plan, acudió al templo donde supuestamente descansaban los restos de Zeballos, tumba que casi nadie visitaba. Adela estaba sola, en silencio, meditabunda. Leyó la inscripción de la lápida:

Aquí yace Micaela Zeballos de Teeṽiese

«La vida es breve,

los desasosiegos crecen,

las ilusiones menguan,

y, aún así,

cabalgo el deseo de mis últimos días

con el brío de quien aún quiere seguir viviendo.»

Adela Landa salió del templo y se encaminó calle abajo hasta que el tránsito de vehículos y arouṽuleses la devolvió a una ciudad que bullía ignorante de la misión que estaba presta a cumplir. Esa misma mañana los médicos le habían comunicado el diagnóstico. No tenía medios para afrontar el tratamiento. Dobló una esquina, aceleró el paso, vio al otro lado de la vía la Ṽ del liceo. Nada ni nadie la pararía…


Michael Thallium

La determinación de Adela Landa


Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2025). La determinación de Adela Landa. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 3, (CV142). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2025/12/la-determinacion-de-adela-landa.html

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