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No olvides que tus días están bendecidos

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No olvides que tus días están bendecidos



El cineasta, escritor y violinista Bruno Monsaingeon recopiló en un libro delicioso el pensamiento de una de las mujeres que más han influido en la enseñanza musical del siglo XX. Cuando el libro original en francés se publicó en 1981, Nadia Boulanger llevaba ya dos años muerta y Bruno tenía por aquel entonces treintaiocho. Hoy Bruno Monsaingeon es un octogenario muy activo. En su página web dice que nació en París el 5 de diciembre de 1943 —aún no había acabado la guerra en Europa— y bromea con la fecha de su muerte: 

«Se espera que el 27 de enero —adivinen por qué—. Lugar y año por el momento desconocidos.» 

Si uno se toma la molestia, descubrirá que un 27 de enero nació Mozart y que falleció… ¡un 5 de diciembre! Bruno Monsaingeon ha hecho documentales memorables sobre artistas legendarios como Yehudi Menuhin, Glenn Gould, Dietrich Fischer-Dieskau, David Oïstrakh, Michael Tilson-Thomas, Murray Perahia, Zoltan Kocsis, Julia Varady, el Cuarteto Alban Berg, Sviatoslav Richter, Grigori Sokolov o, más recientemente, Klaus Mäkelä, entre otros muchos. También hizo uno magnífico sobre Nadia Boulanger que luego sirvió para elaborar el libro de marras cuya traducción al español publicó la editorial Acantilado en 2018: «Mademoiselle». Conversaciones con Nadia Boulanger. No tiene desperdicio. Sería por aquel entonces cuando lo leí y, después, lo coloqué en un anaquel porque debió de cumplir una de mis máximas para permanecer en mi modesta biblioteca: que aguante la relectura. Y la relectura llegó hace un par de semanas, en 2025. La aguantó muy bien, aunque más por el «qué» que por el «cómo»; quiero decir que no tanto por el texto español —la traducción podría superarse, el «cómo», el modo— como por los asuntos sobre los que Nadia Boulanger conversa con Bruno Monsaingeon —el «qué», el contenido—. Hay libros con los que conectamos por la manera en que el autor dice las cosas, aunque no diga nada, porque lo dice todo; son hermosos, cautivadores, por el lenguaje. Me vienen a la cabeza ahora La fuente y la muerte de Pedro Sevilla, Cuando el mundo se llamaba Cerralbo de Ramón García Mateos o Las cosas del campo de José Antonio Muñoz Rojas. Otros nos cautivan por el contenido. En mi caso —y a estas alturas de mi vida— son los menos, pero cuando se encuentran, son todo un descubrimiento y hontanar de pequeñas dosis de sabiduría. Este de Nadia Boulanger lo es, así que estoy satisfecho de haberlo dejado en barbecho durante un septenio para confirmar que no me equivoqué al incluirlo en mi biblioteca. Acabo de cosechar los frutos de la relectura, descubríendolo de nuevo como si de la primera vez se tratara.

Nadia falleció el 22 de octubre de 1979 a los noventaidós años. Tuvo una vida plena y sin descendencia. Su hermana Lili, a quien sobrevivió más de sesenta años, no le fue a la zaga, sino más bien al contrario, pero su vida se malogró demasiado pronto. Lili apenas tenía veinticuatro años cuando murió en 1918: enfermedad de Crohn. Fue una gran compositora. Nadia honró su memoria toda la vida y, mediado el siglo XX, solía preguntarse por qué el público se resistía a reconocer el lugar que Lili ocupa por méritos propios en la historia de la música. Cumplido ya el primer cuarto del siglo XXI, la situación no ha cambiado mucho: salvo en círculos musicales muy especializados, la música de Lili Boulanger es totalmente desconocida.

Nadia Boulanger tenía una memoria musical prodigiosa que ejercitó hasta casi el último aliento. Ya desde los doce años se sabía de memoria El clave bien temperado de Johann Sebastian Bach, un total de cuarentaiocho preludios y fugas. Y las exigencias que les ponía a sus alumnos eran draconianas. Según ella, aprender de memoria un preludio y una fuga por semana no era gran cosa. A sus alumnos les hacía escribir de memoria las partes separadas y, después, les decía que reconstruyesen el conjunto… Con tal entrenamiento, sin duda, se logra tener una cabeza muy bien amueblada. Sin memoria no tenemos pasado ni presente, tan solo una muy fugaz existencia desvinculada de todo. Me pregunto qué opinaría Nadia Boulanger de los sistemas educativos actuales en los que la memoria está tan denostada. Y no solo en los sistemas educativos; en general, cada vez la ejercitamos menos, con la excusa de que casi todo se encuentra ya en Santa Internet. Por eso hay que hacer el ejercicio de aprender algo de memoria todos los días, da igual qué con tal de que sea algo que nos dé un poquito más de plenitud: memorizar y compartirlo con los amigos y que nuestros amigos hagan lo mismo con nosotros. La muerte es ineludible, pero al menos podemos evitar morirnos en vida. Tenemos los días contados, unos más y otros menos, pero contados. 

Contaba Nadia que cuando ella y su hermana eran dos muchachitas llenas de ilusión y convencidas de que siempre serían jóvenes, un día allá por 1913, mientras paseaban por los jardines de la Villa Médicis en Roma, vieron a una mujer mayor llena de arrugas que andaba desbrozando los jardines. Al llegar a la altura de la anciana, Nadia notó que detrás de aquel rostro derruido por los años aún se atisbaba el de una mujer que debió de haber sido bellísima. La señora las miró sonriente, con una sonrisa inefable y les dijo: Buon giorno, e per tutto il giorno. Aquel «buenos días para todo el día» dicho así, con aquella sonrisa, fue un regalo que Nadia jamás olvidó y que, ya de muy mayor, recordaría vivamente, porque aquellas palabras siempre le sirvieron para ser consciente de que nuestros días están bendecidos, sepamos o no aprovecharlos, que, como señala la inscripción de Paul Valéry en el Museo del Hombre: «Depende de quien pasa que yo sea tumba o tesoro. Pero que hable o calle depende de ti, amigo. No cruces este umbral sin desearlo». En el fondo somos el factor decisivo que hace que una obra, sea la que sea, cobre vida y tenga sentido. Somos creadores. Fue el propio Valéry quien desconcertó a Nadia con la respuesta que le dio cuando lo felicitó por uno de sus libros: «¡Qué maravilla, qué logro increíble!», exclamó. A lo que Valéry respondió sin falsa modestia: «¡Pero si ha sido obra suya!»

La Novena de Beethoven no existe si nadie la escucha, no existe si nadie la interpreta. Tampoco el libro de Bruno Monsaingeon ni siquiera estas palabras que estás leyendo ahora. Al escuchar recreamos, al leer recreamos. ¡Ay, lector, si tú ahora mismo escuchases o leyeses tu propia vida! Esa es tu obra, con o sin público… No olvides que tus días están bendecidos.

Michael Thallium

No olvides que tus días están bendecidos



Cómo citar este artículo: THALLIUM, MICHAEL. (2025). No olvides que tus días están bendecidos. Numinis Revista de FilosofíaÉpoca I, Año 3, (CV134). ISSN ed. electrónica: 2952-4105. https://www.numinisrevista.com/2025/07/el-ultimo-vuelo-de-ibarguengoitia.html

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